“… ¿Qué es realmente lo que andamos buscando? ¿Estamos cansados de la vida, cansados de una serie de ceremonias, de una serie de dogmas y ritos religiosos, y por eso pasamos a otra? ¿Es porque se trata de algo nuevo, más excitante, palabras sánscritas, hombres de barba, “togas” y todo lo demás? ¿Es esa la razón? ¿O es que deseamos encontrar un escape, un refugio en el budismo, en el hinduismo, o en alguna otra creencia religiosa organizada? ¿O lo que buscamos es satisfacción? Es muy difícil distinguir y darnos cuenta de lo que en realidad buscamos, ya que cambiamos según el momento; cuando estamos cansados, cuando nos sentimos desdichados, deseamos algo fundamental, perdurable, final, absoluto. Muy pocos son los que persisten en su búsqueda, en su indagación, mejor dicho. La mayoría de nosotros desea distracción. Si somos intelectuales, deseamos distracción intelectual, y así sucesivamente.
Algunos tratan de
entrar en contacto con los muertos a través de un médium, de la escritura
automática y de otros recursos infantiles; y están los que buscan la guía de
los que ellos llaman Maestros, haciéndolo por intermedio de sus representantes,
lo cual es igualmente infantil. Así que, por favor, no condenen a los que
acuden a un médium y asisten a sesiones espiritistas, cuando ustedes mismos,
diligentemente, buscan mensajes y sistemas que les entregan los que ustedes
llaman representantes de los Maestros. Hay otras personas que dependen, para
guiarse, de sacerdotes y ceremonias, de tradiciones y convencionalismos. Están
todos en la misma categoría. Una mente que desea comprender la verdad, debe
estar libre de estas tres ilusiones: de la creencia organizada con su autoridad
y sus dogmas, de las ceremonias con su boato y su sensación, y de esas
ilusiones que, creadas por la propia mente, van acompañadas de satisfacciones y
de una destructiva felicidad. Cuando la mente se halla en verdad exenta de todo
prejuicio, cuando no busca una recompensa ni cultiva una deidad ni espera la
inmortalidad, entonces, en esa claridad de discernimiento, surge a la vida la
realidad.
Esta actitud
ultramundana basada en la fe y, por ende, en el temor, ha desarrollado creencias,
dogmas, ceremonias, y ha fomentado una moral dirigida a la seguridad
individual; su resultado es un sistema de evasiones respecto de este mundo de
conflicto y dolor. Ha generado pues, una división entre lo real y lo ideal,
entre el aquí de este mundo y el más allá, entre la Tierra y el cielo, entre lo
interno y lo externo. A causa de este concepto se ha desarrollado una moralidad
basada en el temor, en el afán adquisitivo, en la seguridad y el bienestar
individual aquí y en el otro mundo, así como una serie de valores inmorales,
hipócritas y enfermizos que están totalmente en desacuerdo con la vida. Esta
concepción de la existencia, junto con sus escapes, todo ello basado en la fe,
también priva al hombre de la verdadera experiencia de la realidad.
Una vez que usted ha
visto que un acto es totalmente necio, no vuelve sobre lo mismo. Si percibe
profundamente, como yo lo he hecho, la completa insensatez de las ceremonias,
jamás podrán volver a ejercer ninguna influencia sobre usted. Ninguna opinión,
así sea la de la mayoría, ninguna autoridad, ni de la tradición ni de las
circunstancias, puede persuadir en contrario a uno que ha discernido la
inutilidad de las ceremonias. Pero hasta tanto uno no haya visto completamente
su significado, volverá a ellas. Es lo mismo en relación con la Sociedad
Teosófica. La idea de la creencia organizada, con sus autoridades, su
propaganda, sus conversiones y su explotación, para mí es fundamentalmente
nociva.
Por favor, he expresado
por última vez mi opinión con respecto a las ceremonias. Repetimos esto una y
otra vez cada año, y no voy a responder más a ello. Puedo responderlo a aquellos
que lo escuchan por primera vez, pero no al oído acostumbrado, al hombre que ya
ha arreglado su mente para hacer lo que él quiere hacer y sólo necesita mi
confirmación. ¿Por qué me pregunta? Si quiere hacer algo y piensa que es
correcto, hágalo. Entonces descubrirá. Pero para descubrir, sea abierto al
respecto, sea franco, no hipócrita. No base sus acciones en la autoridad. No
practique ceremonias porque alguien haya dicho: “hay poder en las ceremonias”,
o porque usted mismo obtiene cierto estímulo y piensa que eso es algo
espiritual, divino. Para mí, no existe un poder espiritual externo, ni esa cosa
subjetiva que llamamos el “yo”, o el yo superior del cual derivamos poder.
Ambos son sensación. Y cuando la mente está libre tanto del objeto como del
sujeto, usted conocerá lo que es; entonces experimentará ese éxtasis del vivir
en el cual no existe el temor.
Además, ustedes han descartado ciertas ceremonias y han adoptado otras nuevas. Entonces, ¿por qué han abandonado las ceremonias viejas? Las han abandonado porque no los satisfacían, y han adoptado las ceremonias nuevas porque son más prometedoras, más atractivas, ofrecen una esperanza mayor. Nunca han dicho: “voy a descubrir el valor intrínseco de las ceremonias, ya sean hindúes, cristianas o de cualquier otro credo”. Para descubrir su valor intrínseco deben desechar las esperanzas, los atractivos que ofrecen, y examinar críticamente toda la cuestión. No puede existir esta actitud de aceptación. Uno acepta sólo cuando desea ganar, cuando está buscando consuelo, refugio, seguridad y, en esa búsqueda de seguridad, de consuelo, hace de la duda un impedimento, una ilusión que debe ser desterrada y destruida.