“¿No es necesario,
si queremos comprender algo, que la mente esté serena? Si tenemos un problema,
él nos preocupa, ¿no es así? Lo ahondamos, lo analizamos, lo desmenuzamos en la
esperanza de comprenderlo. ¿Pero es posible comprender por medio del esfuerzo,
del análisis, de la comparación, por medio de la lucha mental en cualquiera de
sus formas? La comprensión, por cierto, sólo llega cuando la mente está muy
quieta. Decimos que cuanto más luchemos con el problema del hambre, de la
guerra o con cualquier otro problema humano, cuanto más entremos en conflicto
con él, más lo comprenderemos. ¿Pero es eso verdad? Las guerras, el conflicto
entre individuos y sociedades, han continuado a través de los siglos. La guerra
interna o externa está siempre presente. ¿Hallamos solución a esa guerra, a ese
conflicto, con más conflicto, con más lucha, con un sagaz esfuerzo? ¿O
entendemos el problema tan sólo cuando nos hallamos directamente frente a él,
cuando nos encaramos con el hecho? Y sólo podemos encararnos con el hecho cuando
no se interpone agitación alguna entre la mente y el hecho. ¿No es pues
importante, si es que hemos de comprender, que la mente esté quieta?
… Es porque somos nacionalistas y estamos
listos para defender nuestros Estados soberanos, nuestras creencias y nuestras
posesiones, que tenemos que estar perpetuamente armados. La propiedad y las
ideas han llegado a ser para nosotros más importantes que la vida humana; así
pues, hay constante antagonismo y violencia entre nosotros y el resto de la
humanidad. Al mantener la soberanía de nuestro país, destruimos a nuestros
hijos; al rendir culto al Estado, que es sólo una proyección de nosotros
mismos, sacrificamos a nuestros hijos por nuestra propia satisfacción. El
nacionalismo y los gobiernos soberanos son las causas y los instrumentos de la
guerra.
… ¿Pueden los padres reclamar que aman a sus
hijos cuando al educarlos erróneamente fomentan la envidia, la enemistad y la
ambición? ¿Es acaso el amor el que estimula los antagonismos nacionales y
raciales que conducen a la guerra, a la destrucción y a la completa miseria, el
que coloca al hombre frente al hombre en nombre de la religión y de las
ideologías?
… Probablemente tenemos violencia en nuestros corazones. Nunca hemos
estado libres de un sentimiento de antagonismo, de venganza; jamás nos hemos
liberado de nuestros miedos, de nuestros sufrimientos, de nuestras heridas
internas y de nuestra angustia cotidiana; nunca tenemos paz y bienestar,
siempre vivimos atormentados. Ello forma parte de nuestra vida, de nuestro
sufrimiento diario. El hombre ha intentado muchos, muchos métodos para librarse
de este sufrimiento en el que no hay amor, lo ha reprimido, ha escapado de él,
se ha identificado con algo más grande, se ha entregado a algún ideal, a alguna
fe o creencia. Y parece que este dolor jamás puede terminarse, nos hemos
acostumbrado a él, lo soportamos, lo toleramos y nunca nos preguntamos
seriamente, con interés profundo y lúcido, si es posible terminar con el dolor.
… Estamos formulando una pregunta muy seria: ¿qué es lo que está
lastimado? El cerebro tiene la capacidad de crear imágenes. Las imágenes son
las ilusiones. Nosotros tenemos ilusiones; la guerra es una ilusión y la
aceptamos. Ustedes aceptan matar a otro ser humano, matar otra vida; aceptan
eso como parte de la imagen que tienen. Ustedes tienen muchas, muchísimas
imágenes. Y una de esas imágenes es: “me lastiman”. Estamos investigando cuál
es la entidad lastimada. La entidad es la imagen que he construido de mí mismo.
Pienso que soy un gran hombre y viene uno de ustedes y me dice: “no sea
idiota”. Quedo lastimado. Donde hay comparación, hay heridas psicológicas. Cuando me comparo con alguien que es más
hábil, más brillante, más inteligente, o sea, cuando existe el medir, tengo que
quedar lastimado. Así que, por favor, investiguen si pueden ustedes vivir sin
comparar, sin medir. Siempre estamos comparándonos con alguien. Comienza en la
escuela, cuando al niño se le dice que debe ser tan bueno como su hermano. Eso
es comparación, eso es medida, y ese proceso continúa a lo largo de toda la
vida.
… Si se aferran ustedes a sus propias opiniones, por sutiles u
obstinadas que puedan ser, entonces va a resultar imposible que tengamos una
conversación o nos comuniquemos uno con otro. Esto debe comprenderse claramente
desde el comienzo mismo de estas pláticas, que ustedes y quien les habla vamos
a examinar estas cosas, no desde algún punto de vista religioso, ni como
comunistas, socialistas, marxistas, conservadores, o como pertenecientes a la
izquierda o a la derecha o a alguna nación en particular, sino que vamos a
examinarlo todo en libertad. Para examinar, uno debe tener una mente libre, no
una mente llena de opiniones, no una mente tradicional; no debe uno pertenecer
a ninguna secta, a ninguna orden, institución o grupo religioso. Están las
amenazas de la guerra, de la guerra nuclear o convencional; está la decadencia
de todas las religiones; no hay actividad moral. Casi todos nosotros vivimos
superficialmente, intelectualmente; jamás examinamos, jamás cuestionamos, jamás
dudamos, todo eso está ocurriendo en el mundo. Y para examinar, inquirir,
observar, se requieren una mente y un corazón muy claros, un cerebro que no
esté apegado a ninguna tradición. El cerebro se ha desarrollado a través de
milenios y ya viene condicionado. Si no nos damos cuenta de las actividades de
nuestras propias respuestas sensorias, se vuelve casi imposible examinar y
observar lo que está sucediendo en el mundo.
… ¿Qué entiendes por el futuro? De aquí veinte o cincuenta años, ¿es eso
para ti el futuro? El futuro que está a muchos años de distancia es muy
incierto, ¿no es así? Tú no sabes qué es lo que va a suceder. ¿De qué te sirve,
entonces, que te preocupes o te inquietes al respecto? Puede haber una guerra,
una epidemia, cualquier cosa puede ocurrir; de modo que el futuro es incierto,
desconocido. Lo que importa es cómo vives ahora, lo que piensas, lo que sientes
ahora. Importa muchísimo el presente, el hoy, no el mañana o lo que va a
suceder de aquí a veinte años; y comprender el presente requiere muchísima
inteligencia.”
J: Krishnamurti