Diálogo, en el sentido en que estamos empleando la palabra, es una forma de explorar las raíces de las múltiples crisis a las que la humanidad se enfrenta en la actualidad. Permite una investigación y comprensión de los distintos procesos que fragmentan e interfieren con una comunicación auténtica entre individuos, naciones e incluso entre distintas partes de una misma organización. Esa fragmentación es destructiva y fomenta el tipo de violencia que vemos en todo nuestro entorno. Aparentemente en nuestra cultura moderna las personas son capaces de relacionarse entre sí de muchas maneras; pueden cantar, bailar o jugar juntas con poca dificultad pero su capacidad para conversar acerca de temas que les importan profundamente parece conducir invariablemente a escisiones y disputas. A nuestro parecer esto apunta a un defecto profundo y sistémico en el funcionamiento del propio pensamiento humano.
En el diálogo un grupo de personas puede explorar los supuestos, las ideas, las creencias y los sentimientos individuales y colectivos que sutilmente controlan sus interacciones. Conforme los miembros del grupo participan en este proceso sus éxitos y fracasos en la comunicación se ponen de manifiesto. Esto puede revelar las pautas a menudo desconcertantes de coherencia e incoherencia que llevan a la gente a evitar ciertas cuestiones o, por el contrario, a insistir, contra toda razón, en mantener y defender sus opiniones acerca de esos temas. El diálogo es pues una manera de observar cómo los valores e intenciones ocultos pueden controlar nuestra conducta y cómo las diferencias culturales inapercibidas pueden colisionar sin que nos demos cuenta de lo que está pasando. Puede verse como un ámbito en el que se da un aprendizaje de grupo y del cual puede surgir un sentimiento de mayor compañerismo y creatividad participativa.
Nuestro enfoque de esta forma de diálogo surgió a raíz de una serie de conversaciones iniciadas en 1983 en las que indagamos en la sugerencia de David Bohm relativa a que una incoherencia sistémica en el proceso del pensamiento humano es la causa esencial de las crisis interminables que afectan a la humanidad. Lo significativo de esta idea se hizo patente cuando reconocimos que incluso un examen perentorio es suficiente para demostrar que vivimos en un mundo producido casi en su totalidad por la actividad emprendedora de la humanidad y, en consecuencia, por el pensamiento humano. El cuarto en el que estamos sentados, el lenguaje en que están escritas estas palabras, nuestras fronteras nacionales e incluso nuestros sistemas de valores son esencialmente manifestaciones de nuestra manera actual de pensar y de lo que hemos pensado anteriormente los seres humanos.
Tales ideas nos llevaron, en años posteriores, a iniciar una serie de conversaciones y seminarios de mayor envergadura organizados en distintos países con diversos grupos de personas, los cuales a su vez comenzaron a cobrar la forma de diálogos. Conforme proseguíamos, se nos hizo patente que el proceso de diálogo es un medio potente de comprender cómo funciona el pensamiento. También se puso de manifiesto que sin una profunda comprensión de esta cuestión no se puede abordar la verdadera crisis de nuestro tiempo ni se pueden encontrar más que soluciones provisionales a la amplia gama de problemas humanos.
Debido a que la naturaleza del diálogo es exploratoria, su territorio sigue en expansión. Su esencia es aprender, no como resultado de asimilar un conjunto de información o una doctrina impartida por una autoridad, sino como parte del proceso evolutivo de una participación creadora. O sea que no se pueden establecer reglas fijas para emprender un diálogo. Sin embargo, sí es importante que se comprenda su significado y su relación con el pensamiento en general.
David Bohm, Donald Factor, Peter Garrett
Una propuesta de diálogo
Una propuesta de diálogo