“…Los más de nosotros hacemos esta pregunta,
¿no es así? La mayoría de nosotros estamos confusos, y cuando preguntamos si la
vida tiene algún significado, queremos que se nos asegure que lo tiene o
deseamos que se nos diga el propósito, el objeto de la vida.
Ahora bien, ¿tiene la vida un objeto, un
propósito?, y ¿cuál es el estado de la mente que hace tal pregunta? Por cierto,
esto es mucho más importante que descubrir si la vida tiene significado.
Después de todo, ¿qué es la vida? ¿Puede ser abarcada por la mente? La vida es
pena y alegría, las sonrisas, las lágrimas y la lucha incesante; es la
extraordinaria profundidad y belleza de cada cosa y de ninguna. La vida es
inmensa, no puede ser abarcada por una mente pequeña, y es la pequeña mente que
formula esta pregunta. Porque la pequeña mente está confusa como lo estamos la
mayoría de nosotros, quiere saber cuál es el propósito de la vida. Como estamos
confusos en lo político, en lo económico y también en lo espiritual, en lo
íntimo, deseamos una directiva, queremos que se nos diga lo que debemos hacer,
y cuando preguntamos, la respuesta que recibimos es invariablemente confusa,
porque la mente confusa proyecta o interpreta la respuesta.
La cuestión no es pues, averiguar cuál es el
propósito, el significado de la vida, porque no podéis sujetar el viento en
vuestro puño, ni poner la inmensidad de la vida en un marco y adorarla. Pero lo
que sí podéis hacer es ver el estado de confusión en que estáis y descubrir cómo
hacerle frente. Una vez que comprendamos nuestra propia confusión, nunca
preguntaremos cuál es el significado de la vida, porque entonces estaremos
viviendo, no estaremos limitados por el tiránico molde de una sociedad determinada,
ya sea comunista o capitalista, y ese vivir mismo hallará su propia respuesta.
Una mente confusa que busca claridad sólo
hallará aún más confusión. Esto es así, ¿verdad? Si yo estoy confuso y busco un
camino, una orientación, el camino o la orientación serán también confusos.
Sólo una mente clara puede hallar el camino, si es que hay un camino, no una
mente confusa. Por cierto, eso es muy sencillo y evidente.
Luego, si comprendo que es inútil buscar una
orientación mientras estoy confuso, ¿seguiré buscándola? ¿O rehusaré acudir a
nadie para pedir orientación, porque veo que mi elección de un gurú, de un
político, de un libro o de ciertos valores, por basarse en mi propia confusión,
debe también ser confusa? Pienso pues, que es indispensable comprender la
totalidad de la propia confusión, no teóricamente, sino como una efectiva
experiencia.
El hecho es que estáis confusos, sólo que os
asusta reconocerlo; estáis nerviosos, aprensivos, porque si admitís que estáis
confusos no sabréis qué hacer; por consiguiente, os dejáis llevar por la acción
inmediata. Pero si os dais cuenta de la totalidad de vuestra propia confusión,
¿qué ocurre? Sabiendo que cualquier movimiento de una mente confusa sólo puede
crear más confusión, ¿no os detenéis? Entonces toda búsqueda cesa; y cuando una
mente confusa deja de buscar, la confusión también cesa y hay un nuevo
comienzo. Es muy sencillo, pero lo difícil es reconocer para uno mismo que está
confuso.
Así pues, ¿estáis experimentando, de hecho y
no solo verbalmente, este estado de confusión en que os halláis aprisionados?
Si es así, entonces no le preguntaréis a nadie cuál es el significado de la
vida. Si realmente veis vuestra propia confusión, si la experimentáis
efectivamente como un hecho, como una realidad, forzosamente dejaréis de
preguntar, de pedir, de buscar, y ese mismo acto de deteneros es el comienzo de
una clase enteramente nueva de indagación. Entonces la mente descubrirá el
extraordinario significado de la vida sin que se lo digan.
Actualmente queremos que otro nos saque de
nuestra confusión, pero nadie puede sacarnos de nuestra confusión. Mientras
haya elección tiene que haber confusión. Elegir indica confusión y, sin embargo,
nos enorgullecemos mucho de esa elección a la cual llamamos libre albedrío.
Únicamente la mente que no elige, sino que percibe directamente sin
interpretación, sin ser influida, sólo una mente así no está confusa y, por lo
tanto, puede proceder a descubrir y explorar lo incognoscible.
… Para descubrir pues, lo que es verdadero,
o cuál es el objeto de la vida, o para descubrir la verdad sobre la
reencarnación o cualquier problema humano, el investigador que exige la verdad,
que quiere conocer la verdad, tiene que ser muy claro en lo que atañe a sus
intenciones. Si sus intenciones son de buscar seguridad, confortación,
entonces, evidentemente, él no desea la verdad, porque la verdad podrá ser una
de las cosas más desoladoras y afligentes. El hombre que busca confortación no
quiere la verdad, sólo desea seguridad, protección, un refugio en el que no sea
perturbado. Pero el hombre que busca la verdad debe abrir la puerta a la
perturbación, a las tribulaciones, porque es sólo en momentos de crisis que hay
vigilancia, desvelo, acción. Sólo entonces se descubre y se comprende lo que
es.
… De suerte que toda nuestra investigación
sobre el objeto de la existencia, nuestra discusión acerca de si existe, o no, la
realidad, tiene muy escaso sentido si no hay comprensión de la mente, o sea, de
vosotros mismos. El problema, que es tan vasto, complejo e inmediato, está en
vosotros, y nadie salvo vosotros mismos puede resolverlo; ningún “gurú’ puede
darle solución, como tampoco ningún instructor, ningún salvador, ninguna
coacción organizada. La organización externa puede siempre ser derribada,
porque lo interior es mucho más fuerte que la estructura externa de la
existencia humana. Si no se comprende lo interior, el mero cambio en el tipo de
lo externo tiene muy poco sentido. Para producir una reorganización duradera en
las cosas externas, cada uno de nosotros debe empezar por sí mismo, y cuando
esa transformación interior se haya efectuado, lo externo puede ser
transformado con inteligencia, compasión y esmero.”
J. Krishnamurti