“… Si comprendemos un problema, la solución
puede estar en el mismo problema. Tomemos un ejemplo bien simple. Nunca hemos
podido terminar con las guerras, el ser humano ha tenido guerras desde sus
orígenes en la Tierra, y nunca ha podido solucionar ese problema de la guerra;
lo único que hemos conseguido es mejorar la manera de matarnos, a lo cual
llamamos progreso; esto no es un chiste. Nos movemos de una organización a
otra, primero tuvimos la Sociedad de Naciones, ahora tenemos las Naciones
Unidas, pero las guerras continúan, y aunque cambiamos de una organización a
otra esperando que los problemas se solucionen, siguen multiplicándose y las
guerras nunca terminan. La causa de las guerras son el nacionalismo, las
divisiones económicas, lingüísticas, raciales, religiosas, económicas, también
las divisiones culturales nos separan; y como todos somos seres humanos,
sufrimos, todos padecemos dolores, ansiedades, aburrimiento, soledad y
desesperación, pero no tratamos de resolver esto, sin embargo, queremos resolver
los problemas que tienen causas externas.
… Las causas de la guerra están en uno, no
en la tecnología. Uno no puede eliminar la industria, no puede deshacerse del
avión, pero puede erradicar por completo las causas que producen su mal uso.
Las causas de este horrible mal uso están en uno y uno puede erradicarlas,
aunque no es tarea fácil. Como no afrontamos esta tarea, tratamos de legalizar
la guerra, hacemos pactos, creamos federaciones, seguridad internacional, etc.,
pero la envidia y la ambición invalidan todo esto e inevitablemente la guerra y
la catástrofe continúan.
… Y está el dolor
de esas personas que poseen muy poco en sus vidas, nada de dinero y solo unos
pocos muebles. Viven en la ignorancia, no la ignorancia con respecto a algo
grande, sino la simple ignorancia de sus vidas cotidianas, de no tener nada
internamente, tampoco lo tienen las personas ricas, tienen mucho en sus cuentas
bancarias, pero nada internamente. Luego está el inmenso dolor de la humanidad
que es la guerra. Millones han sido muertos; uno ha visto en Europa miles de
cruces, todas dispuestas en filas rectas. Cuántas mujeres, hombres, niños, han
llorado en cada comunidad, en cada país, en cada Estado.
… En todas las
épocas históricas ha habido guerras año tras año; guerras tribales, guerras
nacionales, guerras ideológicas, guerras religiosas. En la Edad Media se
torturaba a las personas consideradas herejes. Desde los comienzos del hombre,
el dolor ha continuado en diferentes formas. El dolor de la pobreza, la pobreza
de no poder satisfacer nuestros deseos, la pobreza del logro (porque siempre
hay más que lograr); todo ello ha ocasionado inmenso dolor, no solo dolor
personal, sino el dolor de la humanidad. Leemos acerca de lo que está pasando
en los Estados totalitarios, pero nunca derramamos una lágrima. Somos
indiferentes a todo eso, porque nos consumen nuestro propio dolor, nuestra
propia soledad, nuestra propia insuficiencia. De modo que nos preguntamos: ¿Hay
un final para el dolor? ¿Hay un final para nuestros dolores personales, con
todas las implicaciones de ese final? Si estamos de algún modo seriamente
involucrados en esto, comprometidos a descubrir, nos preguntamos: ¿existe un
final para el dolor? Y si existe un
final, ¿qué hay después?... porque siempre deseamos una recompensa: “Si
terminamos con esto, debemos tener eso otro”. Jamás terminamos con nada por sí
mismo, per se.
… Decimos que amamos a la familia, a los hijos,
pero ¿aman a sus hijos? Si los amaran con todo su corazón y no con sus pequeñas
y mezquinas mentes, ¿creen que mañana habría una guerra? Si amaran a sus hijos,
¿los educarían para que se amoldaran a esa sociedad corrupta, los adiestrarían,
los forzarían para que aceptaran el orden establecido? Si realmente amaran a
sus hijos, ¿permitirían que los mataran en las horribles guerras? Al considerar
todo esto, vemos que no hay amor en absoluto, porque el amor no es sentimiento,
no es una tontería emocional y, sobre todo, el amor no es placer.
Hay una eficacia inspirada por el amor, que
va mucho más lejos y es mucho más grande que la eficacia inspirada por la
ambición; y sin amor, que es lo que nos da una comprensión integral de la vida,
la eficacia solo engendra crueldad. ¿No es esto lo que está sucediendo
actualmente en todas partes del mundo? Nuestra educación actual está acoplada a
la industrialización y a la guerra, siendo su fin principal desarrollar la
eficiencia, y nosotros nos encontramos atrapados en esta maquinaria de
competencia despiadada y mutua destrucción. Si la educación nos ha de llevar a
la guerra, si nos enseña a destruir o ser destruidos, ¿no ha fracasado
totalmente?
Si aquellos de nosotros que amamos a
nuestros hijos, y vemos la urgencia del problema ponemos nuestra mente y nuestro
corazón al servicio de la causa, entonces, por pocos que seamos, a través de la
verdadera educación y de un ambiente hogareño inteligente, podemos ayudar a
desarrollar seres humanos integrados. Pero si como tantos otros llenamos
nuestro corazón de las astucias de la mente, entonces continuaremos viendo a
nuestros hijos destruidos por la guerra, el hambre y por sus propios conflictos
psicológicos.
Si los padres amaran a sus hijos no serían nacionalistas, no se identificarían con ningún país, porque el culto al Estado conduce a la guerra, mata o mutila a sus hijos. Si los padres amaran a sus hijos, descubrirían cuál es la verdadera relación con la propiedad, porque el instinto posesivo ha dado a la propiedad un significado desfasado y falso que destruye el mundo. Si los padres amaran a sus hijos no pertenecerían a ninguna religión organizada, porque el dogma y la creencia dividen a la gente en grupos conflictivos, creando antagonismos entre los hombres. Si los padres amaran a sus hijos dejarían de ser envidiosos y conflictivos, y generarían un cambio fundamental en la estructura de la sociedad actual.
… Vosotros y yo podemos ver qué es lo que engendra las guerras, y si nos interesa detenerlas podemos empezar a transformarnos a nosotros mismos, que somos las causas de la guerra.”