“… Uno debe preguntarse
por qué existe esta división, el ruso, el americano, el británico, el francés,
el alemán, etc., por qué esa división entre hombre y hombre, entre raza y raza,
por qué se enfrenta una cultura con otra, una serie de ideologías contra otra.
¿Por qué? ¿Por qué existe esta división? El hombre ha dividido la Tierra en
“suya” y “mía”, pero, ¿por qué? ¿Se debe a que buscamos seguridad, protección
en un grupo concreto, en una creencia o fe particular?
Las religiones también
han dividido al hombre, han enfrentado al hombre contra el hombre; hindúes,
musulmanes, cristianos, judíos, etc. El nacionalismo, con su lamentable
patriotismo, es en realidad una forma glorificada y ennoblecida del espíritu
tribal. Tanto si la tribu es pequeña o grande existe el sentimiento de unión,
de compartir un mismo idioma, unas mismas supersticiones, un mismo sistema
político y religioso. De ese modo uno se siente seguro, protegido, satisfecho,
cómodo y, debido a esa seguridad, a esa comodidad, estamos dispuestos a matar a
otros que también tienen el mismo deseo de sentirse seguros, de sentirse
protegidos, de pertenecer a algo. Ese terrible deseo de identificación con un
grupo, una bandera, un ritual religioso, etc., nos hace sentir que estamos bien
arraigados, que no somos vagabundos sin hogar. Esa es la razón de que exista
ese deseo, esa necesidad apremiante de encontrar nuestras raíces.
… Vivir en el
aislamiento es cosa inexistente; no hay país, ni pueblo, ni individuo, que pueda
vivir aislado. Ello, no obstante, como buscáis el poder de tantas maneras
diferentes, engendráis aislamiento. El nacionalista es una maldición porque con
su espíritu de nacionalismo, de patriotismo, erige un muro de aislamiento; está
tan identificado con su patria que construye un muro contra los demás. ¿Y qué
ocurre cuando levantáis un muro en contra de algo? Ese algo golpea
constantemente contra vuestro muro. Cuando resistís a algo, esa misma
resistencia indica que estáis en conflicto con lo otro. De suerte que el
nacionalismo, que es un proceso de aislamiento, que es el resultado del afán de
poder, no puede traer paz al mundo. El hombre que es nacionalista y habla de
fraternidad dice una mentira, vive en estado de contradicción.
… Ahora bien, al menos por el momento, no
existe de hecho una guerra. Cuando la guerra llega, cuando se hace propaganda
para enardecer los ánimos, se dicen mentiras contra el supuesto enemigo; se
agitan el patriotismo y el odio, las personas pierden la cabeza en la supuesta
devoción a su país. “Dios está de nuestro lado”, gritan, y “el diablo está con
el enemigo”. Y en el curso de los siglos han gritado las mismas palabras. Ambos
lados pelean en el nombre de Dios; en ambos lados los sacerdotes bendicen,
maravillosa idea, los armamentos.
Ahora bendecirán incluso los planes de
bombardeo, tan corroídos están por esa enfermedad que da origen a la guerra; el
nacionalismo, la propia clase social o la seguridad individual. Por lo tanto,
mientras estamos en paz, aunque “paz” es una extraña palabra para describir la
mera cesación de las hostilidades armadas; mientras, de todos modos, no nos
matamos de hecho el uno al otro en el campo de batalla, podemos comprender
cuáles son las causas de la guerra y desenredarlos de esas causas. Y si uno
está claro en su comprensión, en su libertad, con todo lo que esa libertad
implica, que uno puede ser fusilado por negarse a cumplir con la manía de la
guerra, entonces actuará correctamente cuando llegue el momento, cualquiera que
pueda ser esa acción.
La cuestión no es, entonces, qué harán
ustedes cuando llegue la guerra, sino qué están haciendo ahora para impedir la
guerra. Ustedes, que siempre me gritan por mi actitud negativa, ¿qué están
haciendo ahora para eliminar la causa misma de la guerra? Hablo de la verdadera
causa de todas las guerras, no sólo de la guerra inmediata que nos amenaza
inevitablemente mientras cada nación siga amontonando armamentos.
En tanto exista el espíritu del
nacionalismo, el espíritu de las diferencias de clase, del individualismo y del
afán posesivo, tendrá que haber guerra. Ustedes no pueden impedirla. Si de
verdad se enfrentan al problema de la guerra, como deberían hacerlo ahora,
tendrán que tomar una acción definida, positiva; y mediante su acción ayudarán
al despertar de la inteligencia, que es lo único que puede prevenir la guerra.
Pero para hacer eso, deben librarse de esta enfermedad de “mi Dios, mi país, mi
familia, mi casa”.
… Se ha dicho que no
hay paz en la tierra, que sólo la hay en el cielo. Esto se repite de distintos
modos, tanto en Oriente como en Occidente. Los cristianos han matado más que
nadie en la tierra. Observemos estos hechos, estas realidades, sin tomar
partido. Y están las diferentes religiones; en el budismo no hay dios; en el
hinduismo, alguien calculó que hay alrededor de trescientos mil dioses. Esto es
bastante divertido, uno puede elegir el dios que más le agrade. En el
cristianismo y en el islam hay un solo dios, que se basa en dos libros la
Biblia y el Corán. Y así las religiones han dividido al hombre, tal como el
nacionalismo, que es una forma de glorificación tribal, ha dividido al hombre,
nacionalismo, patriotismo, fervor religioso. Y los fundamentalistas en Medio
Oriente, aquí y en Europa, están reviviendo sus tradiciones religiosas. No sé
si alguna vez han considerado ustedes la palabra revivir. Uno sólo puede
revivir algo que está muerto o muriendo. No puede revivir una cosa viva.
… Si desean poner fin a
las guerras, entonces debe tener lugar en ustedes una profunda revolución
basada en la compasión y la tolerancia; en tal caso, el pensamiento-sentimiento
debe liberarse del patriotismo, de su identificación con cualquier clase de
grupos, así como de la codicia y de aquellas causas que engendran enemistad.”
J. Krishnamurti