“… La verdad, ¿es la continuación, el
cultivo de la memoria? ¿O la verdad puede descubrirse sólo cuando la mente se
halla por completo quieta, silenciosa? Cuando mi mente no está presa en los
recuerdos, cuando no cultiva la memoria como el centro del reconocimiento, sino
que está atenta a todo lo que digo, a todo lo que hago en mis relaciones, en
mis actividades, viendo la verdad de todo tal como se manifiesta de instante en
instante, ese es, por cierto, el camino de la meditación, ¿verdad? Hay
comprensión tan sólo cuando la mente está quieta, y la mente no puede estar
quieta mientras se desconoce a sí misma. Ese desconocimiento no se disipa
mediante ninguna forma de disciplina, ni yendo en pos de ninguna autoridad,
antigua o moderna. Las creencias sólo generan resistencia, aislamiento, y donde
hay aislamiento no es posible que haya serenidad. La serenidad interna adviene
únicamente cuando comprendo todo el proceso de mí mismo, las diversas entidades
que componen el «yo» y están en conflicto la una con la otra. Como esta es una
tarea ardua, recurrimos a otros para aprender distintos trucos, a los que
llamamos «meditación». Los trucos de la mente no son la meditación. La
meditación es el principio del conocimiento propio; sin meditación, no hay
conocimiento propio.
… Voy a investigar, paso a paso, qué es la
meditación. Por favor, no espere hasta el final confiando en tener una
descripción completa de cómo meditar. Lo que estamos haciendo ahora forma parte
de la meditación. Y bien, lo que uno debe hacer es estar atento al pensador, no
tratar de resolver la contradicción produciendo una integración entre el
pensamiento y el pensador. El pensador es la entidad psicológica que ha
acumulado experiencia como conocimiento; es el centro que nos ata al tiempo, y
es el resultado de la siempre cambiante influencia ambiental; desde este centro
el pensador mira, escucha, experimenta. En tanto uno no comprenda la estructura
y anatomía de este centro, el conflicto es siempre inevitable, y una mente en
conflicto no puede comprender la profundidad y belleza de la meditación.
En la meditación no puede haber un pensador,
lo cual implica que debe terminarse el pensamiento, el pensamiento urgido por
el deseo de alcanzar un resultado. La meditación no tiene nada que ver con
alcanzar un resultado. No es cuestión de respirar de una manera especial o de
mirarse la nariz o de despertar el poder de realizar ciertos trucos, y todo lo
demás de ese inmaduro disparate. La meditación no es algo separado de la vida.
Cuando usted conduce un auto, o se encuentra sentado en el autobús, cuando está
charlando sin objeto, cuando camina a solas por el bosque o contempla una
mariposa llevada por el viento..., si está pasivamente alerta a todo eso, ello
forma parte de la meditación.
… No sé si alguna vez ha considerado o
examinado todo el proceso de la verbalización, el proceso de nombrar. Si lo ha
hecho habrá encontrado que es una cosa interesante, sorprendente y muy
estimulante. Cuando damos un nombre a cualquier cosa que experimentamos, vemos
o sentimos, la palabra se vuelve extraordinariamente significativa, y la
palabra es tiempo. El tiempo es espacio, y la palabra es el centro de ello.
Todo pensar es verbalización, pensamos en palabras. ¿Puede la mente liberarse
de la palabra? No diga: ¿cómo he de liberarme?
Eso no tiene sentido. Formúlese esa pregunta
a sí mismo y vea cuán esclavos son ustedes de palabras tales como India, Gita,
comunismo, cristiano, ruso, estadounidense, inglés, la casta inferior y la
casta superior a la de uno. La palabra amor, la palabra Dios, la palabra
meditación; qué significado extraordinario hemos dado a estas palabras y cuán
esclavos somos de ellas.
… El pensamiento existe sólo en palabras o
en imágenes. La meditación exige la más extraordinaria de las disciplinas, no
la disciplina de la represión y el ajuste, sino esa que surge cuando uno
observa su pensar, cuando hay una observación del pensamiento. Esa observación
misma trae su propia disciplina, una disciplina extraordinaria, sutil, que es
absolutamente necesaria.
Señor, usted puede hacerlo en cualquier
momento. Puede hacerlo cuando está sentado en un autobús; o sea, que puede
prestar atención, observar, estar atento a lo que pasa a su alrededor y a lo
que ocurre dentro de usted, puede estar alerta a todo ese movimiento. Vea, la
meditación es en realidad una forma de vaciar la mente de todo lo conocido. Sin
esto, usted no puede dar con lo desconocido. Para ver algo nuevo, totalmente
nuevo, la mente tiene que vaciarse de todo el pasado. La Verdad, o Dios, o
cualquier nombre que uno quiera darle, debe ser algo nuevo, no el resultado de
la propaganda, del condicionamiento. El cristiano está condicionado por dos mil
años de propaganda, el hindú, el budista, están igualmente condicionados. De
modo que para ellos Dios o la Verdad es el resultado de la propaganda. Pero eso
no es la Verdad. La Verdad es algo que vive día a día. Por lo tanto, la mente
debe vaciarse para poder mirar la Verdad.
… La persecución de su propia realización en
el tiempo, es lo que impide la generosidad de la mente. Y uno necesita tener
una mente generosa; no sólo una mente amplia, llena de espacio, sino también un
corazón que se entregue sin pensarlo, sin un motivo, y que no busque ninguna
recompensa a cambio. Pero ese dar, por poco o mucho que uno tenga, esa
condición de espontaneidad expansiva sin restricción alguna, sin retener nada,
es indispensable. No puede haber meditación sin generosidad, sin bondad, lo
cual implica estar libre de orgullo, no trepar jamás la escalera del éxito, no
saber nunca qué es ser famoso. Es morir para todo lo que uno ha logrado, morir
en cada minuto del día. Sólo en un suelo así de fértil puede crecer y florecer
la bondad. Y la meditación es el florecimiento de la bondad.
… En la meditación, la imaginación no tiene cabida; es necesario dejarla completamente a un lado, porque la mente que se encuentra atrapada en la imaginación puede producir solamente ilusiones. La mente debe ser clara, sin movimiento; y es a la luz de esa claridad donde se revela lo eterno.”
J. Krishnamurti