“… Estar al servicio del mundo. ¿Están ustedes, realmente, al servicio del mundo? Por favor, yo desearía que pudieran pensar de verdad, honestamente, francamente; entonces, si de verdad piensan así estarán al servicio del mundo, pero no haciéndolo de este modo extraordinario. Averigüemos si estamos al servicio del mundo. ¿Qué es lo que el mundo necesita en la actualidad, o en cualquier época del pasado o del futuro? Necesita personas que tengan la capacidad de ser completamente humanas; o sea, personas que no estén amarradas por sus pequeños círculos de pensamientos y prejuicios, y por las limitaciones del autoconsciente emocionalismo. Por cierto, si de veras quieren ayudar al mundo, no pueden pertenecer a ninguna secta o sociedad, como tampoco a ninguna religión en particular. Si dicen que todas las religiones son una sola cosa, entonces, ¿para qué tener ninguna religión? Las religiones y las nacionalidades enjaulan a la gente, la traban. Esto se comprueba en todo el mundo a lo largo de la historia; y el mundo ha venido a parar actualmente en más y más sectas, más y más grupos encerrados por muros de creencias, con sus guías especiales. Y, sin embargo, ustedes hablan de hermandad. ¿Cómo puede haber hermandad cuando este instinto posesivo es tan profundo y, por consiguiente, tiene que conducir a las guerras porque es la base del nacionalismo, del patriotismo?
… Cuando ustedes se despiertan cada mañana
no son patrióticos. Sólo son patrióticos cuando los diarios dicen que deben
serlo porque tienen que conquistar a su vecino. Por lo tanto, nosotros somos
los bárbaros, no sólo los que invaden nuestro país. El bárbaro es el patriota.
Para él su país es más importante que la humanidad, que el hombre. Y yo digo
que ustedes no resolverán sus problemas, los problemas económicos y de
nacionalidad, en tanto sean neozelandeses; los resolverán sólo cuando sean
verdaderos seres humanos, libres de todos los prejuicios nacionalistas, cuando
ya no sean posesivos y sus mentes no estén divididas por las creencias.
Entonces podrá haber verdadera unidad humana y, de ese modo, desaparecerán los
problemas del hambre, del desempleo y la guerra, porque considerarán a la
humanidad como algo total, no como un grupo particular de personas que quiere
explotar a otro grupo.
… Uno debe observar todas estas expresiones
de violencia y antagonismo con una mente libre de prejuicios; es decir, con una
mente que no se identifica con ningún país, raza o ideología, sino que trata de
descubrir la verdad. Es una gran dicha ver algo con claridad sin dejarse
influir por las ideas o directrices de otros, ya sean de gobernantes,
especialistas o de grandes intelectuales. Cuando comprendamos que el
patriotismo es un obstáculo para la felicidad humana, dejaremos de luchar
contra esta falsa emoción que surge en nosotros, porque habrá desaparecido para
siempre. El nacionalismo, el espíritu patriótico, la conciencia de clase y de
raza, todas son manifestaciones del ego y, por tanto, dividen. Después de todo,
¿qué es una nación sino un grupo de individuos que viven juntos por razones
económicas y de autoprotección? De la idea de “mi país”, con sus fronteras y
barreras arancelarias, surge el miedo y la defensa de los intereses propios, lo
cual imposibilita la hermandad y la unidad de los seres humanos.
… La negación de la unidad humana engendra
guerras y brutalidades, divisiones sociales, económicas y toda clase de tiranías.
Todo esto lo entendemos intelectualmente,
con esa delgada capa que llamamos la mente consciente, pero seguimos atrapados
en la tradición, la opinión, la conveniencia, el miedo y demás. Hasta que las
capas profundas sean expuestas y comprendidas, no estaremos libres de la
enfermedad del nacionalismo, del patriotismo. Así, pues, al examinar este
problema, hemos despejado la capa superficial de lo consciente, y dentro de
ello pueden fluir las capas más profundas. Este fluir se fortalece por medio de
la constante percepción alerta, observando cada respuesta, cada incentivo del
nacionalismo o de cualquier otro obstáculo.
Cada respuesta, por pequeña que sea, debe
ser considerada cuidadosamente, sondeada de manera amplia y profunda. De este
modo, pronto percibiremos que el problema se ha disuelto y que se ha marchitado
el espíritu nacionalista. Todos los conflictos y las desdichas pueden
comprenderse y disolverse de esta manera, aclarando la delgada capa de lo
consciente, al considerar y sondear a fondo el problema tan comprensivamente
como sea posible. En esta claridad, en esta quietud relativa, pueden
proyectarse los motivos, las intenciones y los temores más hondos; examínenlos
a medida que van apareciendo, estúdienlos y así los comprenderán. De este modo,
el obstáculo, el conflicto, el dolor, son comprendidos y disueltos de manera
profunda y total.
… Todos sufrimos de uno u otro modo, en lo
físico, en lo intelectual e interiormente. Somos torturados y nos torturamos a
nosotros mismos. Conocemos la desesperación y la esperanza, y todas las formas
del miedo; y en este vórtice de conflictos y contradicciones, realizaciones y
frustraciones, anhelos, celos y odio, la mente está presa. Como está presa,
sufre, y todos sabemos lo que es ese sufrimiento; el sufrimiento que trae la
muerte, el sufrimiento de una mente insensible, el sufrimiento de una mente que
es muy racional, intelectual, que conoce la desesperación porque todo lo ha
desmenuzado y no queda nada.
Una mente que sufre da nacimiento a diversos
tipos de filosofías de la desesperación; escapa hacia diversas avenidas de
esperanza, seguridades, confortación hacia el patriotismo, la política, la
argumentación verbal y las opiniones. Y para una mente que sufre siempre hay
una iglesia, una religión organizada ya preparada, esperando recibirla y
volverla aún más embotada por el consuelo que le ofrece.”
J. Krishnamurti