“… Creo que todo ser
humano desea alguna experiencia trascendente, alguna emoción o un estado mental
que no esté preso en la monotonía cotidiana, en la soledad y el fastidio de la
vida. Todos queremos un objeto por qué vivir. Queremos dar un significado a la vida,
porque la encontramos más bien aburrida, llena de turbulencia, y al parecer,
sin sentido; por eso inventamos un propósito, una significación, llenamos la
vida de palabras, de símbolos, de sombras. La mayoría de nosotros aceptamos
involuntariamente una vida superficial, pero rodeándola de gran misterio.
Existe un misterio,
algo muy increíble, que no puede ser apresado por una creencia, por una
experiencia ni por ningún anhelo. Hay un «misterio», en realidad no debería
usar esa palabra, hay algo que no puede expresarse en palabras; no tiene nada
que ver con el sentimiento, ni con una explosión emotiva y sólo puede advenir
cuando no estamos presos en lo «conocido». Pero la mayoría de nosotros no
sabemos siquiera lo que es «lo conocido» y así, sin comprender fundamentalmente
nuestra naturaleza con sus crudos instintos animales, su violencia y
agresividad, tratamos de alcanzar mentalmente o por algún proceso meditativo,
una visión, un sentimiento de «algo diferente». Creo que esto es lo que muchos
buscamos a tientas, no importa lo que seamos, comunistas o católicos o adeptos
de alguna pequeña secta que tomamos como entretenimiento. Todos queremos algo
que sea increíblemente bello, inviolable, que no se halle sujeto en la red del
tiempo.
Estamos presos en lo
«conocido»; y «lo conocido», el conocimiento de nosotros mismos, es muy difícil
de comprender. ¡Es tan difícil mirarnos a nosotros mismos cara a cara, sin que
medie ningún prejuicio, ninguna opinión, ningún juicio, simplemente mirarnos
tal como somos! Hemos heredado del animal, del mono, todos los instintos y
reacciones; hemos crecido con todas las tradiciones y culturas; esas son las
cosas que no nos gusta mirar; esas cosas constituyen lo «conocido».
… ¿No es importante,
pues, averiguar si vosotros y yo podemos cooperar, estar en comunión, vivir
juntos en un mundo en que vosotros y yo somos como la nada; si nosotros somos
real y verdaderamente capaces de colaborar, no en el nivel superficial sino
fundamentalmente? Ese es uno de nuestros problemas, quizá el mayor. Yo me
identifico con un objeto o propósito, y vosotros os identificáis con el mismo
objeto; por ambas partes estamos interesados en él y tenemos la intención de
realizarlo. Este proceso de pensar es ciertamente muy superficial, porque
mediante la identificación producimos separación, cosa evidente en nuestra vida
diaria. Vosotros sois hindúes y yo católico; por ambas partes predicamos la
fraternidad y nos vamos a las manos. ¿Por qué? Ese es uno de nuestros
problemas, ¿verdad? Inconscientemente y en lo profundo, vosotros tenéis
vuestras creencias y yo las mías. Con hablar de fraternidad no hemos resuelto
para nada el problema de la creencia, pero teórica e intelectualmente, nada
más, hemos acordado que debe resolverse; en lo íntimo y en lo profundo estamos
unos contra otros.
… ¿Qué objeto tiene la existencia tal como
ahora la conocemos, no en teoría sino realmente? ¿Cuál es el propósito de
nuestra existencia diaria? Nada más que el sobrevivir, ¿no es así?, con todas
sus miserias, con todos sus pesares y confusión, sus guerras, destrucciones y
demás. Podemos inventar teorías, podemos decir: “Esto no debiera ser, sino
alguna otra cosa”. Pero todas esas son teorías, no son hechos. Lo que conocemos
es la confusión, el dolor, el sufrimiento, los antagonismos interminables. Y
también, por poco que nos demos cuenta, sabemos cómo ocurre todo eso. Porque el
objeto de la vida día tras día, de instante en instante, es destruirnos unos a
otros, explotarnos unos a otros, ya sea como individuos o como seres humanos
colectivos. En nuestra soledad, en nuestra miseria, tratamos de utilizar a
otros, intentamos huir de nosotros mismos, por medio de la diversión, de
dioses, del conocimiento, de toda forma de creencia, de la identificación. Tal
es nuestro objeto, consciente o inconsciente, tal como ahora vivimos. ¿Y existe
un propósito más profundo, más amplio y trascendente, un fin que no sea de
confusión, de adquisición? ¿Y ese estado espontáneo tiene alguna relación con
nuestra vida diaria?
… Si jamás hemos conocido lo que es el amor,
sino tan sólo constantes reyertas, desdichas, angustias, conflictos, ¿cómo
podemos vivenciar ese amor que nada tiene que ver con todo esto? Pero una vez
que tengamos la vivencia de eso, entonces no necesitamos molestarnos en hallar
la relación. Entonces el amor, la inteligencia, funcionan. Mas para vivenciar
ese estado, todo conocimiento, recuerdos acumulados, actividades identificadas
con uno mismo, tienen que cesar para que la mente sea incapaz de proyectar
sensación alguna. Entonces, vivenciando eso, habrá acción en este mundo.
Ese es por cierto el objeto de la
existencia, ir más allá de la actividad egocéntrica de la mente. Y habiendo
vivenciado ese estado, que la mente no puede medir, entonces la vivencia misma
de eso trae consigo una revolución íntima.
Entonces, habiendo amor, no hay problema
social; no hay problema de ninguna especie cuando hay amor. Es porque no
sabemos amar que tenemos problemas sociales, y sistemas de filosofía sobre el
modo de habérnoslas con nuestros problemas. Y yo digo que estos problemas jamás
podrán resolverse por sistema alguno, ya sea de la izquierda, de la derecha o
del centro. Ellos podrán ser resueltos, nuestra confusión, nuestras miserias,
nuestra autodestrucción, tan sólo cuando podamos vivenciar aquel estado que no
es autoproyectado.
… ¿Cómo puedes ver la
cosa final si existen tantas barreras entre tú y aquello? Debes eliminar las
barreras. Para tener aire fresco debes abrir la ventana. No puedes decir “basta
que me siente a ver cómo es el aire fresco”. Tienes que abrir las ventanas.
Análogamente, debes ver todas las barreras, las limitaciones, las condiciones,
y viéndolas, debes hacerlas a un lado; entonces descubrirás. Pero el que te
sientes de este lado y digas «debo descubrir», nada significa.”
J. Krishnamurti