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El diálogo y el pensamiento


Es importante que nos demos cuenta de que nuestras opiniones son el resultado del pensamiento pasado, de todas nuestras experiencias, de lo que otras personas han dicho o han dejado de decir. Y todo eso se halla inscrito en el programa de nuestra memoria. Podemos, pues, identificarnos con esas opiniones y reaccionar para defenderlas, aunque tal cosa carezca de sentido porque, si nuestra opinión es correcta, no necesitamos de tal reacción y ¿para qué habríamos de defenderla si estuviéramos equivocados? Sin embargo, cuando nos identificamos con nuestras creencias, no nos queda más remedio que defenderlas porque, en tal caso, experimentamos el ataque a nuestras creencias como una agresión personal. En tal caso, las opiniones tienden a ser experimentadas como «verdades», aunque sólo sean creencias sostenidas por usted y su entorno. Puede tratarse de creencias que nos ha transmitido un profesor, la familia, alguna lectura o lo que fuere pero, por una u otra razón, nos hemos identificado con ellas y nos sentimos en la obligación de defenderlas.

El verdadero objetivo del diálogo es el de penetrar en el proceso del pensamiento y transformar el proceso del pensamiento colectivo. Ciertamente, no hemos prestado mucha atención al pensamiento como proceso. Hemos participado del pensamiento y hemos prestado atención al contenido, pero no al proceso. ¿Y por qué deberíamos prestar atención al proceso del pensamiento? Porque, en realidad, todo requiere atención y hasta si manejamos una máquina sin prestarle la atención debida, terminaremos estropeándola. El pensamiento también es un proceso y, en consecuencia, exige toda nuestra atención, de otro modo terminaremos utilizándolo inadecuadamente. 

Veamos ahora algunos ejemplos de las dificultades del pensamiento. Una de ellas es la tendencia a la fragmentación. Todas las divisiones que hacemos se originan en el pensamiento, ya que el mundo, de hecho, es de una sola pieza. Somos nosotros quienes seleccionamos ciertas cosas, las separamos de otras y terminamos dando importancia a esa separación. Es nuestro pensamiento el que establece las fronteras entre las naciones y el que otorga una importancia suprema a esa separación. También es nuestro pensamiento el que divide a las religiones y el que establece las diferencias existentes en el seno de la familia. La estructura de la familia se debe a la forma en que pensamos sobre ella.

La fragmentación, una de las dificultades fundamentales del pensamiento, se asienta en una raíz más profunda porque, aunque creamos que no estamos haciendo nada en especial y que simplemente estamos describiendo las cosas como son, el hecho es que el proceso de nuestro pensamiento es muy activo. Casi todo lo que nos rodea, casi todo lo que podemos mencionar —los edificios, las fábricas, las granjas, los caminos, las escuelas, las naciones, la ciencia, la tecnología, la religión, etcétera— ha sido creado por el pensamiento. El problema ecológico que asola a nuestro mundo se debe al pensamiento, porque creemos que el mundo está aquí para explotarlo, creemos que es inagotable y que podemos hacer todo lo que queramos porque la contaminación terminará diluyéndose.

Cuando nos damos cuenta de la existencia de un «problema», la polución, el dióxido de carbono o lo que fuere, solemos decir: «Tenemos que resolver este problema». Pero el hecho es que la forma en que opera nuestro pensamiento está generando de continuo no sólo ese problema concreto sino todo tipo de problemas. Si creemos que el mundo está a nuestro servicio seguiremos explotándolo de una u otra manera y no haremos más que trasladar el problema a otra parte. Y, si no afrontamos adecuadamente las cosas, tal vez solucionemos el problema de la contaminación pero terminemos generando otro. La ingeniería genética, por ejemplo, puede solucionar determinados problemas, pero si la tecnología ordinaria genera tantos problemas, qué no ocurrirá si seguimos pensando del mismo modo con una tecnología tan sofisticada. Si no estamos suficientemente atentos, las personas terminarán recurriendo a la ingeniería genética para llevar a cabo cualquiera de sus más desbocadas fantasías. 

El hecho es que el pensamiento —aunque afirme que no ha estado activo— tiene sus efectos y que algunos de ellos son muy importantes y valiosos. El pensamiento, por ejemplo, dio lugar a las naciones y otorga un valor supremo al concepto de nación. Y lo mismo podríamos decir con respecto a la religión. Pero todo ello interfiere con la libertad de pensamiento porque el pensamiento de que la nación es lo más importante nos condicionará a seguir pensando del mismo modo. En tal caso, haremos todo lo posible para que todo el mundo piense lo mismo que nosotros sobre la nación, la religión, la familia o cualquier otra cosa a la que atribuyamos un valor supremo. Y además pondremos también todo nuestro empeño en defenderlo.

Pero no es posible defender algo sin pensar antes en la defensa y, para ello, tendremos que dejar de lado todos aquellos pensamientos que pongan en tela de juicio lo que tanto deseamos defender, lo cual puede conducir fácilmente al autoengaño, a eludir muchas cosas diciendo que son incorrectas, a distorsionar otras, etcétera. El pensamiento defiende con uñas y dientes sus creencias fundamentales ante cualquier evidencia de que pueda estar equivocado. 

Así pues, para hacer frente a esta situación, que se origina en el pensamiento, debemos prestar mucha atención al proceso del pensamiento. Normalmente, cuando tenemos un problema solemos decir: «Tengo que pensar en la forma de resolverlo», pero lo que yo estoy diciendo es que el pensamiento mismo es el problema. ¿Qué es, pues, lo que, en tal caso, deberíamos hacer? Convendría comenzar considerando la existencia de dos tipos de pensamiento, el pensamiento individual y el pensamiento colectivo. Es cierto que, individualmente, puedo pensar en varias cosas, pero la mayor parte de nuestro pensamiento procede de nuestro sustrato colectivo. El lenguaje es colectivo y también lo son la mayoría de nuestras creencias básicas (incluidas las creencias sobre el funcionamiento de nuestra sociedad, sobre la forma en que se supone que deben ser las personas, las relaciones, las instituciones, etcétera). Debemos, por tanto, prestar atención tanto al pensamiento individual como al pensamiento colectivo.

David Bohm