“… El contenido de la oración es
generalmente el mismo, aunque la intención que la anima varíe. Para la mayoría
de la gente, la oración es una súplica, un ruego, un pedido. ¿Tú haces eso?
¿Por qué rezas? Yo no digo que debas o no debas rezar, ¿pero por qué rezas? ¿Es
para lograr más conocimientos, más paz, para que el mundo esté libre del dolor?
¿Existe alguna otra forma de oración? Está la oración que en realidad no es
plegaria, sino irradiación de buena voluntad, de amor, de ideas. ¿Cuál de las
dos practicas tú?
Si tu oración es una súplica, una petición,
¿qué sucede entonces? Pides a Dios o a alguien que te llene la escudilla vacía,
¿no es cierto? Quieres que esa escudilla se llene según tus deseos. Quieres que
Dios la llene de acuerdo a tus deseos, de suerte que pides a Dios aquello que
tú quieres. No estás satisfecho con lo que ocurre, con lo que se te da. Tu
oración pues, es un simple pedido. Es un reclamo de que se te satisfaga. Lo que
quieres es estar satisfecho; por lo tanto, tu oración no es tal en absoluto.
Deseas simplemente recibir satisfacción. Por eso dices a Dios: “yo sufro;
complacedme, por favor; dadme mi hermano, mi hijo; hacedme rico, por favor”.
Perpetúas pues, tus propios reclamos. Eso no es oración.
Lo verdadero es que te comprendas a ti
mismo, que veas por qué pides y no qué es lo que pides, que veas por qué existe
en ti esa exigencia, ese instinto de implorar. Descubrirás entonces que, cuanto
más conozcas acerca de ti mismo en lo físico y en lo psicológico, cuanto más
sepas qué es lo que piensas, qué es lo que sientes, tanto más descubrirás la
verdad de “lo que es”. Es esa verdad la que te ayudará a ser libre.
… Ahora bien, si persistís en la repetición
de ciertas palabras o frases, hallaréis que la mente se aquieta mucho. Es un
evidente hecho psicológico que la quietud de la mente superficial es inducida
por la repetición. ¿Y qué ocurre entonces? El subconsciente puede tener una
respuesta para el problema que agita la mente superficial. Cuando esta se
aquieta, el inconsciente puede insinuar su solución y entonces decimos: ‘Dios
me ha respondido’. Es realmente fantástico, cuando llegáis a pensar en ello, el
que la insignificante y pequeña mente, presa en el dolor que ella misma se ha
acarreado, espere una respuesta de ‘aquello otro’, lo inmensurable, lo
desconocido. Pero nuestra petición es respondida, hemos encontrado una solución
y quedamos satisfechos. Esa es una de las formas de orar, ¿no es así? Pero,
¿oráis jamás cuando sois felices?
Cuando percibís las sonrisas y las lágrimas
de los que os rodean; cuando veis la belleza de los cielos, las montañas, los
ricos campos y el veloz movimiento de las aves; cuando hay gozo y deleite en
vuestro corazón, ¿os entregáis a lo que llamáis oración? Es claro que no. Y sin
embargo, ver la belleza de la tierra, notar el hambre y la miseria, darse
cuenta de todo lo que ocurre en torno nuestro, es también por cierto una forma
de oración. Tal vez tenga esto mucha más importancia, mucho más valor, porque
puede barrer las telarañas de la memoria, de la venganza, todas las acumuladas
estupideces del ‘yo’.
Mas una mente preocupada de sí misma y sus
designios, presa de sus creencias, sus dogmas, temores y celos, su ambición,
codicia, envidia, una mente semejante no es posible que se dé cuenta de esta
cosa extraordinaria llamada vida. Está atada por su propia actividad
egocéntrica; y cuando una mente así ora, tanto si es para tener una
refrigeradora como si es para que se resuelvan sus problemas, sigue siendo pobre
aun cuando pueda recibir una respuesta.
Para comprender un problema debéis
comprender al creador del problema, que sois vosotros mismos. El problema no
está separado de vosotros. De suerte que el comprenderos a vosotros mismos es
de suprema importancia; y para comprenderos a vosotros mismos no podéis
retiraros de la vida de relación, pues la convivencia es un espejo en el que os
veis a vosotros mismos. La convivencia es acción, no acción abstracta, sino
diaria acción; vuestras reyertas, vuestra ira, vuestra pena y, a medida que
comprendéis todo eso con relación a vosotros mismos, adviene la quietud de la
mente, la tranquilidad. En esa calma hay libertad. Y sólo con esa libertad
percíbese la verdad.
… La mayoría de la gente reza, todos
vosotros lo hacéis, sea en un templo, en vuestra habitación privada, o
sosegadamente en vuestro propio corazón. ¿Cuándo rezáis? Rezáis, por cierto,
cuando estáis en dificultades, ¿no es así? Cuando se os plantea un problema
serio, cuando estáis sumidos en el dolor, cuando no hay nadie que os ayude en
vuestra dificultad, cuando os sentís desdichados, cuando estáis confusos,
perturbados y deseáis que alguien os ayude a salir del paso, entonces rezáis.
Esto es, la oración es el clamor de todo ser humano que busca alguien que le
ayude a salir de su desdicha; de suerte que la oración es por lo general un
ruego, ¿verdad? Es una súplica a alguien que está fuera de vosotros mismos, a
un ente separado, para que ayude, y con ese ente deseáis estar unidos.
…La meditación no llega a través de la
repetición de alguna palabra, ni a través de lo que los hindús llaman
"mantras", o usted llama "oración"; las oraciones y los
mantras solo hacen que la mente se duerma. Cuando repite una y otra vez una
serie de palabras, uno mismo puede dormirse plácidamente, cosa que muchos
hacemos; y en esa condición soporífera creemos que hemos alcanzado el estado
más extraordinario. Pero eso no es meditación, eso solo es drogarse a sí mismo
con palabras. Uno también puede drogarse tomando ciertas sustancias químicas,
bebiendo alcohol o de otras maneras, pero como es evidente, eso tampoco es
meditación.
… La
meditación es el vaciado de la mente de lo conocido. No puede ser realizado por
el pensamiento ni a instancias del mismo, ni por el deseo en forma de oración,
ni por el hipnotismo abnegado de las palabras, las imágenes, las esperanzas y
las vanidades. Todas estas cosas tienen que terminar fácilmente, sin esfuerzo
ni elección, en la llama del darse cuenta.”
J. Krishnamurti
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