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¿CÓMO PUEDE HABER HERMANDAD SI ESTÁ PERSIGUIENDO DISTINCIONES ESPIRITUALES?

     

   “… ¿Por qué aceptamos a otros, por qué los seguimos? Seguimos la autoridad de otro, la experiencia de otro, y después dudamos de ella; esta búsqueda de autoridad y su consecuencia, la desilusión, es para la mayoría de nosotros un proceso doloroso. Culpamos o criticamos a la autoridad una vez aceptada, al líder, al instructor, pero no examinamos nuestro propio anhelo de una autoridad capaz de dirigir nuestra conducta. Una vez comprendido este anhelo, comprenderemos el significado de la duda.

   … Sin conocimiento propio, la experiencia engendra ilusión; con conocimiento propio, la experiencia, que es la respuesta al reto, no deja un residuo acumulativo como memoria. El conocimiento propio es el descubrimiento, de instante en instante, de las modalidades del «yo», de sus intenciones y de su actividad, sus pensamientos y apetitos. Jamás puede existir «su experiencia» y «mi experiencia»; la expresión misma «mi experiencia» indica ignorancia, demuestra que uno acepta la ilusión.

   … Sólo mediante la percepción, de instante en instante, de lo que es verdadero, existe el descubrimiento de lo intemporal, de lo eterno. Sin conocimiento propio no podemos dar con lo eterno. Cuando no nos conocemos a nosotros mismos, lo eterno se vuelve una mera palabra, un símbolo, una especulación, un dogma, una creencia, una ilusión por medio de la cual la mente puede escapar. Pero si uno empieza a comprender el «yo» en todas sus diversas actividades cotidianas, entonces, por obra de esa comprensión misma y sin que haya esfuerzo alguno, surge a la existencia lo innominado, lo intemporal. Pero lo intemporal no es una recompensa por el conocimiento propio. No se puede tratar de obtener lo eterno, la mente no puede adquirirlo. Se manifiesta a sí mismo cuando la mente está quieta, y la mente puede estar quieta sólo cuando es sencilla, cuando ya no acumula, ni condena, ni juzga, ni sopesa. Solo la mente sencilla puede comprender lo real, no así la mente repleta de palabras, conocimientos, informaciones. La mente que analiza, que calcula, no es una mente sencilla.

    … La mente debe explorar cada rincón de sí misma, sin dejar ni un recoveco por descubrir, porque si queda un solo rincón oscuro que uno tenga miedo de explorar, de ese rincón surgirá la ilusión. Cuando el cristiano, en su meditación, en su contemplación ve a Cristo, cree que ha logrado algo extraordinario; pero sus visiones son la simple proyección de su propio condicionamiento. Sucede lo mismo con el hindú que se sienta a la orilla del río y entra en un estado de éxtasis; también tiene visiones que nacen de su propio condicionamiento y, por tanto, lo que ve no es en realidad una experiencia religiosa. Sin embargo, a través del darse cuenta, a través de la observación sin elección, que solo es posible cuando la mente tiene espacio para observar, se disuelve cualquier forma de condicionamiento y, entonces, la mente deja de ser hindú, budista o cristiana, porque todas las ideas, las creencias, las esperanzas y los miedos han desaparecido por completo. De ahí surge la atención; no la atención hacia algo concreto, sino un estado de atención en el cual no hay un experimentador y, en consecuencia, no hay experiencia. Comprender esto es muy importante para el hombre que está realmente interesado en descubrir lo que es la verdad, lo que es la religión, lo que es Dios, lo que está más allá de lo que la mente ha creado.

   … Por tanto, lo primero es darse cuenta, observar sin elección todos los pensamientos y sentimientos, todo lo que uno hace. Como resultado, surge un estado de atención que no tiene fronteras, en el que la mente puede concentrarse, y en ese estado de atención, la mente está en silencio. Cuando la mente está en completo silencio, sin ninguna ilusión, sin ninguna clase de autohipnosis, surge algo que no es producto de la mente.

   … La estructura jerárquica ofrece una oportunidad excelente para la autoexpansión. Usted puede desear la hermandad, pero, ¿cómo puede haber hermandad si está persiguiendo distinciones espirituales? Podrá sonreírse ante títulos mundanos, pero cuando en el reino del espíritu admite al Maestro, al salvador, al gurú, ¿no está transfiriendo a ese reino una actitud mundana? ¿Puede haber divisiones jerárquicas o grados en el desarrollo espiritual, en la comprensión de la verdad, en la realización de Dios? El amor no admite divisiones. O uno ama, o no ama; pero no convierta la falta de amor en un largo y dilatado proceso cuyo objetivo final es el amor. Cuando usted sabe que no ama, cuando está pasivamente alerta ante ese hecho, entonces hay una posibilidad de transformación; pero cultivar diligentemente esta distinción entre el Maestro y el discípulo, entre aquellos que han logrado llegar y los que no lo han logrado, entre el salvador y los pecadores, es negar el amor. El explotador, que a su vez es explotado, encuentra un apropiado terreno de caza en esta ceguera, en esta ilusión.

   … Para ver cualquier cosa, para escuchar algo, la mente tiene que estar quieta, ¿no es así? El interés mismo que ustedes tienen en lo que se está diciendo, genera esta quietud de la mente que quiere escuchar.

   … Liberarnos de la distracción es más difícil cuando no comprendemos plenamente el proceso del pensar-sentir, que en sí mismo se ha vuelto el medio de distracción. Siendo este proceso siempre incompleto, proclive a la curiosidad y a la formulación especulativa, tiene el poder de crear sus propios obstáculos, sus ilusiones, todo lo cual impide la percepción de lo real. Así es como se convierte en su propia distracción, en su propio enemigo. Dado que la mente es capaz de generar ilusión, este poder debe ser comprendido antes de que la mente pueda liberarse de las distracciones que ella misma crea. La mente debe estar por completo quieta, silenciosa, porque todo pensamiento se vuelve una distracción.

   … La mente que ha comprendido el vivir cotidiano y ha generado orden en ese vivir y, por ende, belleza y amor, es una mente religiosa. Una mente así no conoce la pena, esa mente es una bendición, y hay en ella una bienaventuranza inmensa, inconmensurable”.

   J. Krishnamurti

                
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