“… Vamos a averiguar si es posible que la
mente viva sin ningún esfuerzo, sin que eso signifique entrar en un estado
vegetativo. No soy yo quien les pregunta; esta pregunta les pertenece a
ustedes, son ustedes quienes se la formulan. Lo único que han conocido hasta
ahora es el esfuerzo, la resistencia, la represión, y el seguir a otra persona;
eso es cuanto conocen. Y ahora preguntamos si la mente que ha aceptado este
sistema, esta tradición y esta forma de vivir, puede dejar de realizar
cualquier esfuerzo. Vamos a examinarlo juntos; no es algo que vayan a aprender
de mí. Por favor, es importante que entiendan que no están aprendiendo de quien
les habla; aprenden a través de la observación y, por consiguiente, lo que
aprenden es suyo, no mío. ¿Comprenden? El esfuerzo existe cuando hay dualidad.
Dualidad significa contradicción: «Soy esto, pero me gustaría ser aquello»,
tener deseos y propósitos contradictorios, ideas contradictorias.
… Si nos damos cuenta seriamente de ello, si
lo examinamos, vemos que nuestra vida es una batalla constante, una constante
lucha, esfuerzo tras esfuerzo. Tener que levantarse a la mañana es un esfuerzo.
¿Qué hemos de hacer? No podemos escapar de ello. Uno solía tratar a algunas
personas que afirmaban la imposibilidad de vivir en el mundo y se retiraban
totalmente a ciertas montañas del Himalaya y desaparecían. Eso es meramente
eludir la realidad, escapar de ella, como lo es el quedar absorbido en una
comunidad o unirse a un gurú con una inmensa fortuna y perderse ahí.
Obviamente, esas personas no resuelven los problemas de la vida diaria ni
investigan sobre el cambio, la revolución psicológica de una sociedad. Escapan
de todo esto. Y nosotros, si no escapamos y realmente vivimos en este mundo tal
como es, ¿qué haremos?
… ¿Cuál es la verdad? Estáis desconcertados;
eso es lo importante, señores, no que yo tenga la verdad o que algún otro la
tenga. Lo importante es averiguar si podéis descubrir la realidad por el
esfuerzo, la voluntad, la lucha, la porfía. ¿Eso trae comprensión? La verdad,
por cierto, no es cosa distante, la verdad está en las pequeñas cosas de la
vida diaria, en toda palabra, en toda sonrisa, en toda relación, sólo que no
sabemos verla; y el hombre que prueba, que lucha valientemente, que se
disciplina y se domina a sí mismo, ¿verá la verdad? ¿Verá la verdad una mente
disciplinada, controlada, estrechada por el esfuerzo? Es obvio que no. Sólo la
mente silenciosa verá la verdad, no la mente que hace un esfuerzo para ver.
¿Entenderá, señor, lo que yo digo, si hace un esfuerzo para entender? Es sólo
cuando estáis quietos, cuando estáis realmente en silencio, que comprendéis. Si
observáis atentamente, si escucháis quedamente, entonces entenderéis; pero si
hacéis grandes esfuerzos, si lucháis por captar todo lo que se dice, vuestra
energía se disipará en la lucha, en el esfuerzo. De suerte que no hallaréis la
verdad mediante el esfuerzo, sin que importe quien la diga, si los antiguos
libros, los santos antiguos, o los modernos.
… El
hacer un esfuerzo por comprender, evidentemente, es un estorbo para la
comprensión porque toda vuestra atención se emplea en hacer el esfuerzo. No sé
si alguna vez habéis notado que, cuando algo que otra persona dice os interesa,
no hacéis esfuerzo alguno, no erigís un muro de resistencia contra la
distracción. No hay distracciones cuando estáis interesados; prestáis plena
atención a lo que se está diciendo, ansiosamente, con espontaneidad. Cuando hay
interés vital, hay atención espontánea. La mayoría de nosotros, empero, halla
muy difícil esa atención, porque tal vez conscientemente, en el nivel
superficial de la mente, queréis entender, pero en lo íntimo hay resistencia; o
bien el deseo de comprender puede ser profundo, mientras en lo exterior, en la
superficie, es donde hay resistencia.
… Ahora me estáis escuchando a mí sin
esfuerzo alguno para prestar atención; escucháis, nada más. Y si en lo que oís
hay verdad, si lo que se está diciendo es verdadero, hallaréis que un cambio
notable ocurre en vosotros; un cambio que no ha sido deseado, una
transformación, una completa revolución, en que sólo la verdad es dueña de la
situación, no vuestra mente. De suerte que, si puedo sugerirlo, escuchad todo
de un modo análogo, no sólo lo que yo digo, sino lo que dicen otras personas,
el canto de las aves, el silbato de aquella locomotora, el ruido del ómnibus
que pasa; y hallaréis que, cuanto más escucháis, mayor es el silencio, y que
ese silencio no se interrumpe con el ruido. Sólo cuando resistís, cuando
levantáis una barrera entre vosotros y lo que oís, entre lo que escucháis y
aquello que no queréis escuchar, hay lucha. Escuchad pues, si se me permite
sugerirlo.
… El conflicto de cualquier clase, físico,
psicológico, intelectual, es un desperdicio de energía. Por favor, es
extraordinariamente difícil comprender esto y estar libre del conflicto, porque
a casi todos nos han educado para luchar, para esforzarnos. Cuando vamos a la
escuela eso es lo primero que nos enseñan, que debemos esforzarnos. Y esa
lucha, ese esfuerzo, son sostenidos a lo largo de toda la vida; es decir, para
ser buenos debemos luchar, debemos combatir el mal, debemos resistir,
controlar. Así, desde el punto de vista educativo, sociológico, religioso, al
ser humano se le enseña a luchar. Se le dice que para encontrar a Dios debe
trabajar, disciplinarse, practicar, retorcer y torturar su alma, su mente, su
cuerpo, negando, reprimiendo; no debe mirar, tiene que luchar, luchar y luchar
en el nivel así llamado espiritual, que no es espiritual en absoluto.
… Nuestros cerebros son como grabadores
magnetofónicos; ciertos recuerdos han sido cultivados durante siglos y nosotros
repetimos eso una y otra vez. En medio del ruido de esa repetición tratamos de
escuchar algo nuevo y, en consecuencia, no oímos absolutamente nada. Entonces
decimos, «¿qué debo hacer? ¿Cómo puedo liberarme del viejo mecanismo, de las
viejas cintas grabadas, y escuchar la cinta nueva?». Lo nuevo sólo puede oírse
cuando la vieja grabación está en silencio. Y eso ocurre sin esfuerzo alguno,
si somos serios para escuchar, para descubrir, para conceder nuestra atención;
entonces no existe la autoridad de otro ni dependemos de otro.”
J. Krishnamurti
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