“… No hay duda de que llegáis a lo interno
al comprender lo externo, al descubrir por qué el conflicto, la lucha, el
dolor, existen en el mundo exterior; y a medida que esto se investiga más y
más, penetra uno naturalmente en los estados psicológicos que producen los
conflictos y miserias externas. La expresión externa es mero indicio de nuestro
estado interior, mas para comprender ese estado íntimo, uno ha de enfocarlo a
través de lo externo. Eso es lo que casi todos hacemos. Y al comprender lo
interno, no en forma exclusiva, ni rechazando lo externo, sino comprendiendo lo
externo y de ese modo llegando a lo interno, encontraremos que, al proseguir
investigando las íntimas complejidades de nuestro ser, nos hacemos cada vez más
sensibles y más libres. Es esa sencillez interior la que resulta esencial,
porque esa sencillez despierta sensibilidad. Una mente que no es sensible, que
no está alerta, perceptiva, es incapaz de receptividad, de toda acción
creadora. La conformidad, como medio de llegar a la sencillez, realmente embota
e insensibiliza la mente y el corazón.
Cualquier forma de compulsión autoritaria,
impuesta por el gobierno, por uno mismo, por el ideal de realización y lo
demás; cualquier tipo de conformidad tiene que contribuir a la insensibilidad,
a que no seamos interiormente sencillos. Exteriormente podéis someteros y dar
la impresión de sencillez como lo hacen muchas personas religiosas. Ellas
practican diversas disciplinas, ingresan a distintas organizaciones, meditan de
una manera especial y así sucesivamente, todo lo cual les confiere una
apariencia de sencillez. Pero tal conformidad no contribuye a la sencillez.
Ninguna forma de compulsión puede jamás conducir a la sencillez. Al contrario,
cuanto más reprimís, cuanto más substituís, cuanto más sublimáis, menos
sencillez existe. Cuanto mejor comprendáis, empero, el proceso de la
sublimación, de la represión, de la substitución, mayor será la posibilidad de
ser sencillos.
Nuestros problemas sociales, ambientales,
políticos, religiosos, son tan complejos, que solo podemos resolverlos, no
volviéndonos extraordinariamente eruditos y sagaces, sino siendo nosotros
sencillos. Porque una persona sencilla ve mucho más directamente que la persona
compleja, su experiencia es más directa. Y nuestra mente está tan abarrotada
con un infinito conocimiento de hechos, de lo que otros han dicho, que nos
hemos incapacitado para ser sencillos y tener nosotros mismos experiencia
directa. Estos problemas requieren un nuevo enfoque y tal enfoque solo es
posible cuando somos sencillos, realmente sencillos en nuestro fuero íntimo.
Esa sencillez llega tan sólo con el conocimiento propio, mediante la
comprensión de nosotros mismos, de las modalidades de nuestro pensar y sentir,
de la actividad de nuestros pensamientos, de nuestras respuestas; comprendiendo
cómo nos sometemos, por miedo a la opinión pública, a lo que otros dicen, a lo
que ha dicho Buda, Cristo, los grandes santos, todo lo cual indica nuestra
tendencia natural a someternos, a ponernos a salvo, a estar seguros. Y cuando
uno busca seguridad, es evidentemente porque uno se halla en un estado de
temor. Y por lo tanto no hay sencillez.
Si uno no es sencillo no puede ser sensible
a los árboles, a los pájaros, a las montañas, al viento, a todas las cosas que
ocurren alrededor de nosotros en el mundo. Y si no hay sencillez no puede uno
ser sensible a las profundas insinuaciones de las cosas. La mayoría de nosotros
vive muy superficialmente, en el nivel superior de la conciencia. Allí tratamos
de ser reflexivos o inteligentes, lo cual es sinónimo de religiosidad; allí
tratamos de que nuestra mente sea sencilla, mediante la compulsión, mediante la
disciplina. Pero eso no es sencillez. Cuando forzamos la mente superficial a
ser sencilla, tal compulsión solo consigue endurecer la mente, no la torna ágil,
flexible, lista. Ser sencillo en el proceso íntegro, total, de nuestra
conciencia, es extremadamente arduo. Porque no debe existir ninguna reserva
interior, tiene que haber ansia por averiguar, por descubrir el proceso de
nuestro ser. Y ello significa estar alerta a toda insinuación, a toda
sugerencia; darnos cuenta de nuestros temores, de nuestras esperanzas,
investigar y libertarnos de todo eso cada vez más y más. Sólo entonces, cuando
la mente y el corazón sean realmente sencillos, cuando estén limpios de
sedimentos, seremos capaces de resolver los múltiples problemas que se nos
plantean.
El saber no resolverá nuestros problemas. Podéis saber, por ejemplo, que existe la reencarnación, que hay continuidad después de la muerte. Puede que lo sepáis, no digo que lo sabéis, o puede que estéis convencidos de ello. Pero eso no resuelve el problema. A la muerte no podéis hacerla a un lado mediante vuestra teoría o información, o con vuestras convicciones. Es mucho más misteriosa, mucho más honda, mucho más creadora que todo eso. Hay que tener capacidad para investigar todas esas cosas de un modo nuevo, porque es sólo a través de la experiencia directa como se resuelven nuestros problemas; y para tener experiencia directa ha de haber sencillez, lo cual significa que tiene que haber sensibilidad. El peso del saber embota la mente. Asimismo, la embotan el pasado y el futuro. Solo una mente capaz de adaptarse de continuo al presente, de instante en instante, puede hacer frente a las poderosas influencias y presiones que el medio ejerce constantemente sobre nosotros.
Por eso el hombre religioso no es, en realidad, el que viste una túnica o un taparrabos, el que come tan sólo una vez al día, o el que ha hecho innumerables votos de ser esto y de no ser aquello, sino aquel que es interiormente sencillo, aquel que no está “deviniendo” algo. Una mente así es capaz de extraordinaria receptividad, porque no tiene barreras, no tiene miedo, no va en pos de nada. Ella es, por lo tanto, capaz de recibir la gracia, de recibir a Dios, la verdad o como os plazca llamarle. Pero la mente que persigue la realidad no es una mente sencilla. La mente que busca, que escudriña, que anda a tientas, agitada, no es una mente sencilla. La mente que se ajusta a cualquier norma de autoridad, interior o externa, no puede ser sensible. Y solo cuando la mente es de veras sensible, cuando está alerta y es consciente de todo lo que en sí misma ocurre, de sus propias respuestas, de sus pensamientos, cuando ya ha cesado en su devenir, cuando ya no se modela a sí misma para ser algo, solo entonces es capaz de recibir aquello que es la verdad.”
J. Krishnamurti