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Y LA VERDAD ESTÁ AHÍ, DONDE NUNCA PONEMOS LA MIRADA

  

   “… Cuando le buscáis un objeto a la vida, en realidad os escapáis y no comprendéis qué es la vida. La vida es interrelación, acción en la interrelación; y cuando no comprendo la interrelación, o cuando la interrelación es confusa, busco un sentido más completo. ¿Por qué es tan vacía nuestra vida? ¿Por qué somos tan solitarios y nos vemos frustrados? Porque jamás hemos mirado dentro de nosotros mismos ni nos hemos comprendido. Nunca admitimos para nosotros mismos que esta vida es todo lo que conocemos, y que por lo tanto debiera ser comprendida plena y completamente. Preferimos huir de nosotros mismos, y es por eso que buscamos el objeto de la vida lejos de la interrelación. Mas si empezamos a comprender la acción, que es nuestra relación con la gente, con la propiedad, con las creencias e ideas, entonces hallaremos que la interrelación trae de por sí su propia recompensa. No tenéis que buscar. Es como buscar el amor. ¿Podéis encontrar el amor buscándolo? El amor no puede ser cultivado. Sólo encontraréis el amor en la convivencia, no fuera de ella; y es porque no tenemos amor que deseamos que la vida tenga un objeto. Cuando hay amor, que es su propia eternidad, entonces no hay busca de Dios, porque el amor es Dios.

   … Es porque nuestra mente está llena de tecnicismos y supersticiosas murmuraciones, que nuestra vida es tan vacía; y es por eso que buscamos un objeto más allá de nosotros mismos. Para encontrar el objeto de la vida debemos pasar por la puerta de nosotros mismos, pero consciente o inconscientemente evitamos enfrentar las cosas como son en sí mismas, y de ese modo deseamos que Dios nos abra una puerta que está más allá. Esta pregunta sobre el objeto de la vida la formula tan sólo aquél que no ama, y el amor sólo puede hallarse en la acción, que es interrelación.

   … El primer requisito es pues, la libertad, y no buscar el objeto de la vida. Es obvio que sin libertad no se le puede encontrar. Si no estamos liberados de nuestras pequeñas y mezquinas necesidades, de nuestros empeños, ambiciones, envidia y mala voluntad, si no nos vemos libres de esas cosas, ¿cómo es posible indagar o descubrir cuál es el objeto de la vida? ¿No es pues importante, que quien investigue el objeto de la vida, averigüe primero si el instrumento de investigación es capaz de penetrar en los procesos de la vida, en las complejidades psicológicas del propio ser? Porque eso es todo lo que tenemos, un instrumento psicológico adaptado a la satisfacción de nuestras propias necesidades. ¿No es así? Y como el instrumento está hecho de nuestros propios mezquinos deseos, como es el resultado de nuestras propias experiencias, inquietudes, ansiedades y mala voluntad, ¿cómo puede semejante instrumento encontrar la realidad? ¿No es importante, por consiguiente, si habéis de investigar el objeto de la vida, que averigüéis primero si el investigador es capaz de comprender o descubrir cuál es ese objeto? Yo no estoy invirtiendo los papeles, pero eso es lo que está implícito cuando inquirimos acerca del objeto de la vida. Cuando hacemos esa pregunta primero tenemos que averiguar si el que la hace, el inquiridor, es capaz de comprensión. 

   Ahora bien, cuando tratamos del objeto de la vida, vemos que por vida entendemos el estado extraordinariamente complejo de interrelación sin el cual no habría vida. Y si no comprendemos el pleno significado de esa vida, sus variedades, impresiones, etc., ¿de qué sirve inquirir acerca del objeto de la vida? Si yo no comprendo mi relación con vosotros, mi relación con los bienes y las ideas, ¿cómo puedo proseguir? Después de todo, señor, para encontrar la verdad o Dios o lo que os plazca, tengo primero que comprender mi existencia, la vida que hay en mí y en torno mío, pues de otro modo la búsqueda de la realidad se convierte en mero escape de la acción de cada día; y como la mayoría de nosotros no comprendemos la acción cotidiana, como la vida es para nosotros una penosa faena, dolor, sufrimiento, ansiedades, decimos: “por el amor de Dios, díganos cómo huir de eso”. Eso es lo que la mayoría de nosotros deseamos, un narcótico que nos haga dormir para que no sintamos los dolores y las penas de la vida. ¿He contestado vuestra pregunta sobre el objeto de la vida?

   … Ahora vamos a averiguar juntos si en nuestras relaciones diarias, en nuestra actividad cotidiana, no en alguna actividad teórica, sino real, se puede vivir sin causa. Examínelo, amiga mía, no me mire a mí, sino mírelo, mire primero la pregunta. Sabiendo que cuando digo: "Te quiero" porque me das algo a cambio, en esa relación de causalidad siempre está el fin de esa relación. Así que nos estamos preguntando: ¿existe una vida sin causa? Primero vea la belleza, la profundidad, la vitalidad de esa pregunta, no sólo las palabras. Hemos dicho que el amor no tiene causa, obviamente. Si le quiero porque me da algo es una mercancía, un objeto de mercado. ¿Puedo amarle entonces, puede haber amor sin querer conseguir nada físico, psicológico por dentro, nada en forma alguna? De modo que eso es amor, que no tiene causa y por lo tanto es infinito. ¿Comprenden? Al igual que la inteligencia no tiene causa, es infinita, intemporal, y así es también la compasión. Si esa cualidad existe en nuestra vida, toda nuestra actividad cambia por completo.

   … Por supuesto, si uno no cree en Dios es igual que el creyente, ambos sufren y pasan por el infortunio de una vida corta y vana, y la amargura de cada día convierte la vida en una cosa sin sentido. La realidad no se halla al final de la corriente del pensamiento, y el corazón vacío se llena con las palabras del pensamiento. Llegamos a ser muy listos inventando nuevas filosofías, y entonces nace la amargura con el fracaso de ellas. Inventamos teorías con el objeto de alcanzar lo ulterior. Y el devoto va al templo y se pierde en las fantasías de su propia mente. El monje y el santo no descubren la realidad, porque ambos son parte de una tradición, de una cultura que los reconoce como tales, santos y monjes. La paloma ha volado, y la belleza de la montaña de nubes desciende sobre la tierra, y la verdad está ahí, donde nunca ponemos la mirada.”

  J. Krishnamurti