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LA NATURALEZA HUMANA

   “… Cuando se viaja alrededor del mundo, se observa hasta qué grado extraordinario la naturaleza humana es la misma, ya sea en India o en América, en Europa o Australia. Puede corroborarse este hecho especialmente en los colegios y universidades. Estamos produciendo, como por molde, un tipo de ser humano cuyo principal interés en la vida es encontrar seguridad, llegar a ser un personaje importante, o meramente divertirse con la mínima reflexión posible.
   Las ambiciones ocultas, las ilusiones a que la mente se aferra, las supersticiones de la religión y el conflicto aparentemente interminable que se desarrolla dentro de nosotros, forman también parte de nuestra estructura psicológica. Si somos ciegos a estos aspectos o los aceptamos como una parte inevitable de nuestra naturaleza humana, entonces permitiremos la existencia de una sociedad en la cual nosotros mismos nos convertiremos en sus prisioneros. De modo que esto es muy importante que se comprenda. Uno está seguro de que en todo el mundo cada estudiante ve el efecto del caos que nos rodea, y espera escapar hacia algún tipo de orden externo, aunque dentro de sí él pueda hallarse en completa confusión. Quiere cambiar lo de afuera sin cambiar él mismo, pero él es el origen y la continuación del desorden. Este es un hecho, no una conclusión personal.
   … ¿Piensa usted que este sistema ha surgido espontáneamente por sí mismo? Lo ha creado la naturaleza humana, como se la llama. Primero debe cambiar la naturaleza humana y no el sistema. Un sistema puede ayudar u obstaculizar, pero es el individuo el que debe fundamentalmente empezar a transformarse. Por cierto, si todos ustedes, por ejemplo, pensaran verdaderamente a fondo en toda la cuestión de la guerra, en este asesinato a gran escala, en este asesinato en uniformes, con sus condecoraciones, sus gritos de júbilo y orgullo, sus trompetas y estandartes, sus bendiciones de los sacerdotes; si reflexionaran y sintieran profundamente acerca de esto, percibiendo su crueldad y sus absurdos infantiles, su espantoso maltrato del hombre, forzándolo a convertirse en una máquina militar mediante los muchos recursos explotadores del nacionalismo y demás... si ustedes, como individuos, percibieran realmente este horror, seguramente rehusarían ser utilizados para fomentar la guerra y la explotación. No serían usados, explotados por la propaganda. Como individuos, perderían todo sentido de nacionalidad.
   … ¿Por qué estamos tan seguros de que ni ésta, ni la próxima generación, aún mediante la verdadera clase de educación, podrán lograr ninguna alteración fundamental en las relaciones humanas? Nunca lo hemos intentado, y como la mayor parte de nosotros aparentemente le tenemos miedo a la verdadera educación, no nos sentimos inclinados a hacer la prueba. Sin investigar realmente esta cuestión en su totalidad, afirmamos que la naturaleza humana no puede cambiarse, aceptamos las cosas como están y estimulamos al niño a que se ajuste a la sociedad actual; lo condicionamos a nuestros modos actuales de vida y esperamos que suceda lo mejor. ¿Pero puede considerarse educación esa conformidad con los valores del presente, que nos conducen a la guerra y al hambre?
   … Hasta que se vuelvan conscientes tanto de su medio actual como de su pasado y comprendan lo que ellos significan, no como elementos en contraste, lo cual sólo produciría reacciones falsas, sino como una totalidad coordinada, y hasta que sean capaces de responder profundamente a esta totalidad, no puede haber percepción del incesante movimiento de la vida.
   A la mayoría de nosotros nos falta equilibrio, tal como la mayoría es inconsciente de las numerosas capas de valores limitados que atan a la mente-corazón. Estos valores limitados mutilan al pensamiento y nos impiden comprender los valores infinitos, lo único que puede producir cordura e inteligencia. Aceptamos ciertas actitudes y acciones considerando que están de acuerdo con los valores humanos. Tomemos, por ejemplo, la competencia y la guerra. Si examinamos la competencia con sus muchas aplicaciones, vemos que proviene de la ignorante reacción de luchar contra otro; mientras que en la plenitud de la realización no puede existir este espíritu competitivo. Hemos aceptado el espíritu competitivo como formando parte de la naturaleza humana, y de él surgen no sólo la combatividad individual, sino también la lucha racial y nacional que, de este modo, contribuye a las numerosas causas de la guerra. A una mente presa en esta reacción primitiva, debe considerársela incapaz de un profundo ajuste a las realidades de la vida.
   … Usted dice que debería ponerse más el acento en el cambio de la organización social. Tal vez puedan hacerse reformas sociales de tipo superficial, pero el cambio radical o la paz duradera sólo podrán tener lugar cuando cambie el individuo mismo. Quizás usted diga que esto tomará un tiempo muy largo. ¿Por qué le preocupa el tiempo? En su avidez, usted desea resultados inmediatos, se interesa en los resultados y no en los medios y arbitrios; de ese modo, en su prisa, se convierta en el juguete de promesas vacías. ¿Piensa usted que la actual naturaleza humana, que ha sido el producto de siglos de maltrato, miedo e ignorancia, puede cambiar de la noche a la mañana? Unos pocos individuos pueden ser capaces de cambiar de la noche a la mañana, pero no una sociedad cristalizada. Esto no significa una postergación; el hombre que piensa de manera clara, directa, no se preocupa del tiempo.
   … Tenemos pues que considerar qué es lo que cambia, y lo que implica, en lo fundamental, esa palabra, «cambio». Como dije, cada uno de nosotros tiene una imagen de sí mismo, agradable o dolorosa, aduladora o condenatoria. Os ruego sigáis esto conmigo, os volváis conscientes de vuestra propia imagen y la observéis. No digáis: «Está en mi naturaleza el tener una imagen de mí mismo. Nací con ella, forma parte de mí, y yo no puedo cambiar», cosa que es puro disparate. La naturaleza humana puede cambiar de modo radical, fundamental, profundo. No existe eso de una imagen que sea «natural». Daos cuenta, pues, de la imagen que tenéis sobre vuestra persona.”
   J. Krishnamurti