“… ¿Me estoy hablando a mí mismo, o estamos todos juntos en esto? Quien les habla acostumbra a hacerlo al aire libre, bajo los árboles o en una gran tienda, sin estas luces intensas y molestas; en esas circunstancias podemos tener una comunicación intima entre nosotros. De hecho, sólo existimos dos seres humanos, ustedes y yo, que conversamos uno con otro, no este enorme auditorio en un vasto salón, sino ambos sentados en un banco junto a las márgenes de un río considerando juntos esta cuestión. Y uno de nosotros le está diciendo al otro que no somos sino memoria, y que es a esta memoria que nos apegamos, mi casa, mi propiedad, mi experiencia, mis relaciones, la oficina o la fábrica a la que concurro, la destreza que me gusta practicar por un cierto periodo de tiempo; yo soy todo eso. Y el pensamiento se halla apegado a todo eso. Y a eso es a lo que llamamos vivir. Y este apego engendra toda clase de problemas; cuando estamos apegados hay miedo de perder; estamos apegados porque nos encontramos aislados en un constante y profundo sentimiento de soledad que nos ahoga y deprime. Y cuanto más apegados estamos a otro, lo cual es meramente memoria, porque el otro es en nosotros sólo una imagen, un recuerdo, más problemas hay. Yo estoy apegado al nombre, a la forma; mi existencia es el apego a esos recuerdos que he acumulado durante mi vida. Donde existe el apego observo que hay corrupción. Cuando estoy apegado a una creencia, esperando que en ese apego haya cierta seguridad, tanto física como psicológica, tal apego impide cualquier examen ulterior. Cuando uno está fuertemente apegado a algo, a una persona, a una idea, a una experiencia, teme examinar. Por consiguiente, donde hay apego, hay corrupción.
Toda nuestra vida es un movimiento dentro
del campo de lo conocido. Esto es obvio. La muerte implica el fin de lo
conocido. Significa el fin del organismo físico, el fin de toda la memoria que
soy ‘yo’, porque ‘yo’ no soy más que memoria, siendo la memoria lo conocido. Y
nos asusta soltar todo eso, lo cual implica muerte. Pienso que esto es bastante
claro, al menos verbalmente. Pueden aceptarlo con el intelecto, porque es
lógico, cuerdo. Se trata de un hecho.
Por lo tanto, una mente que investiga algo,
necesita tener una gran sensibilidad y libertad; ello exige un cerebro estable,
no un cerebro inconstante, desordenado. No sé si han advertido ustedes lo
desordenadas que son nuestras mentes. Vamos de un gurú a otro, especialmente en
este país. Toleramos cualquier cosa, la suciedad, la escualidez, la corrupción,
la tradición que está muerta, y todas las construcciones de templos que se
están extendiendo por el mundo y que carecen en absoluto de significación.
Ustedes miran todo esto, lo observan; y una mente que inquiere debe ser
extraordinariamente libre, debe tener una gran sensibilidad. No sé si se han
dado cuenta de lo limitados que son nuestros sentidos. Los sentidos, o sea, el
observar ópticamente, visualmente; el oír, oír a otro de manera tan completa
que uno comprenda instantáneamente lo que se dice. Una mente así debe tener
simpatía, empatía, el sentimiento de cooperación, de afecto, de amor. Aquí no
tenemos eso. Pero ustedes ‘aman’ a Dios, les gusta acudir a un templo, cubrirse
de cenizas, pertenecer a algún dios tribal porque tienen miedo, y donde hay
miedo no hay libertad para investigar.
… Creo que todos estamos de acuerdo en que
existe degeneración, en que hay un proceso de corrupción tanto moral e
intelectual como físico. Hay caos, confusión, dolor y desesperación. Pensar es
ser invadido por el dolor. Ahora bien, ¿cómo nos acercaremos a esta condición
presente? ¿Lo haremos como cristianos, budistas, hindúes, musulmanes o
comunistas? ¿O bien trataremos el problema sin adoptar ninguna posición,
ninguna postura? Los comunistas concuerdan con que el dolor es la carga de la
humanidad, y que si queremos cambiar ese estado es necesario reacondicionar la
sociedad. Si logramos dejar de lado todos nuestros puntos de vista, tal vez
podamos, realmente, enfrentarnos al problema de la degeneración. El problema es
muy serio. El conocimiento, ya sea el del mundo tecnológico o del psicológico,
o el obtenido a través de la tradición, de los libros, etc., parece encontrarse
en la raíz de todo el proceso de degeneración. Investiguemos este punto.
Observo el caos que existe por doquier, la inseguridad, la enorme confusión y
desesperanza. ¿Cómo debo acercarme a ellas? Está completamente claro que
carezco de respuesta para este problema de degeneración que existe dentro de
mí. Supongamos que he leído el Vedanta y que ahí encuentro la respuesta, o que
soy marxista y que pienso que la solución está allí y que sólo es necesario
hacer modificaciones en el sistema. Tales posiciones viciarán la indagación.
Por eso no quiero afirmar nada que no se base en hechos observables.
… Cuanto más ancladas están las creencias,
más fuertes son los dogmas, y cuando examinamos estas creencias, la cristiana,
la hindú, la budista, nos damos cuenta de que dividen a las personas. Cada
dogma, cada creencia tiene una serie de rituales, una serie de obligaciones que
atan y separan al hombre. Así, empezamos a investigar para descubrir qué es la
verdad, cuál es el significado de esta desdicha, lucha, este dolor; pero
enseguida quedamos atrapados en creencias, rituales y teorías. La creencia es
corrupción porque detrás de la creencia y de la moralidad esconde la mente el
"yo", un "yo" cada vez más grande, más poderoso y fuerte.
Pensamos que creer en Dios, creer en algo es religión, pensamos que creer es
ser religioso, ¿comprenden? Y si uno no cree se le considera ateo, la sociedad
lo condena; una sociedad condena a los que creen en Dios y otra condena a los
que no creen, pero ambas son lo mismo. De modo que la religión se convierte en
una cuestión de creencia, y la creencia actúa, tiene su correspondiente influencia
en la mente, por eso la mente nunca puede ser libre. Sin embargo, sólo en
libertad es posible descubrir la verdad, a Dios, y no a través de una creencia,
porque la creencia proyecta lo que uno cree que debería ser Dios, lo que uno
cree que debería ser la verdad.”
J. Krishnamurti
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