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LOS REGLAMENTOS HAN LLEGADO A SER MÁS IMPORTANTES QUE EL CALOR DEL AFECTO

   

   “… Cuando amáis a vuestra esposa, todo lo compartís con ella, vuestros bienes, vuestras cuitas, vuestras ansiedades, vuestras alegrías. No domináis, no sois el hombre y ella la mujer que se utiliza y luego se desecha, una especie de máquina de engendrar que perpetúe vuestro nombre. Cuando hay amor, la palabra "deber" desaparece. Es el hombre que no tiene amor en su corazón quien habla de derechos y deberes, y en este país los derechos y deberes han ocupado el lugar del amor. Los reglamentos han llegado a ser más importantes que el calor del afecto. Cuando hay amor el problema es sencillo; cuando no hay amor el problema se vuelve complejo; cuando un hombre ama a su mujer y a sus hijos jamás podrá pensar en términos de deberes y derechos.

   … Examinad, señores, vuestra propia mente y corazón. Yo sé que esto lo echáis a risa; ésa es una de las tretas de los irreflexivos, que desechan las cosas riéndose de ellas. Vuestra esposa no comparte vuestra responsabilidad, no comparte vuestros bienes, no tiene la mitad de todo lo que tenéis, porque consideráis a la mujer menos que a vosotros mismos, algo que uno mantiene para utilizarlo sexualmente cuando le resulta cómodo, cuando vuestro apetito lo exige. De suerte que habéis inventado las palabras "derechos" y "deber"; y cuando la mujer se rebela, le arrojáis a la cara esas palabras. Es una sociedad estática, una sociedad en vía de deterioro, la que habla de deber y de derechos. Si realmente examináis vuestro corazón y vuestra mente, hallaréis que en vosotros no hay amor. Si lo hubiera, no habríais hecho esa pregunta.

   … Para que surja una nueva sociedad, una nueva cultura, es obvio que no puede haber dominación, ya sea por el hombre o por la mujer. La dominación existe por causa de la pobreza interior. Siendo psicológicamente pobres, deseamos dominar, renegar de los servidores, de la mujer o del marido. Lo cierto es que el sentido del afecto, esa cordialidad del amor, es lo único que puede producir un nuevo estado, una nueva cultura. El cultivo del corazón no es un proceso de la mente. La mente no puede cultivar el corazón, pero cuando el proceso de la mente ha sido comprendido, el amor se manifiesta. El amor no es una mera palabra. La palabra no es la cosa. La palabra "amor" no es el amor. Cuando empleamos esa palabra y tratamos de cultivar el amor, ello es un mero proceso de la mente. El amor no puede ser cultivado; mas cuando nos damos cuenta de que la palabra no es la cosa, deja de interponerse la mente con sus leyes y reglamentos, con sus derechos y deberes, y sólo entonces existe una posibilidad de crear una nueva cultura, una nueva esperanza, un mundo nuevo.

   Si tratamos de eliminar los síntomas sin extirpar las causas, si en lugar de atacar la raíz nos limitamos a podar las ramas porque es mucho más fácil, el mismo viejo problema continúa. Análogamente, ¿por qué ha llegado el sexo a ser un problema? Para doblegar el impulso sexual, para mantenerlo dentro de ciertos límites, la institución del matrimonio ha sido creada, y en el matrimonio podéis hacer detrás de la puerta o de la pared cualquier cosa que os plazca, y mostrar para afuera una faz respetable. Utilizándola para vuestra satisfacción sexual, podéis convertir a vuestra esposa en una prostituta, y ello es perfectamente "respetable". Bajo la máscara del matrimonio podéis ser peores que un animal; y sin matrimonio, sin restricción, no conocéis límites. De suerte que, para establecer un límite, la sociedad formula ciertas leyes morales que se convierten en tradición, y dentro de esos límites podéis ser tan inmorales, tan repugnantes como os plazca; y a esos excesos no reprimidos, a esa acción sexual consuetudinaria se la considera perfectamente normal, sana y moral.

   … Hablamos del hecho del amor como existe en realidad entre seres humanos. En ese amor hay dolor, hay la tortura de la incertidumbre, los celos, el miedo de la soledad, y por ello el afán de poseer, de dominar, de retener. Estos son hechos reales, ¿no? Y por ello, tenemos el matrimonio legal, establecido por la sociedad para la protección de los hijos. Pero la familia, como unidad, está en oposición a todas las demás unidades familiares. «Mi familia» está compitiendo con todas las demás familias del mundo. Y en la familia misma, está en curso una batalla incesantemente, el deseo de poseer, de dominar; y por ello, el miedo, los celos, la ansiedad sobre si se os ama o no, etc. Eso es lo que llamamos amor. Y aunque uno tiene que tener familia, nos esforzamos de varios modos en eludir este tormento, por medio de la actividad social, o volviéndonos terriblemente religiosos, lo que significa que nos afiliamos a alguna fea pequeña organización, y creemos en una fórmula determinada sobre Dios, o Jesús, o Buda, o lo que queráis. O bien tratamos todo lo de la relación familiar como algo que es muy superficial, una simple carga pasajera que tenemos que aguantar, por lo cual apretamos los dientes y seguimos así.

   … Estamos tratando de comprender el matrimonio, en el cual están implicados la relación, el amor, el compañerismo, la comunión. Obviamente, si no hay amor, el matrimonio se convierte en una desgracia, ¿verdad? Se vuelve mera satisfacción mutua. Amar es una de las cosas más difíciles que hay, ¿no es así? El amor puede nacer y existir tan sólo en ausencia del «yo». Sin amor, la relación es penosa; por gratificante o por superficial que sea, nos conduce al aburrimiento, a la rutina, al hábito con todas sus implicaciones. En consecuencia, los problemas sexuales adquieren suma importancia. Al examinar el matrimonio, si es necesario o no, uno debe primero comprender el amor. Por cierto, el amor es casto, sin amor uno no puede ser casto; puede ser célibe -hombre o mujer-, pero si no hay amor eso no es ser casto, no es ser puro. Si uno tiene un ideal de castidad, es decir, si quiere llegar a ser casto, tampoco en ello hay amor, porque eso es meramente el deseo de convertirse en algo que uno considera noble, creyendo que eso le ayudará a encontrar la realidad; ahí no hay amor en absoluto. Al igual que el libertinaje, que sólo lleva a la degradación y a la desdicha, la persecución de un ideal tampoco es casta. Ambos excluyen el amor, ambos implican llegar a ser alguna cosa, complacerse en algo; por lo tanto, uno es el que se vuelve importante, y donde «uno» es lo importante, no existe el amor.”

   J. Krishnamurti

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