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PARA DESPERTAR ESTA ENERGÍA, LA MENTE NO DEBE OPONER NINGUNA RESISTENCIA

 

   “… ¿No brinda entusiasmo la creencia? ¿Puede el entusiasmo sostenerse sin una creencia? ¿Y es siquiera necesario el entusiasmo, o lo que se requiere es una clase diferente de energía, de vitalidad, un impulso diferente? La mayoría de nosotros siente entusiasmo por una cosa u otra. Somos muy vehementes, muy entusiastas con respecto a conciertos, a la ejercitación física o cuando vamos a un «picnic». A menos que sea alimentado todo el tiempo por una cosa u otra, el entusiasmo se desvanece y tenemos un entusiasmo nuevo por otras cosas. ¿Existe una fuerza, una energía que se sostenga por sí misma, que no dependa de creencia alguna?

   … Para ver, para investigar todo esto, uno necesita energía. La energía requerida no llega por obra de lo que comemos, eso forma parte de las necesidades físicas. Pero el ver, en el sentido con que uso esa palabra, requiere una energía enorme, y esa energía se disipa cuando usted lucha con las palabras, cuando ofrece resistencia, cuando condena, cuando está lleno de opiniones que le impiden mirar, ver; toda su energía se ha ido en eso. Así pues, al considerar esta percepción, este ver, usted ha abierto la puerta hacia la comprensión.

   … Ir en busca de la realidad requiere una energía inmensa. Y si el hombre no hace eso disipa su energía de maneras que generan daño, por lo tanto, la sociedad tiene que controlarlo. Ahora bien, ¿es posible liberar energía en la búsqueda de Dios o la verdad, y en el proceso de descubrir lo verdadero, ser un ciudadano que comprende las cuestiones fundamentales de la vida y a quien la sociedad no puede destruir?

   Vea, el hombre es energía, y si el hombre no busca la verdad esta energía se vuelve destructiva, en consecuencia, la sociedad controla y moldea al individuo, lo cual apaga esta energía. Tal vez ha notado usted otro hecho interesante y muy simple, que en el momento en que de veras quiere hacer algo tiene la energía para hacerlo. Esa energía misma se vuelve el medio de autocontrolarse, de modo que uno no necesita ninguna disciplina externa. En la búsqueda de la realidad, la energía crea su propia disciplina. El hombre que busca la realidad se convierte espontáneamente en la clase correcta de ciudadano, la cual no responde al patrón de ninguna sociedad o gobierno en particular.

   … El problema consiste, sin duda, en liberar a la mente por completo, de modo que se halle en un estado de percepción alerta sin límites ni fronteras. ¿Cómo ha de descubrir la mente ese estado? ¿Cómo ha de dar con esa libertad?

   Espero que usted mismo se esté formulando seriamente esta pregunta, porque yo no se la estoy formulando. No trato de influir sobre usted, tan sólo señalo la importancia de plantearse uno mismo esta pregunta. La formulación verbal de la pregunta, hecha por otro, no tiene sentido si usted no se la formula a sí mismo con insistencia, con urgencia. El margen de libertad se estrecha cada día que pasa, como usted debe saberlo si tan sólo presta atención.

   Los políticos, los dirigentes, los sacerdotes, los periódicos y libros que lee, el conocimiento que adquiere, las creencias a las que se aferra, todo esto hace que el margen de libertad se estreche más y más. Si se da cuenta de este proceso en marcha, si de veras percibe la estrechez de espíritu, la esclavitud en aumento de la mente, descubrirá que desde esa percepción surge una energía, y esta energía surgida de la percepción es la que va a hacer añicos a la mente mezquina, la mente respetable, la mente que va al templo, la mente temerosa. La percepción es pues, el camino de la verdad. ¿Qué cosas incluye la meditación?

   La primera es vaciar la mente por completo de todo lo que ha conocido; la segunda, una energía no dirigida, no controlada. Luego, la meditación requiere la más elevada clase de orden, orden en el sentido de una completa terminación del desorden generado por la contradicción, y una condición de flexibilidad de la mente. Debemos descartar en absoluto la idea de practicar un método. El interrogante fundamental es si la mente, que incluye el corazón, el cerebro y todo el organismo físico, puede vivir sin distorsión ni compulsión alguna y, por lo tanto, sin ningún esfuerzo. Por favor, plantéese el interrogante a sí mismo. Todo esto es meditación.

   … Ahora bien, ¿cómo despertaremos en nosotros esa energía que tiene su propia fuerza, su propia causa y efecto, esa energía que no genera resistencia y no se deteriora? ¿Cómo lo conseguiremos? Las religiones organizadas han propugnado diversos métodos y practicando esos métodos concretos uno supuestamente consigue esa energía, pero ningún método puede conseguirlo. La práctica de un método significa conformidad, resistencia, rechazo, aceptación, dependencia; de tal manera que sea cual sea la energía que uno consiga así, lentamente se agota. Si uno realmente ve esa verdad nunca practicará ningún método. Esto es lo primero.

   En segundo lugar, si la energía tiene un motivo, una meta hacia la cual dirigirse, es autodestructiva. Para la mayoría, la energía tiene un motivo, ¿verdad? Nos mueve el deseo de logro, de llegar a ser esto o aquello, y de esa manera la energía se destruye a sí misma.

   En tercer lugar, la energía se debilita, se pervierte cuando uno se amolda al pasado; esa es quizá nuestra mayor dificultad. El pasado no es sólo los innumerables ayeres, sino también cada minuto acumulado, el recuerdo de lo que sucedió hace un segundo; esa acumulación en la mente también destruye la energía.

   De manera que, para despertar esta energía, la mente no debe oponer ninguna resistencia, no debe tener ningún motivo ni perseguir ningún fin, no debe estar atrapada en el tiempo como el ayer, el hoy y el mañana. En consecuencia, esa energía está constantemente renovándose a sí misma y, por tanto, no se deteriora. Una mente así no está comprometida, es completamente libre; y solo una mente así puede descubrir lo innombrable, esa cosa extraordinaria que está más allá de las palabras. La mente debe liberarse a sí misma de lo conocido para poder adentrarse en lo desconocido.”

   J. Krishnamurti