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EN LA OBSERVACIÓN DEL HECHO, DE SU VERDAD, DE SU REALIDAD PRESENTE, EXISTE UNA POSIBILIDAD DE CAMBIARLO

 

   “… Como sabéis, en la India, ese antiguo país con tantas tradiciones, en el que hay desgraciadamente tanta gente, han tenido varios, así llamados, maestros, que establecieron lo que está bien y lo que está mal, qué método debería uno seguir, cómo meditar, qué pensar y qué no pensar; y por eso están atados, sujetos en sus diversas normas de pensamiento. Y aquí también, en Occidente, el mismo proceso está en marcha. No queremos cambiar. Más o menos constantemente buscamos seguridad en todo lo que hacemos, seguridad en la familia, en las relaciones, en las ideas. Queremos estar seguros, y este deseo de estar seguros inevitablemente engendra temor, y éste produce sentimiento de culpa y ansiedad. Si miramos en nosotros mismos, veremos cuán intensamente temerosos estamos de casi todo y cómo existe siempre la sombra de la culpabilidad. Como sabéis, en la India el ponerse una ropa limpia le hace a uno sentirse culpable; hacer una buena comida también le hace a uno sentirse culpable, por haber tanta pobreza, suciedad y miseria en todas partes. Aquí no están las cosas tan mal, porque tenéis el Estado asistencial, empleos y un considerable grado de seguridad, pero tenéis otras formas de culpa y ansiedad. Sabemos todo esto, pero desgraciadamente no sabemos cómo librarnos de todos los feos y limitantes factores; no sabemos cómo deshacernos de ellos por completo, de manera que nuestra mente vuelva a ser fresca, inocente y joven. Por cierto, es sólo la mente que se renueva la que puede percibir, observar, descubrir si hay una realidad, si hay Dios, si hay algo más allá de todas estas palabras, frases y condicionamientos.

   Así pues, considerando todo esto, ¿qué va uno a hacer? Y si hay algo que hacer, ¿qué es y en qué dirección está? No sé si lo que estoy diciendo significa siquiera algo para vosotros. Para mí es muy serio, no en el sentido de cara larga, mal humor, sino en el sentido de ser intenso, urgente, inmediato; y si vosotros sentís también la necesidad de una mente nueva, discutamos dónde va uno a empezar, qué ha de hacer.

   Por desgracia toda religión organizada ha cultivado, con fines de civilización, el sentimiento de culpa. La mayoría de nosotros lo tiene; y cuanto más sensibles somos, más agudo es ese sentimiento. Mientras más responsables, más culpables os sentís. Veis la confusión que reina en el mundo, las guerras inminentes y toda la trapacería que continúa; y si sois sensibles, si estáis alertas, si ello os interesa bastante y sois inteligentes, os sentís responsables. Y como uno muy poco puede hacer, se siente culpable. Ese es un aspecto del problema. Luego, para mantener al hombre dentro de límites civilizados, ese sentido de culpabilidad ha sido cultivado muy cuidadosa y asiduamente, ¿no es así? De lo contrario, nos extralimitaríamos. Porque si no tuviéramos normas, si no tuviéramos sanciones ni códigos morales, no es que haya mucho de ello hoy en día, sería peor. Así, la religión, la creencia organizada, ha sostenido y cultivado con esmero este sentido de que debéis andar derechos, de que no debéis pecar, de que no debéis hacer cosas feas. Nos ha mantenido dentro de un molde; son tan sólo unos pocos los que pueden salirse del molde, ya que queremos permanecer en él. Queremos ser respetables; el miedo a la opinión pública y muchas cosas más nos retienen en el molde. Y como tenemos miedo y no dependemos de nuestro propio entendimiento, la mayoría de nosotros confiamos en otra persona, el sacerdote, el psicólogo, el caudillo, el político; conocéis las innumerables dependencias que uno fomenta. Todas ellas, naturalmente, fortalecen nuestra ansiedad inherente por hacer lo correcto. De todo esto surge el sentido de culpa.

   Luego tenemos el galimatías de la religión acerca del pecado. Pero hay ciertas cosas evidentes, ¿no es así?, por ejemplo, que la virtud es esencial. Pero la virtud cultivada deja de ser virtud; es tan sólo el fortalecimiento de uno mismo con diferente nombre. La virtud aparece únicamente cuando se está libre del deseo de ser algo; cuando no se teme ser nada. Y es la repetición de una perturbación determinada, de una acción dada que ha traído infortunio a los demás y a uno mismo, lo que puede llamarse pecado. Eso, sin duda, es lo primero, ¿verdad? Ver muy claramente algo que se descubre en la vida de relación, y no repetirlo. En la repetición, por cierto, está el error, no en la primera acción: y para comprender eso, que es la cualidad reiterativa del deseo, tiene uno que comprender la estructura íntegra de sí mismo.

   De suerte que existe esa cosa llamada pecado, el sentimiento de culpa. Puede que uno haya hecho algo malo, como vejar a alguien o chismear, pero lo peor que uno puede hacer, seguramente, es continuar en ello. Si notáis que habéis cometido un error, observadlo, examinadlo a fondo y libraos de él; no continuéis repitiéndolo. Porque, sin duda, esa sensación de ansiedad por algo que uno ha hecho en el pasado o que pueda hacer al minuto siguiente, esa constante preocupación al respecto, ese temor, no hace más que acrecentar la inquietud de la mente, ¿no es así? La murmuración, la zozobra, indican desasosiego de la mente. Cuando no hay desasosiego ni distracción, sino un estado de alerta, de vigilancia, entonces el problema desaparece, ¿no es cierto? El sentimiento de culpa, a la mayoría de nosotros nos mantiene a raya. Pero eso no es sino miedo; y el miedo, sin duda alguna, no produce claridad de comprensión. En el miedo no hay comunión. Y es ese miedo el que tiene que arrancarse de raíz, no el sentimiento de que uno está pecando.

   … Me parece que, para descubrir, uno debe examinar lo que ocurre, ver lo que realmente «es». No lo que pensamos que nos gustaría que fuera, no tratando de cambiar nuestra relación basados en un concepto de futuro, sino observando lo que en realidad ocurre ahora. En la observación del hecho, de su verdad, de su realidad presente, existe una posibilidad de cambiarlo. Como ya dijimos, cuando existe la posibilidad, entonces hay gran energía. Lo que disipa la energía es la idea de que el cambio no es posible.

   J. Krishnamurti

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