Viernes 26 Septiembre 18 a 20 h.
“… Veamos
qué entendemos por oración; luego averiguaremos cuál es su objeto. ¿Qué
entendéis por oración? ¿Cuándo oráis? No cuando sois felices, ni cuando estáis deleitados,
ni cuando en vosotros hay alegría o placer. Rezáis tan sólo cuando os halláis
en confusión, en dificultades, y entonces vuestra plegaria es una petición. Un
hombre en dificultades reza, lo cual significa que él implora, que necesita
ayuda. Suplica, pide que se le consuele. De suerte que el hombre que está
contento, que es feliz, el hombre que ve muy claramente y comprende la realidad
en la acción de cada día, un hombre así no tiene necesidad de rezar. No rezáis
cuando estáis gozosos, no rezáis cuando hay deleite en vuestro corazón. Sólo
rezáis cuando hay confusión, o bien vuestro rezo es una súplica mendicante, un
pedido de ayuda, de consuelo, de alivio. ¿No es así? En otros términos, estáis
confusos, y queréis que alguna fuerza externa os saque de esa confusión.
Deseáis que alguien os ayude, y cuantos más elementos psicológicos hay en
vuestro problema, tanto más urgente es el reclamo de ayuda exterior. De suerte
que imploráis a Dios, o si sois personas modernas, recurrís a un psicólogo; o
bien, para escapar a esa confusión, repetís una cantidad de palabras.
Asistís a
diversas reuniones donde se reza, y donde sois pastoreados y colocados en
cierto estado hipnótico, y creéis que tenéis la respuesta. Se trata de hechos
reales. No estoy inventando, no hago sino mostrar lo que implica eso que
entendéis por oración. Así como recurrimos a un médico en caso de dolencia
física, cuando nos hallamos en estado de confusión psicológica nos evadimos
hacia el hipnotismo en masa, o imploramos ayuda a alguna fuerza externa. Es eso
lo que hacemos, ¿verdad? Estoy pensando en alta voz por vosotros, nada os
impongo. De suerte que nuestra oración no va dirigida a la verdad, sino a una
fuerza externa que llamamos guía, “gurú” o Dios. Esto es, cuando estamos
apenados, en conflicto psicológico, recurrimos a alguien. Es el instinto
natural de un chico que recurre a su padre para que lo ayude. Cuando no
comprendo mis relaciones con la gente, cuando me hallo en estado de confusión,
llamo a alguien que me ayude. Eso es un instinto natural, ¿no es cierto?
… ¿Qué
sucede cuando rezáis? ¿Qué hacéis cuando rezáis? Repetís ciertas palabras,
ciertas frases. ¿Qué le ocurre a la mente cuando repetís sin cesar ciertas
oraciones? Mediante la repetición de frases, la mente es aquietada. No está
quieta, sino aquietada. Hay una diferencia entre una mente quieta y una mente
aquietada. La mente aquietada por la repetición ha sido hipnotizada, compelida
al silencio. ¿Y qué ocurre cuando la mente, hipnotizada, entra en silencio?
¿Qué sucede cuando la mente es aquietada de un modo artificial? ¿Lo habéis
pensado? Pensadlo bien y ved adonde ello conduce. Tenéis que prestar un poco de
atención, que experimentar con vosotros mismos y no ser distraídos por los que
entran y salen.
Bueno, ¿qué
le sucede a una mente que es aquietada? Esto es, tenéis un problema y deseáis
hallar una respuesta. Por eso rezáis, lo cual es una repetición de ciertas
frases, y gracias a eso la mente se ve aquietada. ¿Qué relación hay entre esa
mente hipnotizada y el problema? Os ruego prestéis a esto un poco de atención.
Deseáis hallar una respuesta al problema y por lo tanto empleáis, cantáis
ciertas palabras para aquietar la mente; es decir, queréis una respuesta
satisfactoria al problema, una respuesta que resulte grata, no una respuesta
que os contradiga. Así pues, cuando oráis y aquietáis la mente por medio de
palabras, buscáis una respuesta que sea satisfactoria. Ya habéis concebido la
respuesta, que tiene que ser satisfactoria; hallaréis, por consiguiente, tal
respuesta. Ved, señores, por favor, la importancia de esto. Vosotros creáis lo
que deseáis, embotando y aquietando la mente. Forzando la mente a rezar ya
habéis establecido lo que queréis, una respuesta que sea satisfactoria,
apacible, completamente grata. Por lo tanto, la mente que busca una respuesta al
problema mediante la oración encontrará la respuesta que sea satisfactoria;
ello está pues, arreglado, y decís que la respuesta es de Dios. Es por eso que
los dirigentes políticos gritan que ellos representan a Dios, o que Dios les ha
hablado directamente; por haberse identificado con el país, obtienen una
respuesta satisfactoria.
¿Qué le sucede pues, a una mente que no está dispuesta a comprender el problema y de ese modo busca la respuesta de una fuerza externa? Consciente o inconscientemente, ella consigue una respuesta satisfactoria, de otro modo rechazaría la respuesta. Esto es, los que rezan buscan satisfacción, y son por lo tanto incapaces de comprender el problema en sí. Cuando la mente es aquietada mediante la oración, lo inconsciente, que es el residuo de vuestras propias conclusiones satisfactorias, se proyecta en la mente consciente, y por eso vuestra oración recibe respuesta. Cuando rezáis pues, buscáis una evasión, la felicidad; y la fuerza externa que os responde es vuestra propia satisfacción, vuestra propia identificación, consciente o inconsciente, con un determinado deseo que queréis satisfacer .
… Así pues, el hombre que quiere comprender cualquier problema, sólo puede comprenderlo cuando la mente está quieta y no toma partido. Cuando queréis comprender el problema del desempleo, de la miseria humana, no podéis tomar partido. Pero vuestros políticos desean que lo toméis. Si es que habéis de comprender el problema, no puede haber bandos, porque el problema no es asunto de opinión, no exige una ideología. Exige que lo consideréis claramente para comprender su contenido, y no podéis comprender el contenido de un problema si tenéis un tamiz ideológico entre vosotros y el problema. De un modo análogo, la oración sin conocimiento propio conduce a la ignorancia, a la ilusión. El conocimiento propio es meditación, y sin conocimiento propio no hay meditación. La meditación no consiste en fijar la mente en algún objeto; meditar es comprender `lo que es´ en la vida de relación. Entonces la mente no necesita que se la fuerce a estar quieta. Entonces la mente es en extremo sensible, y por lo tanto altamente receptiva. Pero el disciplinar la mente para que esté quieta destruye la sensibilidad.”
J. Krishnamurti