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. . . VERÁN QUE POSEEN UNA EXTRAORDINARIA ENERGÍA PARA CAMBIAR LA ESTRUCTURA ENTERA DE SU SER, DE SU SOCIEDAD

    

   “… No quiero teorizar. Deseo descubrir si uno puede vivir realmente de un modo distinto, que no sea mecánico. ¿Cómo va uno a hacerlo? La única manera, tal como lo veo ahora, quizá eso cambie a medida que profundizo más en ello, es que debe cesar todo desperdicio de energía, porque para acabar con cualquier cosa necesito una energía enorme, como la necesito para escuchar. El ver sin la interferencia del pensamiento, sin la interferencia de mi condicionamiento, sin prejuicio; el ver mismo, es energía total. Para escuchar ese automóvil que pasa necesito una atención en la que no haya interferencia alguna; para atender por completo hace falta una energía inmensa, porque la atención total requiere energía no sólo neurológica, sino también mentalmente.

   … Hemos dividido la energía en humana y cósmica; uno es de cierta manera en su trabajo, y en su casa es una persona distinta; uno dice una cosa y hace la contraria; si es rico, quiere que se le adule; si es pobre, vive atemorizado. Todo esto es un hecho. Obsérvelo en su vida. Dividimos la energía constantemente. Y cuando se divide la energía, hay conflicto. Observen también esto en sí mismos, señores. Hay conflicto cuando uno crea una división entre su vida religiosa, su vida como empresario, como científico, político, cocinero, o lo que sea; forzosamente ha de ser así. ¿Lo ven? Y donde hay conflicto, la energía se disipa, se pierde.

   Cuando uno opone resistencia está malgastando su energía, y lo mismo sucede cuando escapa de lo que es, y cuando sigue a un gurú que le dice lo que debe hacer y lo que no, y vive sumido en esa histeria colectiva, en esa farsa que se ha creado en nombre de la religión. Entre lo que deberían ser y lo que son hay conflicto, puesto que hay división y, por tanto, lucha, dolor y miedo. Vemos, por una parte, que el conflicto es un derroche de energía, y por otra, que en el instante en que la energía se divide surge el conflicto.

   … Sé que eso lo complica, ¿no es así? ¿Por qué no ser muy sencillo? La energía del cuerpo, la energía del sexo, la energía del pensamiento... todo es energía. Es una sola cosa, únicamente nosotros la dividimos. ¿Por qué? Descúbralo, señor, ¿por qué la dividimos?

   … Es decir, dos clases distintas de energía, una para la llamada vida religiosa, espiritual, y otra clase de energía para la vida mundana. Y bien, no voy a contestar la pregunta. Vamos a averiguar si lo que usted está diciendo es un hecho. Usted dice que esas personas que son religiosas, que se ponen encima esas ridículas vestiduras, necesitan una clase de energía por completo diferente de la que requiere un hombre que viaja por ahí y gana dinero, o el hombre pobre que vive en una aldea. ¿Por qué divide las dos energías? ¿Puedo formular esa pregunta? La energía es energía, ¿verdad?, ya sea la energía eléctrica, o la que impulsa un motor, o la energía solar, o la energía de un río que fluye. ¿Por qué, entonces, divide usted la energía? ¿Es que el hombre con barba, con ropas extrañas, tiene más energía, o él está tratando de concentrar su energía en un punto particular? ¿Comprende, señor?

   … Usted relaciona el interés con la energía, y la falta de interés con la falta de energía. Muy pocos de nosotros nos interesamos verdaderamente en lo que hacemos. Los más derivamos nuestra energía del deseo de seguridad, de los ideales, de buscar un resultado, de realizar lo que ambicionamos, etc. Para casi todos eso es energía. Para el hombre que se ocupa en hacer el bien, su actividad le proporciona enorme energía, y cuando no tiene éxito se desespera; ambas cosas van siempre juntas. Esa energía siempre trae consigo depresión, frustración.

   Al darse cuenta de que esta forma de energía es muy destructiva, ¿no investigaría usted a fin de descubrir una energía que no esté acompañada de depresiones, frustraciones y desesperación? ¿Existe una energía semejante? Uno conoce la energía ordinaria con sus complicaciones, y ve esa energía que se produce al buscar un resultado; y si al verla uno la descarta, ¿eso en sí mismo no daría entonces origen a una investigación acerca de si hay otra forma de energía que no esté acompañada por la desesperación? Ese es el problema. Mire eso por un rato, considérelo, y retornemos a la primera pregunta.

   Al ver este mundo en llamas, el mundo en total confusión, y a cada político tratando de remendarlo, y cada remiendo con su agujero; si vemos la totalidad de esta situación, debemos tener una respuesta que también sea total. ¿Y de qué modo responde a esto usted como educador? ¿Responde con la energía que es destructiva o con la energía que no es destructiva?

   … Miren, ¡la energía es tan inmensa! La energía humana es energía cósmica; es la misma energía, la energía explosiva del universo. Nosotros hacemos uso de una parte ridículamente ínfima de ella, e incluso esa pequeñísima parte la hemos fragmentado al dividir nuestras vidas en «mi país y su país, mi dios y su dios, mis creencias y sus creencias, mi familia y la suya»; la poca energía que tenemos, la desperdiciamos, y nos morimos como seres miserables. Vean esta fragmentación, tan sólo vean que es un hecho. No pueden hacer nada al respecto, así que simplemente observen esa fragmentación en sus vidas. Si la observan en su totalidad, y la observan en silencio, desde la quietud, sin la más leve actividad del pensamiento, verán que poseen una extraordinaria energía para cambiar la estructura entera de su ser, de su sociedad.

   … El mundo soy yo, el mundo es el sí mismo, el mundo son las diferentes personalidades. Ahora bien, ¿qué ocurre cuando esto tiene lugar, no teóricamente sino de hecho? En primer lugar, hay una energía tremenda, una energía sin límites; no la energía generada por el pensamiento, no la energía nacida de este conocimiento, sino una clase totalmente distinta de energía, y entonces esa energía actúa. Esa energía es compasión, es amor. Ese amor y esa compasión son inteligencia, y esa inteligencia actúa”.

    J. Krishnamurti 

                
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