“… La vida nos parece demasiado vasta, demasiado vertiginosa para nosotros y nuestras perezosas mentes; nuestra lenta manera de pensar, los hábitos a que nos hemos acostumbrado crean invariablemente una contradicción dentro de nosotros, y tratamos de dictar condiciones a la vida. Y gradualmente, al continuar y aumentar esta contradicción y conflicto, nuestras mentes se vuelven más y más embotadas.
… Sin pasión no es
mucho lo que uno puede hacer, y la pasión es indispensable para investigar este
interrogante muy complejo acerca de lo que es la meditación. En el sentido en
que nosotros la entendemos y puede ser que le estemos dando un significado
diferente; la pasión surge cuando hay un total abandono del «yo» y el «tú», del
«nosotros» y el «ellos», y cuando ese abandono viene acompañado de un profundo
sentimiento de austeridad. No entendemos por austeridad la del sacerdote o la
del monje, cuya austeridad es dura, cruel, y está dirigida y sostenida mediante
el control y la represión. Estamos hablando de una pasión que es el resultado
de una austeridad que nada tiene que ver con la dureza. La mente austera es en
verdad una mente bella. La belleza es, asimismo, una cuestión bastante
compleja. ¡Hay tan poco de ella en nuestras vidas!
… Necesitamos una humildad extraordinaria
que contiene en sí esa peculiar cualidad que es la austeridad en la
observación. La austeridad que conocemos es áspera, brutal, se vuelve estrecha,
fanática, obstinada, dogmática; pero eso no es austeridad. Usamos la palabra
austeridad en el sentido de que una mente que ha observado, que ha visto lo que
es verdadero se encuentra, gracias a esa observación, en un estado de libertad
del cual surge la disciplina que es austera. Tiene que existir esa humildad
austera, y en ese nivel vamos a comunicarnos uno con otro. Ustedes no van a
aprender nada de quien les habla; si lo hicieran, él se convertiría en la
autoridad.
… Solo existe el color y no diferentes colores; solo existe el amor y no diferentes expresiones del amor; las diferentes categorías del amor no son el amor. Cuando el amor se divide al fragmentarse como divino y carnal, deja de ser amor. Los celos son el humo que ahoga el fuego, y la pasión se torna en algo estúpido cuando no hay austeridad, y la austeridad no existe si no hay abnegación, la cual es humildad dentro de una absoluta sencillez. Al mirar hacia abajo esa masa de color con los diferentes colores sólo hay pureza, por mucho que esta pueda fragmentarse; pero la impureza, por más que pueda modificarse, taparse, resistir, siempre seguirá siendo impura, como la violencia. La pureza no se halla en conflicto con la impureza. La impureza nunca puede llegar a ser pura, más de lo que la violencia puede llegar a ser no violencia. La violencia simplemente tiene que cesar.
… Todo lo que ustedes
han hecho, construido y producido es para el bienestar material, este tiene su
lugar, pero cuando se vuelve un fin en sí mismo, entonces el caos comienza. Uno
se pregunta si ustedes aman realmente a sus hijos. No se trata de lo que otros
hagan en otras partes del mundo, ese no es el punto. Puede que ustedes cuiden a
sus hijos cuando son muy jóvenes, que les den todo lo que quieren, que les den
el mejor alimento, y que así los echen a perder tratándolos como juguetes y
usándolos para la propia realización y disfrute. En esto jamás hay freno
alguno, nunca un sentimiento de austeridad, que de ningún modo es la ruda
severidad del monje. Ustedes tienen una idea de que ellos deben moverse
libremente, de que no deben ser reprimidos, de que no debe decírseles lo que
han de hacer; ustedes siguen lo que recomiendan los especialistas y dicen los
psiquiatras. Ustedes producen una generación sin ninguna restricción y cuando esta
se rebela, se sienten horrorizados o complacidos de acuerdo con el
condicionamiento de ustedes. De modo que son ustedes los responsables por todo
esto.
… Como sabe, señor, la austeridad de la
propia renuncia es belleza. Sin austeridad no hay amor, y sin esa renuncia, la
belleza carece de realidad. Por austeridad entendemos, no la rigurosa
disciplina del santo, del monje o del comisario político con su orgullosa
abnegación, o la disciplina que les da poder y reconocimiento; eso no es
austeridad. La austeridad no es rigurosa, no es una reafirmación disciplinada
de la importancia personal de uno, no es la negación de toda comodidad, o los
votos de pobreza y celibato. La austeridad es inteligencia suma, únicamente
puede existir cuando hay la propia renuncia, y eso no puede ser fruto de la
voluntad, de la elección, o de un intento deliberado. El acto de la belleza es
lo que genera el abandono, y es el amor lo que trae la profunda claridad
interna de la austeridad. La belleza es ese amor, y cuando hay amor toda
comparación y medida han terminado. Entonces ese amor, haga lo que haga, es
belleza.
… Veis que no puede haber abandono sin
austeridad. Pero no es la disciplinada austeridad del asceta, porque el asceta
está buscando poder, y por consiguiente es incapaz de abandono. Solo puede
haber abandono cuando hay amor, y el amor solo puede manifestarse cuando el
‘yo’ no es dominante. Así, la mente ha de ser muy sencilla, inocente, no hecha
inocente. La inocencia no es un estado que haya de producirse por la
disciplina, por el control, por ninguna forma de compulsión o represión. La
mente es fresca, inocente, solo cuando no está repleta con los recuerdos de
muchos siglos; y esto implica, seguramente, una extraordinaria sensibilidad, no
solo para una parte de la vida, que llamamos belleza, sino también para las
lágrimas, para el sufrimiento, para la risa, para las chozas de los pobres, y
para los cielos abiertos; es decir, para la totalidad de la vida.
… Cuando carecemos de
amor creamos una civilización en la que se busca la belleza de la forma, sin la
austeridad y vitalidad internas propias del simple olvido de uno mismo. No hay
tal olvido de nosotros mismos si nos inmolamos en la ejecución de buenas obras,
en ideales, en creencias. Estas actividades parecen estar libres del yo, pero
en realidad el yo sigue operando bajo la cubierta de diferentes rótulos. Solo
la mente inocente puede inquirir en lo desconocido.”
J. Krishnamurti