“. . .Para hacer
cualquier cosa, caminar, hablar, mirar, pensar, sentir, hace falta energía; y la
energía se disipa cuando hay conflicto inherente a la expresión de esa energía.
Como podemos observar, todas nuestras actividades, en cualquier aspecto,
engendran alguna clase de conflicto, crean dentro de nosotros un sentido de
esfuerzo, cierta resistencia y negación; ¿pero es posible actuar sin conflicto,
sin resistencia y aun sin esfuerzo? De esto es de lo que, si se me permite,
quisiera hablar esta mañana. Uno ve lo que está pasando en el mundo, los
ordenadores, los cerebros electrónicos y diversas formas de automatización,
conceden al ser humano cada vez más tiempo para el ocio y ese tiempo libre va a
ser monopolizado por la religión organizada y por las diversiones organizadas.
No sé si hay mucha diferencia entre ambas, pero por el momento, no las mezclemos.
Cuando una persona
cuenta con muchos ratos de ocio, posee más energía, mucha más energía, y la
sociedad le reclama que utilice esa energía, no de forma antisocial; para
dominar el sentimiento antisocial, se sumergirá en la religión organizada o en
todo tipo de diversiones, o bien se zambullirá en la literatura, en el arte o
en la música, lo cual es otra forma de diversión. Como resultado de ello, el
ser humano se volverá cada vez más superficial. Puede leer todos los libros del
mundo y tratar de comprender las complejidades de la teología, de la filosofía
y de la ciencia; puede familiarizarse con ciertos hechos y verdades de la
literatura, pero seguirá siendo algo externo, lo mismo que lo son las
diferentes formas de religión y de diversión.
Las religiones
organizadas afirman que buscan las cosas internas de la vida, pero reclaman
creencia, dogma, rito y conformismo, como todos sabemos. Ahora bien, si no
estamos alerta a todas estas cosas inherentes a la civilización moderna,
nuestras energías se verán consumidas por esas condiciones, y nuestra acción
seguirá, pues, siendo muy superficial; y debido a esa superficialidad, seguirá
habiendo conflicto dentro de nosotros, así como con otras personas y con la
sociedad en general; seguirá habiendo conflicto en toda forma de esfuerzo
humano, artístico, científico, matemático e industrial, y en la relación de uno
mismo con su propia esposa o con el marido, los hijos o el prójimo, y el
conflicto es un derroche de energía. Para que el conflicto deje de existir y
con ello haya ahorro de energía, uno debe comprender qué es la acción; y sin
esa comprensión, nuestra vida se volverá cada vez más superficial y seremos
cada vez más vacuos internamente. Este no es un punto que haya de discutirse o
del cual haya de dudarse, no se trata de mi opinión frente a la suya, son
hechos reales.
… Uno ha llegado de modo súbito a un estado en que la mente ya no se mueve por el deseo de quedar satisfecha, ya no exige experiencia, ni la busca. Uno tiene que dar con ello, ya que no hay nadie que pueda enseñárselo, y eso requiere energía. Con la palabra “energía” me refiero al enfoque de toda nuestra atención, sin ningún sentido de distracción. En realidad, no existe la distracción, sólo existe la inatención, ¿no? Me alegro de que alguien no esté conforme. ¿Existe eso que llamamos distracción? Al caminar o al avanzar, uno mira. La mente va de acá para allá, a distintos puntos, y si se mueve, si se sale del camino principal, del propio centro, uno lo llama distracción; pero cuando no hay un centro, ni un camino directo, no hay distracción. Es muy importante comprender esto. Si comprenden esto con toda claridad, verán que desaparece por completo todo esfuerzo por concentrarse, con todo el conflicto que ello crea; y entonces no hay distracción.
Mirar al cielo, ver el
rostro de un niño, oír el murmullo de un riachuelo y el terrible ruido
de un avión que pasa por encima, observar a la gente, a los políticos, a los
sacerdotes, escuchar su propia mente y su propio corazón, percibir sus propias
exigencias y su desesperación; no hay distracción respecto a ninguna de estas
cosas, desde el mirar al cielo hasta el mirarse a ustedes mismos. Todo ello
forma parte de un todo, y éste sólo se puede ver cuando hay atención absoluta;
y la atención absoluta es imposible cuando claudican ante la distracción. Ojalá
lo vean claro.
… Cuando hay atención absoluta, nunca
consideran nada como distracción. Sexo, celos, ansiedad, miedo, amor, pasión,
nada de lo que observan es distracción, todo está dentro de la llama de la
atención, y, por tanto, no hay nada fragmentario. Los políticos, los
sacerdotes, los rituales, todos ellos forman parte de la totalidad. En el
movimiento positivo de la mente hay distracción y fragmentación, pero cuando la
mente no está en movimiento y es, por tanto, negativa, si se me permite usar
esa palabra, no hay fragmentación en la vida. Entonces la nube del cielo, el
polvo del camino, la flor al lado del camino y el susurro de su propio
pensamiento, todo ello, forma parte de la totalidad. Sin embargo, esa totalidad
sólo puede comprenderse cuando ha cesado por completo el movimiento positivo de
la mente.
… Ven, pues, por ustedes mismos, que, para dar con ese centro, con esa fuente original de las cosas, que es lo supremo, tiene que terminar toda actividad de la mente, pero no torturándola con la disciplina, ni como hacen en ciertas sectas, planteando la cuestión de manera tan extraordinariamente difícil o fantástica, que la mente tenga que callarse asustada. Eso carece por completo de madurez. Desde el principio, tienen que ver la verdad de todo movimiento de su pensar y su sentir; y eso sólo lo pueden hacer cuando la mente es por completo “negativa”, está en silencio, está en calma. Y eso puede hacerse inmediatamente; es como salirse del camino, el camino de la acción positiva que el ser humano ha seguido por inercia durante miles y miles de años. Pueden, simplemente, salirse de ese camino sin ninguna expectativa, sin exigir ni buscar nada. Sólo lo pueden hacer cuando ven todo el movimiento de la especie humana, y no sólo el de una persona determinada, es decir, cuando vean en ustedes mismos el movimiento de la totalidad.”
J. Krishnamurti