“… Vamos a considerar
juntos la cuestión del miedo. Pero antes de investigar eso, pienso que
deberíamos aprender el arte de escuchar. Cómo escuchar, no sólo al que les
habla, sino escuchar a esos cuervos, escuchar el miedo, escuchar nuestra música
favorita, escuchar a nuestra esposa o a nuestro marido. Porque en realidad, no
escuchamos a la gente; sólo lo hacemos con indiferencia y llegamos a alguna
clase de conclusión, o buscamos explicaciones, pero jamás escuchamos de verdad
lo que otra persona está diciendo. Siempre traducimos lo que dicen los demás.
Mientras consideramos juntos el muy complejo problema del miedo, no vamos a
quedar atrapados en demasiados detalles, sino que investigaremos el movimiento
total del miedo y el modo de comprenderlo, tanto verbalmente como, de hecho.
Hay una diferencia entre la comprensión de las palabras y la comprensión del
estado real del miedo. Somos propensos a hacer una abstracción del miedo; o
sea, a convertirlo en una idea. Pero aparentemente, jamás escuchamos la voz del
miedo, que nos está contando su historia. De modo que vamos a conversar juntos
acerca de todo eso.
… Estamos viviendo en
una pequeña aldea, cuenta muchísimo lo que nuestro vecino piensa de nosotros.
Hay miedo de no ser capaces de realizarnos, de no lograr lo que queremos, de no
alcanzar el éxito. Ustedes conocen los distintos tipos de miedo. La mera
resistencia al miedo no termina con el miedo. Verbal, intelectualmente, podemos
ser lo bastante ingeniosos como para racionalizar el miedo y construir un muro
contra él; aun así, detrás de ese muro el miedo nos roe constantemente. A menos
que nos liberemos del miedo, no podremos pensar, sentir ni vivir como es
debido. Ustedes están viviendo en la oscuridad. Las religiones han cultivado el
miedo mediante el infierno y todo eso. Está el miedo al Estado y a su tiranía. Uno tiene que pensar en el
público, en el Estado, en los dictadores, en las personas que saben qué es
bueno para uno, el Gran Hermano, el Gran Padre. ¿Es posible estar verdadera y
completamente libres de miedo? Si pueden considerar eso, podrán aprender al
respecto. Si dicen: "No puedo librarme del miedo, ¿qué debo hacer?",
no hay problema; alguien les dirá lo que deben hacer, pero ustedes dependerán
siempre de esa persona. Y así entrarán en otro campo del miedo.
… Me pregunto si han advertido que casi
todos deseamos alguna clase de seguridad psicológica. Queremos seguridad,
alguien en quien apoyarnos. Como un niño pequeño se toma la mano de su madre,
así queremos algo a lo cual aferrarnos; queremos que alguien nos ame. Sin una
sensación de seguridad, sin una garantía mental, nos sentimos perdidos, ¿no es
así? Estamos acostumbrados a apoyarnos en otros, a esperar que otros nos guíen,
nos ayuden; y sin esta sustentación estamos confundidos, atemorizados, no
sabemos qué pensar, cómo actuar. En el momento en que quedamos abandonados a
nosotros mismos, nos sentimos solos, inseguros, perplejos. De esto surge el
temor, ¿no es cierto? Entonces, queremos algo que nos dé sensación de
seguridad, y para ello tenemos defensas de muchas clases diferentes. Tenemos
protecciones tanto internas como externas.
Cuando cerramos las ventanas y las puertas
de nuestra casa y permanecemos dentro, nos sentimos seguros, a salvo, sentimos
que no nos molestan. Pero la vida no es eso. La vida está golpeando
constantemente a nuestras puertas, trata de abrir nuestras ventanas para que
podamos ver más; y si a causa del temor cerramos las puertas y echamos el
cerrojo a todas las ventanas, los golpeteos sólo se vuelven más fuertes aún.
Cuanto más estrechamente nos aferramos a la seguridad en cualquiera de sus
formas, más viene la vida y nos empuja. Cuanto más miedo tenemos y nos
encerramos en nosotros mismos, mayor es nuestro sufrimiento, porque la vida no
nos dejará tranquilos. Queremos estar seguros, pero la vida dice que no podemos
estarlo; y así es como comienza nuestra lucha.
Buscamos seguridad en la sociedad, en la
tradición, en la relación con nuestros padres y nuestras madres, con nuestras
esposas y nuestros maridos; pero la vida se abre paso siempre por los muros de
nuestra seguridad. También buscamos seguridad o consuelo en las ideas, ¿no es
así? ¿Han observado de qué modo aparecen las ideas y cómo la mente se aferra a
ellas? Uno tiene una idea de algo hermoso que vio cuando salió a dar un paseo,
y su mente regresa a esa idea, a ese recuerdo. Uno lee un libro y se forma una
idea a la que se aferra. Ustedes tienen que ver cómo surgen las ideas y cómo se
convierten en medios de consuelo y seguridad interior, en algo a lo cual la
mente se aferra.
… El miedo está siempre con nosotros, ¿no es
cierto? Miedo de la oscuridad, de nuestro vecino, de la opinión pública, miedo
de perder la salud, de no tener capacidad, miedo de ser un nadie en este mundo
monstruoso, adquisitivo, agresivo; miedo de no llegar, de no alcanzar cierto
estado de suprema dicha, de gloria, de no alcanzar a Dios o lo que sea. Y,
desde luego, existe el miedo final de la muerte. Por el momento, no discutimos
la muerte, sino que sólo tratamos de ver, de poner al descubierto el miedo.
Obviamente, el miedo siempre existe en relación con alguna otra cosa. No existe
el miedo por sí mismo, per se. Hay docenas de temores, todos en relación
con algo. Y, ¿es posible permanecer completamente solo, es posible que la mente
esté sola por completo sin aislarse, sin levantar murallas, torres de marfil en
torno suyo? Una mente está sola cuando ya no busca seguridad. ¿Y puede ella
liberarse así por completo de todo temor?
… El miedo existe cuando hay medida, cuando
uno se evalúa a sí mismo comparándose con alguien más: «No soy tan inteligente
como algún otro y quiero ser como él», «tengo miedo de no lograrlo», todo esto
es el movimiento del tiempo, el cual es medida, es comparación. De modo que la
medida, el tiempo, la comparación, la imitación, generan miedo, y ese tiempo,
esa medida, esa comparación son el movimiento del pensamiento, así que el
pensamiento es la raíz misma del miedo; por favor, vean la lógica, el
razonamiento de esto.
… El miedo corrompe la
inteligencia y es una de las causas de la egolatría.”
J. Krishnamurti