“… En primer término, al discutir cualquier
tema de esta clase tenemos evidentemente que ser serios y no académicos,
eruditos ni superficiales, porque eso a nada nos conducirá. Tenemos pues, que
tratar esto muy en serio, lo cual significa que no podemos simplemente aceptar
o rechazar, y que debemos investigar para descubrir la verdad acerca de
cualquier tema. Hay que estar atento y no ser académico. Uno tiene que abrirse
a la insinuación y, por lo tanto, debe tener el deseo de investigar y no
simplemente de aceptar la autoridad, ya sea de una tribuna o de un libro, del
pasado muerto o del presente. Al discutir pues, cuál es el objeto de la vida,
debemos averiguar qué entendemos por “vida” y qué entendemos por “objeto”, y no
se trata de la acepción según el diccionario, sino del significado que damos a
esas palabras. La vida implica, por cierto, diaria acción, diario pensamiento y
sentimiento, ¿no es así? Ella incluye las luchas, los dolores, las ansiedades,
los engaños, las zozobras, la rutina oficinesca, la rutina de los negocios, de
la burocracia, etc. Todo eso es la vida, ¿verdad? Por vida entendemos no solo
una acción o capa de la conciencia, sino el proceso total de la existencia que
es nuestra relación con las cosas, las personas, las ideas. Eso es lo que
entendemos por vida, no una cosa abstracta.
Si eso es pues, lo que entendemos por vida,
¿tiene entonces la vida un objeto? ¿O es porque no comprendemos las modalidades
de la vida, el dolor, la ansiedad, el temor, la ambición, la codicia de cada
día, porque no comprendemos las diarias actividades de la existencia, que
necesitamos un objeto, remoto o cercano, alejado o inmediato?
Necesitamos un propósito para poder guiar
nuestra vida diaria, un fin. Eso es, evidentemente, lo que entendemos por
“objeto”. Pero si yo comprendo cómo he
de vivir, el vivir es en sí mismo suficiente, ¿verdad? ¿Necesitamos entonces un
objeto? Si yo os amo, si amo a otra persona, ¿no es eso suficiente en sí mismo?
¿Necesito entonces un objeto? No hay duda de que solo necesitamos un propósito
cuando no comprendemos, o cuando queremos una norma de conducta con un fin en
vista. Después de todo, la mayoría de nosotros buscamos una norma de vida, una
línea de conducta; y la esperamos de otras personas, del pasado, o procuramos
hallar en nuestra propia experiencia una forma de comportamiento. Cuando
esperamos de nuestra propia experiencia una norma de conducta, nuestra
experiencia es siempre condicionada, ¿no es así? Por amplias que sean las
experiencias que uno haya tenido, si estas no disuelven el pasado
“condicionamiento”, cualesquiera nuevas experiencias solo podrán dar mayor
vigor a dicho condicionamiento. Ese es
un hecho que podemos discutir. Y si esperamos de otra persona, del pasado, de
un “gurú”, de un ideal, de un ejemplo, un dechado de conducta, no hacemos más
que encajar la extraordinaria intensidad de la vida en un molde, en una norma
determinada, con lo cual perdemos la prontitud, la intensidad, la riqueza de la
vida.
Debemos pues, averiguar de un modo muy claro
qué entendemos por objeto, si es que hay tal propósito. Podréis decir que
existe un propósito, alcanzar la realidad, Dios, o lo que os plazca. Mas para
llegar a eso tenéis que conocerlo, tenéis que percibirlo, debéis tener su
medida, su hondura, su significación. ¿Conocemos la realidad por nosotros
mismos o la conocemos tan solo por la autoridad de otra persona? ¿Podéis pues,
decir que el objeto de la vida es encontrar la realidad cuando no sabéis qué es
la realidad? Puesto que la realidad es lo desconocido, la mente que busca lo
desconocido tiene primero que estar libre de lo conocido, ¿no es así? Si mi
mente está obscurecida, agobiada por lo conocido, sólo puede medir de acuerdo a
su propia condición, a su propia limitación, y por lo tanto jamás podrá conocer
lo desconocido, ¿verdad?
De suerte que lo que estamos procurando
discutir y averiguar es si la vida tiene un objeto, y si ese objeto puede ser
medido. Solo puede ser medido en términos de lo conocido, en términos del
pasado; y cuando yo mido el objeto de la vida en términos de lo conocido, lo
mediré según mis simpatías y antipatías. El objeto de la vida, por
consiguiente, estará condicionado por mis deseos, y por tal causa dejará de ser
dicho objeto. Eso, ciertamente, es claro, ¿verdad? Solo puedo comprender cuál es el objeto de la
vida a través del tamiz de mis prejuicios, necesidades y deseos; de otro modo
no puedo juzgar, ¿no es así? Así pues, la medida, la cinta, el metro, es un
condicionamiento de mi mente, y conforme a los dictados de mi
“condicionamiento” decidiré cuál es el objeto.
¿Pero es ese el objeto de la vida? Él ha
sido creado por mi necesidad, y por lo tanto no es ciertamente el objeto de la
vida. Para descubrir el propósito de la vida, la mente tiene que estar libre de
medición; sólo entonces puede descubrir, pues de otro modo no hacéis sino
proyectar vuestra propia exigencia. Esto no es mera intelección, y si lo
ahondáis profundamente veréis su significado. Al fin y al cabo, es de acuerdo a
mi prejuicio, a mi necesidad, a mi deseo, a mi predilección, que decido cuál ha
de ser el objeto de la vida. Mi deseo pues, crea ese objeto. Eso, por cierto,
no es el objeto de la vida. ¿Qué es más importante, descubrir el objeto de la
vida, o libertar la mente de su propio “condicionamiento”, y entonces inquirir?
Y quizá cuando la mente esté libre de su propio condicionamiento, esa misma
libertad será el objeto. Porque, después de todo, es tan solo en la libertad
que puede descubrirse cualquier verdad.
… Hemos creado una separación entre el
intelecto y el sentimiento, desarrollando el primero a expensas del segundo.
Somos como un objeto de tres patas, con una pata mucho más larga que las otras;
nos falta equilibrio. Estamos adiestrados para ser intelectuales; nuestra
educación cultiva el intelecto para que sea agudo, astuto, adquisitivo, y así
es como juega el papel más importante en nuestra vida.
La inteligencia es mucho más grandiosa que
el intelecto, porque en ella se integran la razón y el amor; pero solo puede
haber inteligencia cuando hay conocimiento propio, profunda comprensión del
total proceso de uno mismo.
Solo puede haber regeneración cuando haya transformación de la mente y del corazón.”
J: Krishnamurti