“… El deseo de ganancia
y de posesión, el anhelo de identificación con algo superior a nosotros, crea
el espíritu de nacionalismo, y el nacionalismo engendra la guerra. En todos los
países, el gobierno, estimulado por la religión organizada, sostiene el nacionalismo
y el espíritu separatista. El nacionalismo es una enfermedad y no podrá jamás
realizar la unidad mundial. No podemos alcanzar la salud mediante una
enfermedad, tenemos primero que libertarnos de la enfermedad.
… Nuestras actuales
instituciones sociales no pueden evolucionar hacia una federación mundial,
porque sus mismos cimientos son falsos. Los parlamentos y los sistemas
educativos que defienden la soberanía nacional y destacan la importancia del
grupo jamás pondrán fin a la guerra. Cada grupo separado de personas, con sus
gobernantes y gobernados, es germen de guerra. A menos que alteremos
fundamentalmente las presentes resoluciones entre los hombres, la industria
inevitablemente nos llevará a la confusión y será un instrumento de destrucción
y miseria; mientras haya violencia y tiranía, engaño y propaganda, la
fraternidad del género humano no puede realizarse.
… A la mayor parte de nosotros nos consumen
los temores de todas clases, y estamos grandemente preocupados por nuestra
propia seguridad. Esperamos que por algún milagro no haya más guerras, mientras
acusamos a otros grupos nacionales de ser los instigadores de las guerras, y
ellos a su vez nos culpan a nosotros del desastre. Aunque la guerra es un
factor perjudicial a la sociedad, nos preparamos para la guerra y desarrollamos
en la juventud el espíritu militar.
… Pero, ¿tiene acaso el entrenamiento
militar lugar alguno en la educación? Todo depende de la clase de seres humanos
que queramos que sean nuestros hijos. Si queremos que sean eficientes
guerreros, entonces el entrenamiento militar es necesario. Si queremos
disciplinarlos y regimentar sus mentes, si nuestro objetivo es hacerlos
nacionalistas y, por lo tanto, irresponsables con la sociedad como un todo,
entonces el entrenamiento militar es un buen medio para conseguirlo. Si
queremos la muerte y la destrucción, el entrenamiento militar es evidentemente
importante. La función de los generales es planear y hacer la guerra, y si
nuestra intención es estar en batalla constante con nuestros vecinos, entonces,
por supuesto, tengamos más generales.
… Todos los gobiernos
soberanos tienen que prepararse para la guerra, y nuestro propio gobierno no
puede ser la excepción. Para que los ciudadanos sean eficientes en la guerra,
para que estén bien preparados para el cumplimiento efectivo de sus deberes,
los gobiernos tienen evidentemente que guiarlos y dominarlos. Tienen que educarlos
para que actúen como máquinas, que sean cruelmente eficientes. Si el objetivo y
el fin de la vida es destruir o ser destruido, entonces la educación debe
estimular la crueldad, y yo no estoy del todo seguro de que en realidad esto no
es lo que deseamos en nuestro fuero interno, porque la crueldad corre pareja
con el culto del éxito.
La verdadera educación
es incontrovertiblemente un peligro para los gobiernos soberanos, y por eso se
usan sutiles o severos medios para impedirla. La educación y la alimentación en
manos de los pocos se han convertido en medios para dominar al hombre, y los
gobiernos, ya sean de izquierda o de derecha, no se preocupan mientras somos
máquinas eficientes para producir mercancías y balas.
… Tengo miedo de lo
externo y de lo interno, tengo miedo de que maten a mi hijo en la guerra, la
guerra es algo externo, es un invento de la tecnología que ha desarrollado
estos instrumentos monstruosos de destrucción, e internamente me aferro a mi
hijo, lo amo, lo he educado conforme a esa sociedad en la que vivimos, la cual
dice que hay que matar. Esa sociedad que hemos construido es corrupta, es
inmoral, solo se interesa por el consumismo, por progresar cada vez más, no
tiene ningún interés en el completo desarrollo del mundo ni del ser humano.
… Como saben, no tenemos compasión, lo que
tenemos son grandes conocimientos, mucha experiencia; podemos hacer cosas
extraordinarias en medicina, en el ámbito tecnológico, en la ciencia, pero no
tenemos ninguna clase de compasión. Compasión significa pasión por todos los
seres humanos, por los animales y por la naturaleza; ¿cómo puede haber
compasión si hay miedo, si la mente está persiguiendo constantemente el placer?
… Cada día de nuestra vida la vivimos con
toda esta confusión, con todo el esfuerzo que la gente tiene que hacer, con
todos los problemas que debemos afrontar. Los políticos hablan de paz, la
jerarquía de la iglesia católica habla de paz, igual que lo hacen los hindúes,
los budistas y los musulmanes, pero el hecho es que no hay paz. Necesitamos paz
para poder crecer, florecer, comprender, tener tiempo para mirar alrededor,
para explorar en nosotros mismos y ver lo que podemos encontrar ahí dentro. La
paz no es la “libertad de algo”, ni la libertad entre dos guerras, entre dos
peleas, entre dos problemas, ni tampoco es paz esa sensación física de
relajación. La paz es algo mucho más fundamental, mucho más profundo que la
libertad física que uno puede tener o puede pensar que tiene. ¿Es posible vivir
en paz interna, psicológica o externa? Posiblemente deseemos la paz y veamos su
necesidad, pero no vivimos una vida pacífica.
El mundo se prepara para la guerra, las
ideologías se enfrentan unas a otras sin tener en cuenta a los seres humanos,
tan solo pretenden ampliar su poder. Así pues, no podemos esperar la paz de los
políticos o de los gobiernos. Esto es un hecho. Las religiones han contribuido
a las guerras. Han torturado, condenado, excomulgado, quemado, y al minuto
siguiente hablan de paz. Probablemente solo los antiguos budistas e hindúes
aceptaron la máxima “no matarás”, pero también mataron. Aquellas religiones que
se basan en los libros se vuelven fanáticas, fundamentalistas, terroristas del
mundo. En consecuencia, ¿dónde podemos encontrar la paz? Porque si no tenemos
paz seremos como animales, nos destruiremos unos a otros, destruiremos el
mundo, los océanos y el aire.
… La paz no es una
creación de la mente y sólo se puede comprender cuando hay plenitud en el
corazón.”
J. Krishnamurti
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