“… Creo que la mayoría
vemos la urgencia de una revolución interna, la única capaz de generar una
transformación radical en lo externo, en la sociedad. Este es el problema que
nos ocupa a mí y a todas aquellas personas con intenciones serias. Nuestro
problema es cómo producir una transformación fundamental y radical en la
sociedad, porque esa transformación externa no puede suceder sin una revolución
interna. Debido a que la sociedad siempre es estática, cualquier acción,
cualquier reforma que se realice sin esa revolución interna será igualmente
estática. Por eso, sin esa permanente revolución interna no hay esperanza; sin
ella la acción externa es reiterativa y tradicional. La acción de relacionarse
con los demás, con unos y otros, eso es la sociedad, y esa sociedad será
estática, no tendrá cualidades vivificantes mientras no se dé una revolución
interna permanente, esa transformación psicológica creativa. Como no se da esa
revolución interna permanente, la sociedad sigue siendo estática, cristalizada,
y por eso tiene que ser demolida constantemente.
… La sociedad no cambia
por el ejemplo. La sociedad puede reformarse, puede producir ciertos cambios
por medio de la revolución política o económica, pero solo el hombre religioso
puede crear una transformación fundamental en la sociedad; y el hombre religioso
no es aquel que practica el ayuno como ejemplo para impresionar la sociedad. El
hombre religioso no se interesa nada por la sociedad, porque esta se basa en la
adquisividad, la envidia, la codicia, la ambición, el miedo. Esto es, la mera
reforma del modelo de la sociedad cambia solo la superficie, produce una forma
más respetable de ambición. Por el contrario, el hombre verdaderamente
religioso está totalmente fuera de la sociedad porque no es ambicioso, no tiene
envidia, no sigue ningún rito, dogma ni creencia; y es solo un hombre así el
que puede transformar fundamentalmente la sociedad, no el reformador. El hombre
que se pone a dar ejemplo no hace más que engendrar conflicto, reforzar el
temor y producir diversas formas de tiranía.
Es muy extraño cómo
adoramos los ejemplos, los ídolos. No queremos lo que es puro, verdadero en sí
mismo; queremos intérpretes, ejemplos, maestros, gurús, como medio a través del
cual alcanzar algo, todo lo cual es puro disparate, y se utiliza para explotar
a la gente. Si cada uno de nosotros pudiera pensar claramente desde el
principio mismo, o nos pudiéramos reeducar para pensar claramente, entonces
todos estos ejemplos, maestros, gurús, sistemas, serían absolutamente
innecesarios, como lo son de todos modos.
Como veis, el mundo es,
desgraciadamente, demasiado para la mayoría de nosotros; nuestras
circunstancias pesan demasiado; nuestras familias, nuestro país, nuestros
líderes, nuestros puestos de trabajo nos atan, nos sujetan al engranaje, y
esperamos vagamente encontrar de alguna manera felicidad. Pero esta felicidad
no viene vagamente, no viene si estáis sujetos por la sociedad, si sois
esclavos del ambiente; viene solo cuando hay libertad de la mente, que no es
libertad de pensamiento. El pensamiento nunca es libre; pero la mente puede
serlo, y esa libertad viene, no mediante la penetración en las muchas capas de
lo inconsciente, analizando el recuerdo de incidentes y experiencias, sino tan
solo cuando hay completa atención. En el proceso de autoanálisis siempre tiene
que estar el analizador; pero el analizador es parte de lo analizado, como el
pensador es parte del pensamiento; y si no comprendéis la cuestión central, no
haréis más que aumentar los problemas y producir más desdicha.
… El patrón social lo establece el hombre;
no es independiente del hombre, aunque tiene vida propia, y el hombre no es
independiente de él; se encuentran interrelacionados. El cambio que se opere
dentro de ese patrón no será cambio en lo más mínimo; será solo la
modificación, una reforma. Solo separándonos del patrón social sin generar
ningún otro patrón podremos «ayudar» a la sociedad. Mientras pertenezcamos a la
sociedad, solo contribuiremos a su deterioro, Todas las sociedades, incluyendo
las más maravillosamente utópicas, poseen dentro de sí mismas las semillas de
su propia corrupción. Para cambiar la sociedad es necesario primero alejarnos
de ella. Debemos dejar de ser lo que la sociedad es, codiciosa, ambiciosa,
envidiosa, buscadora del poder, etc.
… En un mundo de vastas organizaciones,
enormes movilizaciones de personas, grandes movimientos de masas, tememos
actuar en pequeña escala; nos atemoriza ser personas sin importancia que
limpian y despejan su propia parcela. Nos decimos: «¿Qué puedo hacer
personalmente? Para poder hacer reformas debo unirme a un movimiento de masas».
Por el contrario, la verdadera revolución tiene lugar no por obra de
movimientos de masas, sino por medio de una revolución interna de la relación;
solo esa es una verdadera reforma, una revolución radical y constante. Tememos
comenzar a actuar en una escala pequeña. Debido a que el problema es tan vasto,
pensamos que debemos encararlo con gran cantidad de personas, con una gran
organización, con movimientos de masas. Por cierto, tenemos que empezar a abordar
el problema a una escala pequeña, y la escala pequeña es el «yo» y el «tú».
Cuando me comprendo a mí mismo, comprendo al otro, gracias a esa comprensión
adviene el amor. El amor es el factor ausente; hay falta de afecto, de calidez
en la relación. A causa de que nos falta ese amor, esa ternura, esa
generosidad, esa piedad en la relación, escapamos hacia la acción de masas, la
cual produce más confusión, más desdicha. Llenamos nuestros corazones con
planes para la reforma del mundo, y no prestamos atención a ese único factor
resolutivo, que es el amor.
Ahora bien, el hecho de
que esto está ocurriendo en todas partes del mundo, significa que nosotros, los
ciudadanos y educadores que somos responsables de los gobiernos existentes, no
nos preocupamos fundamentalmente con respecto a si hay libertad o esclavitud,
paz o guerra, bienestar o miseria para el hombre. Queremos una pequeña reforma
aquí y allá; pero la mayor parte de nosotros tememos destruir la sociedad
actual y edificar una estructura completamente nueva, porque esto
necesariamente conllevaría una transformación radical en nosotros mismos.”
J. Krishnamurti