“… La esencia de la
religión es lo sagrado, que no tiene nada que ver con las organizaciones
religiosas, ni con la mente presa y condicionada por una creencia, por un
dogma. Para una mente así nada es sagrado excepto el Dios que ella ha creado,
o el rito que ha confeccionado, o las diversas sensaciones que deriva de la
oración, del culto, de la devoción. Pero estas cosas no tienen nada de sagrado.
No hay nada sagrado en el dogmatismo, en el ritualismo, en lo sentimental o
emotivo. Lo sagrado es la esencia misma de una mente religiosa, y eso es lo que
vamos a descubrir esta mañana. No nos interesa lo que se dice que es sagrado,
el símbolo, la palabra, la persona, el cuadro, una determinada experiencia,
cosas todas que son pueriles, sino la esencia; y eso requiere por parte de
cada uno de nosotros una comprensión que viene por la observación o el darse
cuenta, primero, de las cosas exteriores.
… ¿Qué entendemos por oración? Una parte de
la oración es súplica, petición, demanda. Estando en un aprieto, en
sufrimiento, y queriendo que se os consuele, oráis. Estáis confusos y queréis
claridad. Los libros no os satisfacen, el gurú no os da lo que queréis, de modo
que oráis; es decir, suplicáis en silencio, o bien repetís verbalmente ciertas
frases.
Como todos los
problemas humanos profundos, la oración es un asunto complejo que no puede ser
tratado a la ligera, requiere paciencia, investigación cuidadosa y tolerante, y
uno no puede exigir conclusiones y decisiones definidas. Sin comprenderse a sí
mismo, aquel que reza puede, por obra de su misma oración, verse conducido al autoengaño.
A veces escuchamos decir a la gente, y algunas personas me lo han dicho, que
cuando rezan por cosas mundanas dirigiéndose a lo que ellas llaman Dios, sus
plegarias les son a menudo otorgadas. Si tienen fe, y según sea la intensidad
de su plegaria, los que buscan salud, bienestar, posesiones mundanas, finalmente
lo obtienen. Si uno se entrega a la oración suplicante ésta trae su propia
recompensa; la cosa que uno pide le es a menudo concedida y esto da fuerza a
súplicas futuras. Después está la oración no por cosas o por personas, sino por
experimentar la realidad, Dios, la cual también es frecuentemente respondida; y
existen aún otras formas de oración suplicante, formas más sutiles y tortuosas;
pero, con todo, son oraciones que suplican, imploran, ofrecen. Todas estas
oraciones, estas plegarias, tienen su propia retribución, traen sus propias
experiencias; pero, ¿conducen a la realización de la realidad suprema?
¿No somos, acaso, el
producto del pasado; y no estamos, por ende, relacionados con el enorme
depósito de codicia y odio, así como de sus opuestos? Ciertamente, cuando
hacemos una petición u ofrecemos una plegaria suplicante, estamos dirigiendo
un llamado a este depósito de codicia acumulada, etc., el cual trae realmente
su propia retribución y tiene su propio precio. La súplica a otro, a algo
externo, ¿da origen a la comprensión de la verdad?
… Una mente que se ve restringida jamás
podrá comprender aquello que es ilimitado, inconmensurable. Ya lo he explicado.
Podéis leer al respecto en los libros que han sido publicados. También he dicho
que la meditación no es oración. La oración es otra treta de la mente para
aguzarse. Mediante la repetición de palabras y frases, podéis hacer que la
mente esté en silencio y en esa quietud reciba una respuesta; pero esa
respuesta no es la respuesta de la realidad, porque la oración es mera
repetición, un ruego, una súplica. En la oración hay dualidad, uno que pide y
el otro que concede. He dicho que la meditación no es concentración, que la meditación
no es rezo. Ahora bien, la mayoría de vosotros que practicáis la meditación,
pertenece a una de esas dos categorías. Esto es, os concentráis para lograr un
resultado, o rezáis por algo que deseáis, ya sea un refrigerador o una virtud.
Sólo podéis investigar qué es la meditación cuando nada deseáis. No podéis
ahondar en el significado de la meditación si la abordáis desde uno de esos dos
puntos de vista.
… Toda oración es una súplica, y el pedir no existe cuando hay claridad y el corazón está liviano. Instintivamente, en los periodos de angustia, acude a los labios alguna clase de súplica para conjurar la causa de la perturbación, el dolor, o para obtener cierto beneficio. Existe la esperanza de que algún dios terrenal o los dioses de la mente responderán de manera satisfactoria, y a veces por casualidad o gracias a alguna extraña coincidencia de acontecimientos, se recibe una respuesta a una plegaria. Ha respondido el dios y la fe está justificada. Los dioses del hombre, únicos dioses genuinos, están ahí para la comodidad, para la protección, para responder a todos los mezquinos o nobles requerimientos humanos. Hay abundancia de tales dioses, cada iglesia, cada templo y mezquita los tienen. Los dioses terrenales son todavía más poderosos e inmediatos; cada estado los tiene. Pero el hombre continúa sufriendo pese a todas las formas de súplica y plegaria. Sólo el poder arrollador de la comprensión puede terminar con el dolor, pero la otra alternativa es fácil, respetable, y exige mucho menos de uno. Y el dolor consume el cuerpo y el cerebro, los embota, los fatiga y los torna insensibles. La comprensión requiere autoconocimiento, el cual no es cosa momentánea; aprender acerca de uno mismo no tiene fin, y la belleza e inmensidad de ello es su infinitud. Pero el autoconocimiento es de instante en instante, sólo existe en el presente activo; carece de continuidad como conocimiento. Lo que tiene continuidad es el hábito, es el proceso mecánico del pensamiento. La comprensión no tiene continuidad.”