“… Tememos que sin el conocimiento
estaríamos perdidos, que no sabríamos cómo conducimos. Así, leyendo lo que los
sabios han dicho, mediante las creencias y experiencias de otras personas y
también mediante nuestras propias experiencias, paulatinamente construimos un
trasfondo de conocimiento que se vuelve tradición; y buscamos refugio detrás de
esta tradición. Pensamos que este conocimiento o que esta tradición es
esencial, y que sin eso estaríamos perdidos, no sabríamos qué hacer.
… La mente humana está fuertemente
condicionada por la cultura en que vive por sus tradiciones, por la condición
económica y, especialmente, por la propaganda religiosa. Se opone enérgicamente
a ser esclava de un dictador, o a la tiranía del Estado, pero se somete
voluntariamente a la tiranía de la Iglesia o de 1a Mezquita, o a los dogmas
psiquiátricos de última moda.
… Debemos investigar también la
naturaleza destructiva de la tradición, del hábito y de los reiterativos
procesos del pensamiento. Seguir, aceptar la tradición parece dar cierta
seguridad a nuestra vida, tanto a la externa como a la interna. La búsqueda de
seguridad por todos los medios posibles ha sido el motivo, el poder que ha
impulsado todas nuestras acciones. La exigencia de seguridad psicológica
eclipsa la seguridad física y la vuelve muy incierta. Esta seguridad
psicológica constituye la base de la tradición transmitida de una generación a
otra por medio de palabras, rituales, creencias - sean religiosas, políticas o
sociológicas. Raramente cuestionamos la norma aceptada, pero cuando alguna vez
lo hacemos, invariablemente caemos en la trampa de un nuevo patrón. Este ha
sido nuestro modo de vida: rechazar lo uno y aceptar lo otro. Lo nuevo es más
tentador y lo viejo se deja a la generación pasada. Pero tanto, una generación
como la otra están atrapadas en patrones, en sistemas, y éste es el movimiento
de la tradición. La misma palabra tradición implica conformidad, sea a lo
moderno o a lo antiguo. No hay tradiciones buenas o malas; sólo hay tradición,
la estéril repetición de rituales en todas las iglesias, templos y mezquitas.
Estos rituales carecen por completo de sentido, pero la emoción, el
sentimiento, el romanticismo, la imaginación les proporcionan color e ilusión.
… La creencia nace del temor o de
la tradición. De dos mil a diez mil años de propaganda, está hecha la
estructura religiosa de palabras, con sus rituales, dogmas y creencias. La
palabra llega a ser, entonces, extremadamente importante, y su repetición
hipnotiza al crédulo. Este siempre desea creer, aceptar, obedecer, sea malo o
bueno lo que se le ofrezca, dañino o beneficioso. La mente creyente no es
inquisitiva, y por eso permanece dentro de los límites de la fórmula o del
principio. Es como el animal que, atado a un poste, camina sólo hasta el límite
que le fija la soga.
… Por lo tanto, uno ha de demoler
los muros que lo mantienen preso en la tradición y descubrir por sí mismo qué
es lo real, lo verdadero. Tiene que experimentar y descubrir por su cuenta, y
no seguir meramente a alguien, por noble o estimulante que sea esa persona y
por feliz que uno pueda sentirse en su presencia. Lo importante es ser capaz de
examinar, no sólo aceptar, todos los valores creados por la tradición, todas
las cosas que la gente ha dicho que son buenas, beneficiosas, valiosas. En el
momento en que aceptan, empiezan a amoldarse, a imitar; y el amoldarse, el
imitar, el seguir, jamás pueden hacer que uno sea libre y dichoso.”
J. Krishnamurti