“… ¿Cuál es el estado de tranquilidad natural? ¿Cómo da uno naturalmente con él? Si yo quiero escuchar lo que usted está diciendo, mi mente debe hallarse quieta; esa es una cosa natural. Si yo quiero ver claramente algo, la mente no debe estar parloteando.
… Es evidente que el conocimiento propio no
consiste simplemente en aprender una forma particular de pensar. Tampoco se
basa en ideas, creencias o conclusiones; debe ser algo vivo, de lo contrario no
es conocimiento propio; se convierte en mera información. Hay una gran
diferencia entre información o conocimiento acumulado y sabiduría, que
significa darse cuenta del proceso de nuestros pensamientos y sentimientos. La
mayoría estamos atrapados en la información, en el conocimiento superficial, y
por eso somos incapaces de profundizar en cualquier problema. Para descubrir
todo ese proceso de conocimiento propio, uno debe observarse en la relación; la
relación es el único espejo a nuestra disposición, un espejo que no
distorsiona, un espejo en el que se puede ver con exactitud y precisión cómo el
pensamiento se revela a sí mismo. El aislamiento que mucha gente busca es una
fuerte resistencia oculta en contra de la relación, y como es obvio, el
aislamiento impide comprender la relación, la relación con las personas, con
las ideas y con las cosas. Mientras no conozcamos ‘lo que realmente es’, a
saber, cuál es nuestra relación con la propiedad, con la gente, con las ideas,
es evidente que habrá confusión y conflicto.
… Conocerse uno mismo es el propósito de
toda educación. Sin conocimiento propio, dedicarse meramente a almacenar datos
o a tomar apuntes para pasar los exámenes es una forma estúpida de vivir. Puede
que uno sea capaz de citar pasajes del Bhagavad Gita, los Upanishads, el Corán
o la Biblia, pero a menos que se conozca a sí mismo estará repitiendo palabras
igual que un loro. En cambio, en el momento en que empiece a conocerse a sí
mismo, por poco que sea, habrá iniciado un extraordinario proceso de creatividad.
Es todo un descubrimiento verse de pronto a uno mismo tal como realmente es:
codicioso, peleón, irritable, envidioso, estúpido. Ver el hecho sin tratar de
alterarlo, sólo ver lo que uno de verdad es, resulta una asombrosa revelación.
A partir de ahí puede profundizar más y más, infinitamente, porque conocerse
uno mismo no tiene fin.
A través del conocimiento propio uno empieza
a descubrir lo que es Dios, lo que es la verdad, lo que es ese estado sin
tiempo. El profesor puede transmitirle el conocimiento que él mismo ha recibido
de sus profesores, y puede que no apruebe los exámenes, obtenga una
licenciatura, etc., pero sin conocerse a sí mismo como conoce su propia cara en
el espejo, el resto del conocimiento tiene muy poca importancia. Las personas
cultas que no se conocen a sí mismas en realidad son muy poco inteligentes; no
saben lo que es pensar, lo que es la vida. Por eso es importante que el
educador se eduque a sí mismo, educarse en el verdadero sentido de la palabra,
lo cual significa que debe conocer cómo funcionan su mente y su corazón, verse
a sí mismo exactamente cómo es en el espejo de la relación. El conocimiento
propio es el principio de la sabiduría; en el conocimiento propio está todo el
universo, abarca todas las luchas de la humanidad.
… Creemos que somos muy intelectuales si
podemos citar innumerables obras de innumerables autores, si hemos leído muchas
variedades diferentes de libros y tenemos la capacidad de correlacionarlos y
explicarlos. Pero ninguno de nosotros, o muy pocos, tenemos una concepción
intelectual que sea original. Habiendo cultivado el así llamado intelecto, toda
otra capacidad, todo otro sentimiento se han perdido, y tenemos el problema de
cómo originar un equilibrio en nuestras vidas, a fin de tener no sólo la más
alta capacidad intelectual y ser capaces de razonar objetivamente, de ver las
cosas exactamente como son, de no estar ofreciendo interminablemente opiniones
acerca de teorías y códigos, sino de pensar por nosotros mismos, de ver muy
fielmente, por nosotros mismos, lo falso y lo verdadero. Y esta es, a mi
entender, una de nuestras dificultades, la incapacidad de ver, no solo las
cosas externas, sino también la clase de vida interna que uno tiene, si es que
tiene siquiera alguna.
… Cuanto más arriba estamos, más seguridad
queremos, más estabilidad, más tranquilidad; queremos que nos dejen en paz, que
las cosas se mantengan exactamente como están; pero no pueden mantenerse como
están, porque no hay nada que mantener, todo se está desintegrando. No queremos
afrontar estas cosas, no queremos afrontar el hecho de que usted y yo somos los
responsables de las guerras, aunque ambos hablemos de paz, demos conferencias o
nos sentemos alrededor de una mesa y conversemos; en nuestro interior, en lo
psicológico, anhelamos poder, posición; nuestra motivación es la codicia. Somos
manipuladores, nacionalistas; dependemos de creencias, de dogmas, y por ello
estamos dispuestos a morir y a destruirnos unos a otros. ¿Creen que esa clase
de personas, como usted y yo, puede tener paz en este mundo? Para que haya paz
debemos ser pacíficos, y vivir en paz significa no crear antagonismos; la paz
no es un ideal. Para mí un ideal es un simple escape, una evasión.
Para tener paz tenemos que amar, tenemos que
empezar no a vivir una vida ideal, sino a ver las cosas como son y actuar en
consecuencia, a transformarlas. Mientras cada uno de nosotros siga buscando
seguridad psicológica, destruiremos la seguridad física que necesitamos:
comida, ropa y un techo. Buscamos una seguridad psicológica que no existe; aun
así, si podemos, tratamos de conseguirla a través del poder, nombre, de la
posición, de los títulos, todo lo cual destruye la seguridad física. Si lo
observan, verán que es un hecho obvio.
… Si son lo bastante afortunados y descubren
cómo escuchar, cómo ver, entonces encontrarán por sí mismos que hay una
bendición en el acto mismo de ver, en el acto mismo de escuchar; no la
bendición de un dios, no existe la bendición de los dioses ni la bendición de
las plegarias ni la de los templos. Es una bendición que adviene sólo cuando
uno sabe cómo amar.”
J. Krishnamurti