“Para transformar el mundo debe haber regeneración en cada uno de nosotros. Nada puede conseguirse por la violencia, por la fácil destrucción de unos contra otros. Podemos encontrar alivio temporal organizándonos en grupos, estudiando métodos de reformas sociales y económicas, promulgando legislación o elevando nuestras oraciones al cielo; pero hagamos lo que hagamos, sin el conocimiento propio y sin el amor que le es inherente, nuestros problemas crecerán y se multiplicarán. Mientras que, si aplicamos nuestras mentes y nuestros corazones a la tarea de conocernos a nosotros mismos, indudablemente resolveremos nuestros numerosos conflictos y tristezas.
En vez de que yo les diga qué es Dios,
averigüemos si ustedes pueden lograr ese estado extraordinario, no mañana o en
algún futuro distante, sino ahora mismo mientras estamos aquí juntos, sentados
tranquilamente. Eso es, por cierto, mucho más importante. Para descubrir qué es
Dios, toda creencia debe llegar a su fin. La mente que quiera descubrir qué es
lo verdadero, no puede «creer» en la verdad, no puede tener teorías o hipótesis
acerca de Dios. Por favor, escuchen. Ustedes tienen hipótesis, creencias,
dogmas, están llenos de especulaciones. Habiendo leído este o aquel libro
acerca de lo que es Dios o la verdad, sus mentes están asombrosamente
inquietas. Una mente repleta de conocimientos es una mente inquieta; no está
tranquila, solo está cargada, y la mera lentitud de movimientos no indica una
mente en calma. Cuando una creencia llena la mente, ya sea la creencia de que
Dios existe o de que Dios no existe, la mente está cargada, y una mente cargada
jamás puede descubrir qué es lo verdadero.
Para descubrir lo verdadero, la mente tiene
que estar libre, libre de rituales, creencias, dogmas, conocimientos y
experiencias. Solo entonces la mente puede dar con aquello que es la verdad.
Porque una mente así está quieta, ya no se mueve hacia afuera y hacia adentro,
lo cual constituye el movimiento del deseo. No ha reprimido el deseo, que es
energía. Por el contrario, para que la mente esté quieta, en silencio, tiene
que haber abundancia de energía; pero no puede existir la madurez que implica
la plenitud de energía, si hay cualquier forma de movimiento externo y, debido
a eso, una reacción interna. Cuando todo eso se serena, la mente está quieta.
Al descubrir que las antiguas creencias,
tradiciones e ideales ya no tienen ningún significado profundo, buscan ustedes
nuevos ideales, una nueva ética y nuevos conceptos para reemplazar a los
viejos. Así, van de un maestro a otro, de una secta o religión a otra,
esperando que, al juntar muchos finitos, tendrán el infinito, como la abeja que
junta miel. O bien buscan un cambio que redituará una sensación nueva y más
intensa; o en lugar de eso existe el deseo de una profunda seguridad interna
por medio de un nuevo sistema de creencias e ideales y de sus exponentes. ¿Cuál
de estas cosas están buscando?
Si no buscan ninguna de estas cosas, ni
sensación ni seguridad, entonces hay en ustedes un profundo anhelo de
comprender la vida misma, porque se dan cuenta de que únicamente desde esta
comprensión puede haber un nuevo concepto de moralidad y acción.
Fijaos, la reforma social es indispensable.
Pero hay muchas personas que actúan en la reforma social; y ¿por qué lo hacen?
¿Es por amor? ¿O es esa particular actividad que se llama reforma social, un
medio para su propia autorrealización? Darse cuenta del mendigo en la calle,
ver la espantosa pobreza y degradación en los pueblos y sentirla, tener amor,
compasión por el mendigo, por el aldeano, no es buscar la propia realización en
la actividad de la reforma social, aunque podáis ser activo socialmente. Mas
cuando llegáis a ser importante en la obra social, ¿no es porque estáis dando
plenitud a vuestra persona mediante esa acción? Cuando hacéis eso, dejáis de
amar; y amar, tener compasión, ser sensible a la belleza y a la fealdad, es
mucho más importante que realizaros en alguna presuntuosa obra a la cual
llamáis reforma social.
Es pues el hombre religioso el
verdaderamente revolucionario, no el que trata de producir una revolución en el
sentido económico. El hombre religioso carece de autoridad, no es codicioso,
ambicioso, no está buscando un resultado, no es político; por consiguiente,
sólo el hombre religioso es quien puede producir la verdadera clase de reforma.
Por eso es importante que todos nosotros, no como grupo, sino como individuos,
nos liberemos inmediatamente de las creencias y los dogmas, la codicia y la
ambición. Entonces hallaréis que la mente se vuelve asombrosamente sensible; y
un hombre así es un reformador en un sentido enteramente diferente, su acción
tiene un significado totalmente distinto, porque él ayuda a liberar la mente
para descubrir, para ser creativa. La mente que está ocupada nunca puede ser
creadora; la mente interesada en su propia realización jamás podrá hallar lo
desconocido. Tan solo la mente que está completamente desocupada puede
descubrir y comprender lo eterno, y una mente semejante producirá su propia
acción sobre la sociedad.
Siempre estamos hablando de pobreza, desigualdad y reforma, porque
nuestros corazones están vacíos. Cuando haya amor no tendremos problemas, pero
el amor no puede surgir a la existencia mediante ninguna práctica. Puede surgir
solo cuando «uno» deja de ser, o sea, cuando uno ya no se interesa por sí
mismo, por su posición, por su prestigio, por sus ambiciones y frustraciones,
cuando uno deja completamente de pensar en sí mismo, no mañana, sino ahora.
Esta ocupación consigo mismo es igual, ya sea que pertenezca al hombre que
persigue lo que él llama Dios, o al hombre que trabaja por la revolución
social. Y una mente tan ocupada jamás puede saber qué es el amor.
Yo hablo de la revolución psicológica; y
cuando existe esa revolución, hay también acción total, no la acción parcial
que arranca de los diferentes niveles de nuestra conciencia. Es solo la acción
total, que parte de la totalidad de nuestro ser, la que tiene un efecto inmenso
sobre el mundo.”