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DIÁLOGO: ¿QUÉ ES EL YO?

                     VIERNES, 7 de FEBRERO           c/León, 3           Hora 19:00

   "La búsqueda de poder, de posición, la autoridad, la ambición y demás, son formas del «yo» en todas sus diferentes expresiones. Pero lo que importa es comprender el «yo», y estoy seguro de que todos estamos convencidos de eso. Si me permiten agregar algo aquí, seamos serios con respecto a esta cuestión; si ustedes y quien les habla, como individuos, no como un grupo de personas que pertenecen a clases sociales, a ciertas sociedades, a determinadas divisiones climáticas, podemos comprender esto y actuar sobre ello, yo siento que habrá una verdadera revolución. Tan pronto eso se vuelve universal y se organiza mejor, el «yo» se refugia ahí; mientras que si ustedes y yo, como individuos, podemos amar, podemos llevar a cabo esto de manera efectiva en nuestra vida cotidiana, entonces surgirá a la existencia esa revolución que es tan fundamental.
… ¿Saben ustedes qué entiendo por el «yo»? Entiendo por el «yo» la idea, el recuerdo, la conclusión, la experiencia, las diversas formas de las intenciones, tanto las que se pueden nombrar como las innombrables, el esfuerzo consciente de ser o de no ser esto o aquello, la memoria acumulada del inconsciente: lo racial, el grupo, el individuo, el clan, y la totalidad de ello, ya sea proyectado exteriormente en la acción o proyectado espiritualmente como virtud; el esforzarse tras todo esto es el «yo». Ello incluye la competencia, el deseo de ser. Ese proceso íntegro es el «yo»; y cuando nos enfrentamos con él, sabemos realmente que es algo maligno. Uso la palabra maligno intencionalmente, porque el «yo» es divisivo; el «yo» lo encierra a uno en sí mismo; sus actividades, por nobles que sean, separan y aíslan. Sabemos todo esto. También sabemos cuán extraordinarios son los momentos en que el «yo» se halla ausente, en que no hay sentido alguno de esfuerzo; ello ocurre cuando hay amor.
… El yo se esconde de muchas maneras, en cualquier rincón. El yo puede esconderse en la compasión, en irse a vivir a la India para cuidar de los pobres, porque entonces el yo se vincula a cierta idea, a una fe, a una conclusión, a una creencia. El yo posee muchas máscaras: la máscara de la meditación, la máscara de lograr lo más elevado, la máscara de estar iluminado y creer saber de lo que se está hablando. Todas esas preocupaciones por la humanidad son también otra máscara. Por tanto, uno ha de tener un cerebro extraordinario, sutil y rápido para ver dónde se esconden las máscaras. Se requiere una gran atención, mucha, muchísima observación.
… El yo está hecho de los propios deseos, codicias, ambiciones, motivos, envidias, y de las creencias a que se aferra la mente. Y es, por cierto, esencial conocer todo ese proceso, consciente tanto como inconsciente, antes de que pueda uno descubrir nada nuevo. Y, sin embargo, no nos interesa eso. No nos interesa el autoconocimiento, el conocer las modalidades de nuestras propias mentes. Por el contrario, siempre estamos escapando de eso, e imponiendo a la mente ciertas normas, con arreglo a las cuales tratamos de vivir.
… Lo que debemos reconocer es que no sólo estamos condicionados por el entorno, sino que somos el entorno, no existimos aparte de él. Nuestros pensamientos y respuestas están condicionados por los valores que la sociedad, de la que formamos parte, nos ha impuesto. Nunca vemos que somos la totalidad del entorno, porque en nosotros hay varias entidades, todas ellas evolucionando alrededor del yo, del ego. El ego está compuesto de estas entidades, las cuales sólo son deseos en distintas formas. De esta conglomeración de deseos surge la figura central, el pensador, la voluntad del "yo" y de lo "mío", y de esa forma se establece una división entre el ego y el no-ego, entre el yo y el entorno o sociedad. Esta separación es el inicio del conflicto interno y externo. Darse cuenta de todo este proceso, tanto del consciente como del oculto, es meditación; y a través de esta meditación, el ego, con sus deseos y conflictos, es trascendido. El autoconocimiento es necesario, si uno va a liberarse de las influencias y valores que cobijan al ego; y sólo en esta libertad hay creación, verdad, Dios o lo que se les antoje.
… Desde luego que el principio de la sabiduría es el conocimiento de sí mismo. Sin conocer nuestro yo, el cual es una entidad muy compleja, todo pensar tiene muy escaso sentido. Si la mente no conoce sus propios prejuicios, vanidades, temores, ambiciones, codicias, ¿cómo podrá ser capaz de descubrir lo que es verdadero? Lo único que puede hacer es especular sobre qué es verdad, tener creencias, dogmas, ponerse restricciones, pensar mecánicamente, seguir la tradición y crear por ello cada vez más y más problemas. Por consiguiente, lo importante es comprender los hábitos del yo; y comprender el yo no es cambiarlo, ni negarlo o dominarlo, sino observarlo. Si quiero comprender algo, no puedo condenarlo, ¿verdad? Si quiero comprender a un niño, no debo condenarlo ni compararlo con otro chico; tengo que estudiarlo, observarlo, darme cuenta de todos sus hábitos.
… Ante la majestad de las grandes rocas y de los hermosos valles y ríos, en ese momento, el yo está ausente. Así, la montaña ha alejado al yo, tal como el juguete aquieta al niño. Esa montaña, ese río, la profundidad de los valles azules, disipan por un segundo todos nuestros problemas, nuestras vanidades y afanes. Entonces decimos: “¡Qué bello es eso!” ¿Pero existe la belleza sin que uno esté absorto por cosa alguna? O sea, la belleza está donde no está el yo."
   J. Krishnamurti