“… Vivir con sencillez
es la más grande de las artes. Es sumamente difícil, dado que requiere profunda
inteligencia y no una comprensión superficial de la vida. Para vivir con
inteligencia y sencillez, uno debe estar libre de todas esas restricciones,
resistencias y limitaciones que cada individuo ha desarrollado para su propia
protección y que han impedido su genuina relación con la sociedad. Debido a que
se halla encerrado dentro de estas restricciones, de estos muros de ignorancia,
para él no puede haber verdadera sencillez. Para producir una vida de inteligencia
y, por consiguiente, de sencillez, tienen que ser demolidas esas resistencias y
limitaciones. Este proceso implica gran reflexión, actividad y esfuerzo. Un
hombre con prejuicios, nacionalista, atado por la autoridad de tradiciones y
conceptos y en cuyo corazón hay temor, no puede, por cierto, vivir con
sencillez. Un hombre estrecho, ambicioso, adorador del éxito, no puede vivir
inteligentemente. En una persona así no es posible la espontaneidad profunda.
La espontaneidad no es una mera reacción superficial, es honda realización, la
cual es inteligente sencillez en el actuar.
Ahora bien, casi todos
tenemos muros de resistencia autoprotectora contra el movimiento de la vida, de
algunos somos conscientes y de otros no lo somos. Pensamos que podemos vivir
con sencillez mediante el simple evitar o desatender las resistencias no
descubiertas, o pensamos que podemos vivir con plenitud adiestrando nuestras
mentes para ciertas pautas de vida. No es sencillez vivir solo, apartado de la
sociedad, o poseer poco, o ajustarse a determinados principios. Esto es tan
sólo escapar de la vida. La verdadera sencillez de la inteligencia, o sea, el
ajuste profundo al movimiento de la vida, llega cuando, gracias a la percepción
comprensiva y al recto esfuerzo, comenzamos a acabar con las numerosas capas de
resistencia autoprotectora. Sólo entonces existe una posibilidad de vivir
espontánea e inteligentemente.
… Es posible que
alguien diga: “bueno, todo esto es demasiado complicado; yo deseo una simple
píldora que pueda tomar rápidamente y que el problema se resuelva.” No hay tal
píldora. La vida es un proceso muy complejo y no puede resolverse con
triquiñuelas. Es necesario que os deis cuenta de su complejidad, pero sólo
puede ver esa complejidad quien es enteramente sencillo. Si sois realmente
sencillos, entonces podréis ver la extraordinaria complejidad que hay en
vosotros, y todos vuestros condicionamientos. Pero ser sencillo es una de las cosas
más difíciles. La sencillez no está en el vestir un taparrabo o en hacer una
comida al día, o en ir alrededor de la tierra predicando alguna idiotez sin
sentido. La sencillez no es obediencia. Por favor, escuchad bien todo esto. La
sencillez no es seguir un ideal, la sencillez no es imitación, simplemente ser
sencillos para así poder ver. Todos saben que sólo pueden mirar un árbol, una
flor, la belleza de una tarde, cuando los ojos no están nublados, cuando la
mente no está divagando, cuando no estáis torturados por vuestro particular y
pequeño problema. Entonces es cuando se puede mirar el árbol, el atardecer
tiene belleza; entonces, por esa sencillez, podréis observar.
… La mente es tan compleja; sus intenciones,
sus motivos son tan contradictorios y escondidos, que uno pierde toda
sencillez. Se requiere una mente muy sencilla, no una mente perturbada, sino
clara como un estanque, como un lago de agua límpida y transparente, sin la más
ligera onda que impida ver el fondo con todas las piedrecitas, los peces, las
hierbas y todos los seres que allí viven. Si uno puede observar y escuchar así,
ya no tiene que hacer nada más. No tiene que ejercitar argumentos
intelectuales, no necesita convicción ni fe ni procedimiento alguno para ser
serio, sino meramente ver la existencia como un todo, ver la totalidad del
cielo, no a través de una ventana, no a través de una mente especializada que
lo ve y conoce toda su composición y naturaleza. Una mente especializada no
puede ver el todo. No puede percibir la totalidad de la vida, el amor, la
muerte, las guerras, la adquisitividad, la batalla constante dentro y fuera de
uno mismo, la ambición, el poder; no la puede percibir como un vacío total,
como un total movimiento. Si uno pudiera ver de ese modo, escuchar el movimiento
total de la vida, todos los problemas cesarían; todas las relaciones tendrían
un significado por completo diferente, y la existencia tendría una profundidad
muy distinta.
… Mientras la sociedad siga siendo para vosotros un medio de autoextensión, tendrá que haber sed de poder, y es el poder el que crea una sociedad de clases, dividida en altas y bajas, ricas y pobres, y en hombres que tienen y hombres que no tienen, letrados y analfabetos, cada cual, en lucha con otros, todo ello basado en el espíritu adquisitivo y no en la necesidad. Es el espíritu adquisitivo el que confiere poder, posición y prestigio, y mientras eso exista vuestra relación con la sociedad tiene que ser un medio de vida impropio. Puede haber rectos medios de subsistencia cuando sólo esperáis de la sociedad la satisfacción de vuestras necesidades; y entonces vuestra relación con la sociedad es muy simple. La sencillez no es lo "más", ni consiste en andar de taparrabo y renunciar al mundo. El mero hecho de limitaros a unas pocas cosas no es sencillez. La sencillez de la mente es esencial, y esa sencillez de la mente no puede existir si se usa la mente para la autoextensión, la autorrealización, provenga esa autorrealización de la búsqueda de Dios, del conocimiento, del dinero, de la propiedad o de la posición. La mente que busca a Dios no es una mente sencilla, pues su Dios es su propia proyección.
El hombre sencillo es el que ve exactamente
lo que es y lo comprende, él no pide nada más. Una mente así está contenta,
comprende lo que es; lo cual no significa aceptar la sociedad tal como es, con
su explotación, sus clases, sus guerras, etc. Pero una mente que ve y comprende
lo que es, y que por lo tanto actúa, una mente así tiene pocas necesidades, es
muy sencilla, serena. Y sólo cuando la mente está quieta puede recibir lo
eterno.”
J. Krishnamurti
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