“… Los problemas del
mundo son tan colosales, tan complejos, que para comprenderlos y resolverlos
hay que abordarlos de un modo muy sencillo y directo; y la sencillez y visión
directa no dependen de las circunstancias exteriores ni de nuestros prejuicios
y estados de ánimo individuales. Como ya lo he señalado, la solución no ha de
encontrarse mediante conferencias o proyectos, ni substituyendo a los viejos
dirigentes por otros nuevos y lo demás.
Es evidente que la
solución está en el creador del problema, en el creador de la maldad, del odio
y de la enorme falta de comprensión que existe entre los seres humanos. El
causante de estos daños, el creador de estos problemas, es el individuo,
vosotros y yo, no el mundo, como creemos. El mundo es vuestra relación con
otro. El mundo no es algo que existe aparte de vosotros y de mí; el mundo, la
sociedad, es la relación que establecemos o procuramos establecer entre unos y
otros.
De suerte que vosotros
y yo somos el problema, no el mundo; porque el mundo es la proyección de
nosotros mismos, y para comprender al mundo tenemos que comprendernos a
nosotros mismos. El mundo no está separado de nosotros; somos el mundo, y
nuestros problemas son los problemas del mundo. Esto no puede repetirse con
demasiada frecuencia, porque somos de mentalidad tan indolente que no creemos
de nuestra incumbencia los problemas del mundo; creemos que deben ser resueltos
por las Naciones Unidas o reemplazando los viejos dirigentes por otros nuevos.
Es una mentalidad bien torpe la que piensa de ese modo; porque nosotros somos
responsables de la horrible miseria y confusión que hay en el mundo, de la
guerra que nos amenaza. Para transformar el mundo debemos empezar por nosotros
mismos; y lo importante al empezar por nosotros es la intención. La intención
tiene que consistir en comprendernos a nosotros mismos, y en no dejar para
otros el transformarse o producir un cambio modificado mediante la revolución,
de izquierda o de derecha. Es pues, importante comprender que esta es nuestra
responsabilidad, la vuestra y la mía; porque, por pequeño que sea el mundo en
que vivimos, si podemos transformarnos, si podemos hacer surgir un punto de
vista radicalmente diferente en nuestra existencia diaria, entonces, tal vez,
afectaremos al mundo en general, las extensas relaciones de unos con otros.
… Quisiera dilucidar
qué es la sencillez, y de ahí quizá podamos llegar al descubrimiento de la
sensibilidad. Pensamos, al parecer, que la sencillez es mera expresión externa,
vida retirada, tener pocas posesiones, andar de taparrabo, carecer de hogar,
usar poca ropa, tener una exigua cuenta bancaria. Eso, evidentemente, no es
sencillez. Eso es mero exhibicionismo. Y a mí me parece que la sencillez es
esencial. Pero la sencillez solo puede surgir cuando empezamos a comprender el
significado del conocimiento propio.
La sencillez no es mera
adaptación a un patrón de vida. Se requiere mucha inteligencia para ser
sencillo y no, simplemente, amoldarse a cierta norma por meritoria que ella sea
en su aspecto externo. Por desgracia, casi todos empezamos por ser sencillos en
apariencia, en las cosas externas. Es relativamente fácil tener pocas cosas y
estar satisfecho con ellas, contentarse con poco y hasta compartir ese poco con
los demás. Pero una mera expresión externa de sencillez en las cosas, en las
posesiones, no implica por cierto sencillez en el fuero íntimo. Porque, tal
como el mundo es actualmente, se nos incita desde afuera, desde lo exterior, a
tener más y más cosas. La vida está haciéndose cada vez más compleja. Y con el
fin de escapar a todo eso, tratamos de renunciar o de desprendernos de las
cosas, automóviles, casas, organizaciones, cines, y de las innumerables
circunstancias que desde lo externo se nos imponen.
Creemos que seremos
sencillos viviendo retirados. Muchos santos, muchos instructores, han
renunciado al mundo; y me parece que tal renunciación por parte de cualquiera
de nosotros no resuelve el problema. La verdadera sencillez, la sencillez
fundamental, sólo puede originarse en el fuero intimo; y de ahí proviene la
expresión externa. Cómo ser sencillos es entonces nuestro problema; porque esa sencillez
nos hace más y más sensibles. Una mente sensible, un corazón sensible, son
esenciales, pues así uno es capaz de percepción rápida, de pronta captación.
Es pues, indudable, que
sólo se puede ser interiormente sencillo cuando uno comprende los innumerables
impedimentos, apegos, temores, que a uno lo tienen sujeto. Pero a la mayoría de
nosotros nos gusta estar sujetos a las personas, a las posesiones, a las ideas.
Nos gusta ser prisioneros. Interiormente somos prisioneros, aunque en lo
externo parezcamos muy sencillos. Interiormente somos prisioneros de nuestros
deseos, de nuestros apetitos, de nuestros ideales, de innumerables móviles. Y
la sencillez no puede hallarse a menos que seamos interiormente libres. Ella,
por lo tanto, ha de empezar primero en lo interno, no en lo exterior.
Hay, por cierto, una
extraordinaria libertad cuando uno comprende todo el proceso del creer, cuando
uno comprende por qué la mente se apega a una creencia. Y cuando uno se ve
libre de creencias, hay sencillez. Pero esa sencillez requiere inteligencia, y
para ser inteligente hay que darse cuenta de los propios impedimentos. Para
darse cuenta hay que estar constantemente en guardia, sin asentarse en
determinada rutina, en determinado tipo de acción o de pensamiento.
Porque, después de todo, lo que uno es en su interior influye sobre lo externo. La sociedad, o cualquier forma de acción, es la proyección de nosotros mismos; y si no nos transformamos interiormente, la mera legislación significa muy poco en lo externo; puede traer ciertas reformas, ciertos reajustes, pero lo que uno es en su interior se sobrepone siempre a lo externo. Si internamente uno es codicioso, ambicioso, si persigue ciertos ideales, esa complejidad íntima terminará por trastornar, por demoler la sociedad externa, por cuidadosamente planeada que ella pueda estar.
… Para terminar con el dolor, uno debe tener una mente muy clara, muy sencilla. La sencillez no es una mera idea. Ser sencillo, simple, exige muchísima inteligencia y sensibilidad.”
J. Krishnamurti
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