“… Es indudable que para
descubrir la verdad uno debe estar libre de luchas, tanto internas como con los
demás. Cuando internamente estamos libres de conflicto tampoco tenemos
conflictos con lo externo; las luchas internas son las que al proyectarse en lo
externo generan el conflicto mundial.
… Nuestra pregunta es:
¿cómo pueden el cerebro y la mente, es decir, la totalidad del ser humano,
cambiar completamente en lo psicológico, en lo neurológico? ¿Es posible que el
ser humano cambie por completo? Uno se da cuenta de que ese cambio es necesario
porque, a menos que se produzca un cambio, siempre habrá guerra, una nación
contra otra, una nacionalidad en lucha con otra, su país contra mi país; toda
esa terrible brutalidad de la guerra como consecuencia de las diferencias
lingüísticas, económicas, sociales, morales; esa interminable batalla, tanto
interna como externa. Tiene que haber un cambio; entonces, ¿cómo hacer ese
cambio?
… La percepción alerta no actúa solo con
respecto a lo externo, el vuelo de los pájaros, las sombras, el mar inquieto,
los árboles y el viento, el mendigo y los lujosos automóviles que pasan a su
lado; también está la percepción alerta del proceso psicológico, de las
tensiones y los conflictos internos. Uno no censura al pájaro que vuela, lo
observa, percibe su belleza. Pero, cuando uno considera su propia lucha
interna, la censura o la justifica, es incapaz de observar este conflicto
interno sin introducir opción ni justificación alguna.
Estar alerta a los propios sentimientos y
pensamientos, sin identificarse con ellos, sin rechazar nada, no es una tarea
tediosa y difícil; pero cuando buscamos un resultado, cuando queremos obtener
algo, el conflicto se incrementa y comienza el tedio del esfuerzo, de la lucha.
… Si
usted ama, si realmente ama a alguien, no hay posibilidad de causarle dolor
cuando usted hace algo que considera correcto. Pero cuando quiere que esa
persona haga lo que usted desea, o esa persona quiere que usted haga lo que
ella desea, solo entonces hay dolor. O sea, a usted le agrada ser poseído, se
siente a salvo, seguro, cómodo; aunque sabe que la comodidad no es sino
transitoria encuentra refugio en ella, en esa transitoriedad. Así, cada lucha
por la comodidad, por el estímulo, no hace sino delatar realmente la falta de
riqueza interior; en consecuencia, una acción aparte, separada de la otra
individualidad es natural que genere perturbación, pesar y sufrimiento; y un
ser humano tiene que reprimir lo que siente de verdad, para poder así ajustarse
al otro. En otras palabras, esta constante represión, originada en el así
llamado amor, destruye a ambos individuos. En ese amor no hay libertad, eso es
tan solo una sutil esclavitud.
… La relación con
nuestra esposa no es una idea, pero la relación con el prójimo, con el país,
con los dioses, es una idea. Así pues, la sociedad es relación, y hoy por hoy,
esa estructura social se basa en ambición, codicia, envidia, búsqueda de poder,
de posición, de prestigio, y en todas aquellas cosas tan importantes que el
hombre ha establecido en la vida. Ese es el hecho real, no sus dioses, el Gita,
su gurú, sus santos y salvadores, sino la vida diaria; esa cotidianidad en la
que uno expresa su ambición, su avaricia, su envidia, su lucha por alcanzar
poder, riqueza y esa posición que anhela. Sin un cambio radical, sin desmontar
todo este sistema, no puede haber una revolución religiosa, y la revolución
religiosa es la única que tiene sentido porque todas las demás han fracasado.
… Hay también risas en la vida. La risa es
algo hermoso, reír sin un motivo, tener en el corazón una alegría sin causa,
amar sin buscar nada a cambio. Pero es muy raro que en nosotros tenga lugar una
risa semejante. Estamos agobiados de dolor; nuestra vida es un proceso de
desdicha y lucha, una continua desintegración, y casi nunca sabemos qué es amar
con la totalidad de nuestro ser.
… También estamos investigando nuestra
mente. Cuando empleamos la palabra “mente” no queremos decir la mente “de
ustedes” o “mi” mente, sino la mente. La mente de cada uno de ustedes es como
la mente de miles y millones de personas; compite, lucha, reclama, sigue,
acepta, obedece, idealiza, pertenece a alguna religión, sufre dolores,
tormentos y ansiedad; así es la mente de cada uno de ustedes y así son las
otras mentes. Puede que no vean esto, porque la vanidad de ustedes, su sentido
de la importancia individual, quizás impidan esta observación de lo real. Los
seres humanos son psicológicamente similares, muy desdichados en todas partes
del mundo. Pueden rezar, pero la plegaria no da respuesta a sus problemas;
siguen siendo infelices, siguen compitiendo, siguen en su desesperación. Esta
es la mente común a todos. Y así, cuando investigamos, estamos investigando al
ser humano, no meramente a ustedes o a mí, somos todos seres humanos.
… De modo que el
problema es: soy un hombre lógico y, no obstante, siento que existe algo
misterioso, pero no puedo aprehenderlo. Puedo entenderlo, puedo verlo
lógicamente, pero no puedo contenerlo en mi corazón, en mi mente, en mis ojos,
en mi sonrisa. El interlocutor dice: “ayúdeme”. Si se me permite señalar algo,
no pida ayuda a nadie, porque todo el afán está en usted y en usted está todo
el misterio, si es que existe un misterio. Todo aquello por lo que el hombre ha
luchado, todo lo que ha buscado, encontrado, descartado como ilusión, todo eso
forma parte de su conciencia. Cuando usted pide ayuda, perdóneme si señalo
esto, lo hago con el mayor respeto, no cínicamente; cuando pide ayuda está
solicitando algo de afuera, solicita algo de otro. ¿Cómo sabe que el otro tiene
esa condición de la verdad? A menos que usted mismo la tenga, jamás sabrá si el
otro la tiene o no.
… Antes de que puedan
actuar de manera plena y auténtica, deben conocer la prisión en la que están
viviendo, cómo ha sido creada; examinándola sin defensa alguna descubrirán por
sí mismos su verdadero significado, significado que ninguna otra persona puede
transmitirles. Mediante su propio despertar de la inteligencia, mediante su
propio sufrimiento, descubrirán la manera de realizarse plena y verdaderamente.”
J. Krishnamurti