“… ¿Por
qué escuchamos a alguien que habla públicamente? ¿Es para adquirir ciertas
ideas, para aprender algo? ¿Es meramente a causa de la curiosidad? ¿O
escuchamos para descubrir por nosotros mismos en las palabras del que habla lo
que realmente somos? Es un hecho sorprendente que, dondequiera que uno vaya, el
auditorio parece escuchar meramente un montón de palabras, teorías y
posibilidades. Y me temo que lo mismo ocurre aquí, como ustedes se sientan allí
y quien les habla lo hace en el estrado, uno se sorprende ante este extraño
fenómeno, y es muy extraño, porque si supiéramos cómo mirar, cómo mirar el
mundo con sus múltiples actividades, y también supiéramos cómo mirar dentro de
nosotros mismos, creo que nunca asistiríamos a una reunión, nunca escucharíamos
a otro para aprender porque en nosotros mismos está escrita toda la historia
del hombre; en nosotros mismos, si sabemos cómo mirar, cómo escuchar, podemos
leer muy nítidamente toda la historia, la desdicha y la lucha del hombre.
Pensamos que algún otro va a enseñarnos cómo mirar, que algún otro va a
mostrarnos el camino y a salvarnos de nuestra interminable lucha y desdicha. Si
ustedes observan, tanto externa como internamente, se darán cuenta de que no
hay nadie que pueda darnos la llave, la comprensión de nuestra vida tan
desesperadamente desconcertante, compleja y desgraciada. Pero rehusamos mirar,
nos negamos a escuchar las sugestiones, las insinuaciones de eso que nos está
contando la historia, tanto en detalle como en su totalidad abarcadora; eso nos
dice lo que realmente está ocurriendo.
Por lo tanto, si se me permite señalarlo,
quien les habla no tiene nada que enseñarles, y eso es lo que realmente quería
decir; ninguna nueva filosofía, ningún nuevo sistema, ningún nuevo sendero
hacia la realidad. No hay sendero que conduzca a la realidad; los muchos
senderos que el hombre ha inventado hacia la realidad han nacido del miedo; de
hecho, no hay en absoluto sendero alguno. Un sendero implica algo permanente,
estático, que está ahí inmóvil, lo único que tienen que hacer es andar por el
sendero y llegarán allá. Me temo que no es así en lo más mínimo. Es mucho más
complejo, mucho más sutil y extraordinariamente bello si uno comprende que no
hay sendero, que no hay salvador, que nadie puede liberarnos de nuestra propia
confusión, de nuestra lucha y de nuestra eterna búsqueda. Porque, como dijimos,
todo está ahí si uno sabe cómo explorar, cómo mirar; está todo dentro de
nosotros mismos, porque somos el resultado del tiempo, el resultado de una
experiencia infinita, de una vasta tradición.
Queremos que se nos diga cómo mirar, cómo
escuchar, qué hacer. No formulen esas preguntas nunca, a nadie, qué hacer, cómo
escuchar, cómo estar atentos. Todo lo que tienen que hacer es mirar. No es
cuestión de “cómo” mirar; sólo mirar, con todo el corazón, con toda la mente,
de modo que vean las cosas tal como realmente son. Rehusamos mirar porque
nuestros corazones se hallan repletos con las cosas de la mente, la cual tiene
múltiples imágenes que no podemos mirar ni con claridad ni con afecto. Y el afecto
no puede enseñarse; no hay escuela, no hay maestro ni libro que puedan dar
origen a esta calidad del amor. Y sin amor, hagan lo que hagan, aunque vayan a
todos los templos, mezquitas e iglesias, y se sacrifiquen y se comprometan con
un particular curso de acción, y pertenezcan a algún partido político; sin
amor, la desdicha de ustedes, la dolorosa soledad y la desesperación que
padecen jamás tendrán fin.
… La libertad no puede otorgarse, la
libertad es algo que aparece cuando uno no lo busca. Surge sólo cuando uno sabe
que es un prisionero, cuando conoce completamente por sí mismo su estado de
condicionamiento, cuando sabe hasta qué punto está atrapado por la sociedad,
por la cultura, por la tradición, por todo lo que le han dicho. La libertad es
orden, jamás es desorden, y uno debe tener completa libertad, tanto externa
como internamente; sin libertad no hay claridad, sin libertad ustedes no pueden
amar, sin libertad no pueden dar con la verdad. Sin libertad no pueden ir más
allá de las limitaciones de la mente. Tiene que haber libertad y deben exigirla
con la totalidad del ser. Cuando la exijan así, descubrirán por sí mismos qué
es el orden, un orden que no consiste en seguir un patrón o un diseño, que no
es el resultado del hábito. Hagan el favor de escuchar todo esto, solo
escuchen, sin aceptar ni rechazar.
… El tesoro no está en los libros, ni en
vuestro gurú, está en vosotros mismos; y la llave del tesoro es la comprensión
de vuestra propia mente. Tenéis que comprender vuestra mente, no según
Patanjali ni según algún psicólogo que explica ingeniosamente las cosas, sino
vigilándoos, observando cómo funciona vuestra mente, no sólo la consciente,
sino las hondas capas de lo inconsciente también. Si vigiláis vuestra mente, si
jugáis con ella, si la observáis cuando es espontánea, libre, os revelará
tesoros incalculables y entonces estaréis más allá de todos los libros. Pero
también eso requiere mucha atención, vigor, intensidad de búsqueda, no el
diletantismo de las explicaciones fáciles. La mente ha de estar pues, libre de
conocimiento, porque una mente que esté ocupada con el conocimiento nunca podrá
descubrir lo que es.
… Nadie puede darles este conocimiento propio, son ustedes mismos los que deben tomar conciencia plena de sus pensamientos-sentimientos. Porque en ustedes mismos está el principio y el fin, la totalidad de la vida. Lo supremo ha de ser descubierto, no formulado.
Para leer las páginas del pasado, debe uno
conocerse tal como es en el presente, porque a través del presente se revela el
pasado. En cada uno de nosotros está la llave que abre la puerta hacia la
realidad, nadie puede ofreceros esa llave, porque es vuestra. Mediante la
propia percepción inteligente podemos abrir la puerta; sólo gracias a la plena
conciencia de nosotros mismos podemos leer el valioso libro del conocimiento
propio, porque en él están los indicios y las aperturas, los obstáculos y los
bloqueos que obstruyen y, no obstante, conducen a lo intemporal, a lo eterno.”
J. Krishnamurti
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