“… Pensamos que algún otro va a enseñarnos cómo mirar, que algún otro va a mostrarnos el camino y a salvarnos de nuestra interminable lucha y desdicha. Si ustedes observan, tanto externa como internamente, se darán cuenta de que no hay nadie que pueda darnos la llave, la comprensión de nuestra vida tan desesperadamente desconcertante, compleja y desgraciada. Pero rehusamos mirar, nos negamos a escuchar las sugestiones, las insinuaciones de eso que nos está contando la historia, tanto en detalle como en su totalidad abarcadora; eso nos dice lo que realmente está ocurriendo. Por lo tanto, si se me permite señalarlo, quien les habla no tiene nada que enseñarles, y eso es lo que realmente quería decir; ninguna nueva filosofía, ningún nuevo sistema, ningún nuevo sendero hacia la realidad. No hay sendero que conduzca a la realidad; los muchos senderos que el hombre ha inventado hacia la realidad han nacido del miedo; de hecho, no hay en absoluto sendero alguno. Un sendero implica algo permanente, estático, que está ahí inmóvil; lo único que tienen que hacer es andar por el sendero y llegarán allá. Me temo que no es así en lo más mínimo.
Es mucho más complejo, mucho más sutil y
extraordinariamente bello si uno comprende que no hay sendero, que no hay
salvador, que nadie puede liberarnos de nuestra propia confusión, de nuestra
lucha y de nuestra eterna búsqueda. Porque, como dijimos, todo está ahí si uno
sabe cómo explorar, cómo mirar; está todo dentro de nosotros mismos, porque
somos el resultado del tiempo, el resultado de una experiencia infinita, de una
vasta tradición.
Queremos que se nos diga cómo mirar, cómo
escuchar, qué hacer. No formulen esas preguntas nunca, a nadie, qué hacer, cómo
escuchar, cómo estar atentos. Todo lo que tienen que hacer es mirar. No es
cuestión de “cómo” mirar; sólo mirar, con todo el corazón, con toda la mente,
de modo que vean las cosas tal como realmente son. Rehusamos mirar porque
nuestros corazones se hallan repletos con las cosas de la mente, la cual tiene
múltiples imágenes que no podemos mirar ni con claridad ni con afecto. Y el
afecto no puede enseñarse, no hay escuela, no hay maestro ni libro que puedan
dar origen a esta calidad del amor. Y sin amor, hagan lo que hagan, aunque
vayan a todos los templos, mezquitas e iglesias y se sacrifiquen, y se
comprometan con un particular curso de acción y pertenezcan a algún partido
político; sin amor, la desdicha de ustedes, la dolorosa soledad y la
desesperación que padecen jamás tendrán fin.
La libertad no puede otorgarse, la libertad
es algo que aparece cuando uno no lo busca. Surge sólo cuando uno sabe que es
un prisionero, cuando conoce completamente, por sí mismo, su estado de condicionamiento,
cuando sabe hasta qué punto está atrapado por la sociedad, por la cultura, por
la tradición, por todo lo que le han dicho. La libertad es orden, jamás es
desorden, y uno debe tener completa libertad, tanto externa como internamente;
sin libertad no hay claridad, sin libertad ustedes no pueden amar, sin libertad
no pueden dar con la verdad. Sin libertad no pueden ir más allá de las
limitaciones de la mente. Tiene que haber libertad y deben exigirla con la
totalidad del ser. Cuando la exijan así descubrirán por sí mismos qué es el
orden, un orden que no consiste en seguir un patrón o un diseño, que no es el
resultado del hábito. Hagan el favor de escuchar todo esto, solo escuchen, sin
aceptar ni rechazar. Sin libertad sólo hay desorden.
… La comprensión de nosotros mismos nada
tiene que ver con el hecho de seguir una doctrina, una filosofía, una fórmula,
o de procurar imitar determinado ideal. Todo eso, ciertamente, es el proceso
del “yo". Y en la comprensión de nuestros diversos “condicionamientos",
la sinceridad no hace falta; pero es esencial ser serio, lo cual es del todo
diferente. La seriedad no depende de una disposición de ánimo; ella es el
comienzo de la comprensión de nosotros mismos. Si uno no es decidido, en
efecto, si uno no es realmente serio, no puede llegar muy lejos. Pero nuestra
seriedad, nuestra decisión, se aplica por lo general a seguir determinada idea,
creencia o esperanza; y lo importante es entendernos a nosotros mismos. La
propia comprensión no exige imitación, copia, aproximación a un ideal. Antes
bien, debemos entendernos a nosotros mismos tal cuales somos de instante en
instante, seamos como seamos; y para eso se necesita una seriedad que no
depende de ninguna tendencia o disposición de ánimo en particular.
… La creencia es fruto del miedo. Si no hay
miedo, uno puede ver la hoja, el árbol, el cielo espléndido, la luz, los
pájaros, la expresión de un rostro; y hay belleza. Cuando hay belleza hay
bondad, y cuando hay bondad, la verdad se revela.
Por eso es tan importante que comprendamos
nuestro vivir diario. Uno debe comprender por qué se ha vuelto su vida tan
mecánica, por qué sigue a otros, por qué es tan infantil y vive creyendo o no
creyendo, forcejeando, actuando con violencia. Tiene que comprenderlo, porque
ustedes saben perfectamente que eso es lo que ocurre a diario en nuestras
vidas, y que esa es la razón de que queramos escapar y anhelemos una
experiencia más vasta, más profunda. Por eso acudimos a los libros, gurús y
maestros que nos prometen la iluminación, ese algo extraordinario; pues eso es
precisamente lo que nos ofrecen los sistemas: «haz esto y aquello y llegarás a
lo que buscas; sigue este camino y alcanzarás la meta», como si la verdad fuera
una estación inamovible a la que todos los caminos conducen.
Esa ridícula idea de que hay una estación en la que los innumerables caminos desembocan, significa que no importa cuál tome uno, porque todos conducen al mismo sitio y, por tanto, seamos tolerantes con todos los caminos.
J. Krishnamurti
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