“… Una mente quieta no busca experiencias de ninguna clase. Y si no está buscando y por lo tanto se halla completamente inmóvil, sin movimiento alguno del pasado y, en consecuencia, libre de lo conocido, encontrará usted, si ha llegado hasta ahí, que existe un movimiento de lo desconocido que no es reconocible, que no puede traducirse, expresarse en palabras; descubrirá que existe un movimiento de lo inmenso. Ese movimiento es intemporal, en él no hay tiempo ni espacio; no hay nada que pueda experimentarse, nada que obtener ni alcanzar. Una mente así conoce la creación, no la «creación» del pintor, del poeta, del verbalizador, sino esa creación sin motivo, sin expresión externa. Esa creación es amor y muerte.
Toda esta cosa, desde el principio hasta el
fin, es el camino de la meditación. Un hombre que quiera meditar debe conocerse
a sí mismo. Sin conocerse a sí mismo usted no puede ir lejos. Por mucho que
intente llegar lejos sólo puede llegar hasta donde se lo permite su propia
proyección, y su propia proyección está muy cerca y no lo conduce a ninguna
parte. La meditación es ese proceso de echar las bases instantáneamente, de
inmediato, y dar origen naturalmente, sin esfuerzo alguno, al estado de quietud
mental. Sólo entonces existe ahí una mente que se encuentra más allá del
tiempo, de la experiencia, del conocimiento.
… Si utiliza el tiempo para cambiar, ¿cree
que la vida se detendrá durante ese espacio de tiempo que le llevará cambiar?
Evidentemente no se quedará a la espera. Todo lo que usted intenta cambiar está
siendo modificado y perpetuado por el medio, por la vida misma, de manera que
nunca terminará. Es como intentar limpiar el agua de un tanque al que
continuamente entra agua sucia. Por tanto, debemos descartar el tiempo.
… Tenemos que encontrar por nosotros mismos
un rincón silencioso, no en una casa o en un jardín o en un sendero solitario,
sino muy profundamente en lo interno, y desde ahí actuar y descubrir qué es la
belleza, qué es el tiempo, descubrir la naturaleza del temor y su movimiento,
la persecución del placer y el cese del dolor. Debemos tener un rincón así, no
en la mente sino en el corazón, porque entonces, donde hay afecto y amor,
entendimiento, comprensión, llega la claridad y de ella surge la acción. Pero
casi todos nosotros vivimos muy penosamente, en conflicto, rodeados por muchas
presiones. Si no encontramos por nosotros mismos algún espacio interno, un
espacio no creado por el pensamiento, un espacio incontaminado, puro, en el
cual haya una luz no encendida por otro, una luz propia que nos haga
completamente libres, si no encontramos un espacio así no somos seres humanos
libres. Creemos que lo somos, creemos que somos libres porque podemos elegir,
porque se nos permite hacer lo que nos place, pero la libertad es algo por
completo diferente del deseo de hacer lo que a uno le place. Por lo tanto, sin
guía, sin ayuda, sin ningún agente externo que nos diga lo que hay que hacer,
tenemos que descubrir por nosotros mismos el modo de comportarnos, descubrir
cuál es la acción correcta y encontrar dentro de nosotros mismos ese espacio
que no tiene fin ni principio.
… Se nos educa y condiciona para que nos
movamos siguiendo direcciones, de aquí hacia allá. Tenemos una idea, una
creencia, un concepto o fórmula de que existe una realidad, una dicha, de que
hay algo más allá del pensamiento, y fijamos eso como una meta, un ideal, un
rumbo, y nos encaminamos en ese sentido. Cuando usted camina en una dirección
no hay espacio. Cuando se concentra, se dirige o piensa en determinada
dirección, no tiene espacio en la mente. No tiene espacio cuando su mente está
atestada de apegos, de temores, de la búsqueda de placeres, del deseo de poder
y posición. Cuando la mente está atiborrada no dispone de ningún espacio. El
espacio es necesario, y cuando hay atención no hay dirección, sino espacio.
… El
cerebro debe tener espacio. Y bien, ¿qué es el espacio? No solo el espacio
entre aquí y allá, sino un espacio sin centro. Si existe un centro y nos
alejamos de ese centro hacia la periferia, por más lejos que esté la periferia
sigue habiendo limitación. Un espacio sin centro no tiene periferia ni limite.
¿Tenemos esa clase de cerebro que no depende ni está apegado a nada, a ninguna
experiencia, a ninguna conclusión, a ninguna esperanza, a ningún ideal, etc., y
por tanto, es verdadera y totalmente libre? Si está sobrecargado no puede ir
muy lejos; si es ordinario, vulgar, egocéntrico, no puede tener un espacio
ilimitado. Espacio indica, usaré la palabra con mucho cuidado, inmenso vacío.
… De modo que el espacio significa vacío, la
nada. Y porque no hay ninguna cosa puesta ahí por el pensamiento, ese espacio
posee una energía tremenda. De manera que el cerebro debe poseer la cualidad de
la libertad completa y del espacio. Es decir, uno debe ser nada. Todos somos
algo, analistas, psicoterapeutas, doctores. Eso está bien, pero cuando somos
terapeutas, biólogos o técnicos, esas mismas identificaciones limitan la
integridad del cerebro. Sólo cuando hay libertad y espacio podemos preguntar
qué es la meditación.
… La meditación no tiene comienzo ni tiene fin; en ella no hay logro ni fracaso, no hay acumulación ni renunciamiento; es un movimiento que carece de finalidad y, por tanto, está más allá y por encima del tiempo y del espacio. Experimentar la meditación es negarla, porque el experimentador está atado al tiempo y al espacio, a la memoria y al reconocimiento. La base fundamental de la verdadera meditación es ese estado pasivo de lúcida percepción que consiste en la libertad total, con respecto a la autoridad y la ambición, la envidia y el temor. La meditación no tiene sentido ni significación alguna sin esta libertad, sin el conocimiento de uno mismo; en tanto haya opción no habrá conocimiento de sí mismo. La opción implica conflicto, el cual impide la comprensión de lo que es.
… Perderse en alguna fantasía, en ciertas creencias románticas, no es meditación; el cerebro debe despojarse de todo mito, de toda ilusión y seguridad, y enfrentarse a la realidad de que todas esas cosas son falsas.”
J. Krishnamurti
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