“… ¿Es verdaderamente serio el hombre que
busca a Dios? ¿Cómo puede buscar a Dios si no lo conoce? Y si conoce al Dios
que busca, lo que conoce es solo lo que se le ha dicho o lo que ha leído; o
bien se basa en su experiencia personal, que también está conformada por la
tradición y por su propio deseo de hallar seguridad en otro mundo.
Espere.
Investiguemos esto, ¿qué es lo sagrado? Pero yo no quiero aceptar la tradición,
o lo que alguien haya dicho acerca de lo sagrado. Señor, yo no sé si usted ha
experimentado con esto. Hace algunos años, por diversión, tomé un trozo de roca
del jardín, lo puse sobre la repisa de la chimenea y jugué con él, le traje
flores todos los días. Al cabo de un mes él se transformó en algo terriblemente
sagrado.
Para comprender pues, aquello que es
perdurable, eterno, tiene que haber conflicto entre el individuo y el medio, y
sólo en ese conflicto pueden ustedes atravesar los muros de la limitación.
Aceptamos irreflexivamente o inconscientemente innumerables condiciones impuestas
por la sociedad o por la religión, las aceptamos como verdaderas. Por
tradición, nuestra mente es empujada dentro de un molde y aceptamos
inconscientemente estas cosas; a causa de eso, nos esclavizamos a ellas. Sólo
mediante el continuo cuestionamiento, la constante percepción alerta, podemos
hacer que la mente se libere del medio y, en consecuencia, volvernos los amos
del medio.
Después de todo, uno es desdichado porque no
hay inteligencia, la cual es comprensión. Cuando uno comprende una cosa ya no
está más en conflicto, ya no está limitado por lo que le han impuesto, la
autoridad, la tradición, los prejuicios profundamente arraigados. Por
consiguiente, la inteligencia es necesaria para ser supremamente feliz y, a fin
de despertar esa inteligencia, la mente debe estar libre del medio. Las
innumerables incrustaciones creadas en el curso de los tiempos por las
religiones y la sociedad se han convertido en nuestro medio. Uno puede estar
libre del medio que los individuos han creado solo cuando comprende sus
patrones, sus valores, sus prejuicios, sus autoridades. Y entonces comienza a
averiguar que la causa fundamental del sufrimiento es la falta de verdadera
inteligencia, y esa inteligencia no puede descubrirse por algún proceso
milagroso, sino estando continuamente alerta y, por lo tanto, cuestionando
constantemente, tratando de descubrir lo falso y lo verdadero que hay en el
medio establecido en torno a nosotros.
… La mente es resultado del pasado, está
compuesta por el tiempo, por las circunstancias, por incidentes y experiencias
basadas en el pasado. Pero todo lo que le ocurre, exterior e interiormente le
afecta. No continúa como estaba ni será como es. “¿Es eso siempre así?” Solo
una cosa especializada queda fija para siempre en un molde. La semilla del
arroz nunca, bajo ninguna circunstancia, se convertirá en trigo, y la rosa
nunca puede llegar a ser palmera. Pero afortunadamente la mente humana no está
especializada y siempre puede romper con lo que ha sido, no tiene por qué ser
necesariamente esclava de la tradición.
… Por lo tanto, si se me permite señalarlo,
quien les habla no tiene nada que enseñarles, y eso es lo que realmente quería
decir, ninguna nueva filosofía, ningún nuevo sistema, ningún nuevo sendero
hacia la realidad. No hay sendero que conduzca a la realidad; los muchos
senderos que el hombre ha inventado hacia la realidad han nacido del miedo; de
hecho, no hay en absoluto sendero alguno. Un sendero implica algo permanente,
estático, que está ahí inmóvil; lo único que tienen que hacer es andar por el
sendero y llegarán allá. Me temo que no es así en lo más mínimo. Es mucho más
complejo, mucho más sutil y extraordinariamente bello si uno comprende que no
hay sendero, que no hay salvador, que nadie puede liberarnos de nuestra propia
confusión, de nuestra lucha y de nuestra eterna búsqueda. Porque como dijimos,
todo está ahí si uno sabe cómo explorar, cómo mirar; está todo dentro de
nosotros mismos, porque somos el resultado del tiempo, el resultado de una
experiencia infinita, de una vasta tradición.
… Por medio de la religión, de la cultura,
de la civilización, hemos pulido la parte externa, hemos mejorado nuestros
modales, puede que algunos de nosotros tengamos mejores modales, hemos
adquirido más conocimientos, hemos avanzado mucho en lo tecnológico; somos
capaces de dialogar sobre filosofía oriental y occidental, sobre literatura;
podemos viajar por todo el mundo, pero internamente, en lo profundo, esas
raíces están firmemente arraigadas. Al ver todo esto, cómo puede uno, usted y
yo como seres humanos, ¿cómo podemos cambiar? Sin duda no es a través de las
lágrimas, no es a través del intelecto, no es siguiendo una utopía ideológica,
ni a través de la tiranía externa o la que nos imponemos a nosotros mismos. De
modo que uno debe descartar todo esto; espero que lo hagan, ¿entienden? Uno
debe descartar su nacionalidad, sus propios dioses, su propia tradición, sus
propias creencias; debe descartar todas esas cosas que les han enseñado a
creer. Sin embargo, descartar todo eso es una tarea muy ardua; puede que
intelectualmente estemos de acuerdo en hacerlo, pero en lo más profundo del
inconsciente algo insiste en la importancia del pasado al cual nos aferramos.
Ahora ya saben cuál es el problema.
… Además, estamos tan atrincherados en el
prejuicio, en la tradición con sus creencias y dogmas especiales, que repetimos
dogmáticamente, sin dificultad alguna, que existen muchos senderos hacia la
verdad. Para inducir tolerancia entre las múltiples divisiones que ocasiona el
pensamiento antagónico y condicionado, los dirigentes de los intereses
organizados tratan de disimular, mediante frases importantes, la brutalidad de
la división. La afirmación misma de que existen senderos hacia la verdad es la
negación de la verdad. ¿Cómo puede alguien indicar un sendero hacia la verdad,
si esta no tiene morada, no puede ser medida y no puede buscarse? Lo que se
halla fijo está muerto y hacia eso puede haber senderos. La ignorancia crea la
ilusión de muchos caminos y métodos.
La tradición incapacita y entorpece la mente de manera inevitable.”
J. Krishnamurti